En 1513 Nicolás Maquiavelo, en los días en que los Medici lo tenían encerrado en San Casciano por andar en labores conspirativas, escribió su celebre El príncipe. Este libro, suerte de Biblia para quienes se jactan del oficio político, se asegura que estuvo inspirado en Fernando el Católico. En él, por ejemplo, el autor señala a manera de muestra, cómo utilizar los conflictos externos para ganar apoyos internos en el caso de Granada, cuya toma fue empleada por el marido de Isabel para obtener el respaldo de la élite del reino de Castilla.

Los ejemplos de similar conducta son innumerables, antes y después de Nicolás y Fernando. En lo que a nuestros lares corresponde, tal como lo he dicho en otras ocasiones, palabras más, palabras menos: los extremos se tocan. Así como Franco mató a García Lorca, Castro silenció a Padilla y Stalin llevó a Vladimir Maiakovski al suicidio de un disparo en el corazón el 14 de abril de 1930, ahora le toca a Maduro emular a los militares argentinos cuando crearon el incidente de Las Malvinas, y el gobierno de la dictadura ordenó, el 2 de abril de 1982, el desembarco de sus fuerzas armadas en las citadas islas. La junta militar de Galtieri, Lami Dozo y Anaya estaba convencida de que los británicos eran mochos, y les salió el tiro por la culata. Perdieron las islas y, al poco, la pretendida unidad nacional contra el imperialismo se desmoronó y la querida Argentina recuperó sus aires democráticos.

A comienzos del siglo XX, Venezuela dio ejemplo de este tipo de actuación. Cipriano Castro, desde su insignificante estatura, había anunciado la suspensión de pagos de las deudas del país con Alemania, Italia y Gran Bretaña. El 9 de diciembre de 1902, 15 unidades de la armada inglesa y alemana atacaron el puerto de La Guaira, y en los días sucesivos tomaron los principales puertos del país. La respuesta rimbombante no se hizo esperar y el currutaco anunció: “¡La planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la patria!”. Unos años más tarde, su compadre Gómez lo sacó del poder.

Patrones de similar tenor abundan en distintas etapas de la historia local y mundial. Nadie piensa en cabeza ajena, pero es el escenario por el que uno se pasea cuando trata de ubicarse en el pensamiento de Nicolás Maduro, si es que lo tiene, y las acusaciones que realiza de conspiraciones en su contra, mientras escarcea en la vecina Colombia. Juega a la provocación de manera sistemática, sus helicópteros violan el espacio aéreo de nuestro linde oeste cada vez que se le antoja, tensa la cuerda una y otra vez. ¿Qué hará el día que se le reviente en la cara?

© Alfredo Cedeño

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