La desaceleración global ha comenzado a cobrar víctimas y China resulta ser una de ellas. El crecimiento de su actividad económica acusó, en el trimestre pasado, la más importante caída en 27 años. Si el año pasado entero las cifras oficiales mostraron ya un crecimiento bajo del PIB que se ubicaba en 6,6%, el segundo trimestre de este año se llevó la palma con solo 6,2% de expansión.

La amenaza de la continuación de la guerra comercial con Estados Unidos ha forzado a las autoridades chinas a tomar dos tipos de medidas, unas de carácter estructural y otras de estímulo a las actividades económicas susceptibles de ser golpeadas por los altos aranceles aún en vigor y  a otras actividades afectadas por el frenazo mundial, aunque Pekín todavía no se anima  a reconocer abiertamente el alto costo que ha estado pagando por mantener los desencuentros comerciales con la primera potencia planetaria. El Politburó ha asegurado que nada nuevo está ocurriendo que no haya sido previsto por sus expertos en políticas económicas, quienes habían diseñado medidas para que la expansión del PIB, aun en medio de la disputa con Estados Unidos, no baje de 6%. Se sienten, pues, satisfechos de encontrarse dentro de la meta.  

La presión social y fiscal para sus empresas ha sido disminuida y han obligado a los bancos a mejorar y aumentar el soporte financiero a las pequeñas compañías. Los recortes fiscales a los contribuyentes han llegado hasta casi 300.000 millones de dólares en el país y los gobiernos locales han emitido deuda por una cantidad similar para promover la construcción de infraestructura. El fin que persiguen es el de aislar a China de los efectos de la guerra comercial, lo que podrían parcialmente lograr dado el tamaño de su economía.

Los expertos independientes aseguran que los efectos sobre la economía china pueden ser, en la realidad, muy superiores a lo que los líderes en Pekín están dispuestos a reconocer.

De hecho, Donald Trump, dentro de su particular y cáustico estilo no celebra el descalabro acusado por la economía de su contendor, pero no deja de alertar sobre el nefasto efecto que la falta de un convenimiento tendría para la gran nación asiática. Una vez anunciados oficialmente los datos de la desaceleración china, el presidente norteamericano se ha referido a “los millares de empresas abandonando China como consecuencia de los efectos anticipables de la imposición de tarifas a sus importaciones a Estados Unidos” y ha querido dejar claro que esa es la razón por la cual se estarían sentando de nuevo en la mesa de negociación luego de la presente tregua.

Pero en este caso, igualmente, quienes observan los desencuentros desde la distancia no consideran que el jefe del gobierno estadounidense tiene razones para celebrar. También a la economía americana las medidas mundiales de salvaguarda pueden causar estragos. Nadie en el mundo se salvaría de un aterrizaje forzoso del gigante de Asia y Estados Unidos recibiría su cuota de consecuencias, incluida menor demanda mundial para los bienes y servicios exportables desde Estados Unidos y la volatilidad financiera que podrían provocar las economías emergentes impactadas por la fricción entre los dos titanes.     

El FMI se ha adelantado a vaticinar lo que la disputa representaría para Estados Unidos, en el caso de no ser resuelta. El efecto sobre el consumidor norteamericano y sobre la confianza en los negocios, unido a la reacción negativa de los mercados financieros posiblemente representaría un recorte de por lo menos 0,9% en su expectativa de crecimiento anual.

En todo caso, ante estos previsibles desacomodos, lo menos que puede decirse es que las dos primeras potencias están jugando con fuego.


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