La semana pasada tuvimos la satisfacción de presentar nuestro libro Juan Antonio Segrestáa, un impresor del siglo XIX, trabajo que resume tres décadas de apasionante búsqueda sobre las andanzas y obra de quien calificamos como el más importante impresor de provincia en la Venezuela decimonónica. Copatrocinado por la Academia Venezolana de la Lengua y Sabatino Pizzolante Abogados Marítimos & Comerciales, el libro –delicadamente diagramado por Miriam Ríos– cuenta con la Presentación de Horacio Biord Castillo, presidente de la academia, y el Prólogo de nuestro amigo Jon Aizpúrua. Uno de los porteños más notables de quien se tiene noticia en los anales de la historia carabobeña, nuestro interés por Segrestáa nos viene desde que leyéramos una primera aproximación biográfica escrita por Alí Brett Martínez. Más tarde, al calor de las numerosas conversaciones sostenidas con nuestro hermano Orlando, una obsesión por la vida y obra del personaje nos invadió, animados por su papel en el acontecer cultural de la ciudad cuya monumental hechura perdura hasta nuestros días, materializada en el hermoso teatro que engalana la ciudad.

En tempranas publicaciones ya sosteníamos que con base en la tradición oral se le tenía como nacido en Francia, sin que existieran pruebas fehacientes de ello. En cambio, nuestras investigaciones nos llevaban a pensar que pudiese ser venezolano y, más aún, porteño. La revisión de las fuentes documentales y los archivos parroquiales pronto confirmarían nuestra hipótesis de trabajo, convirtiendo la investigación en un interesante rompecabezas, en el que las piezas comenzaron a encajar de manera extraordinaria. La localización de manera por demás fortuita de sus descendientes, en la capital francesa, nos brindó la oportunidad de validar nuestros hallazgos, mientras que la aparición de nuevos datos complican la colocación de las piezas del rompecabezas, pero no lo hacen imposible.

Lo cierto es que a medida que avanzábamos en la investigación aumentaba nuestro convencimiento sobre la valía del personaje en términos de sus ejecutorias personales, su actuación pública en beneficio de la ciudad y lo vasto de su obra que logramos cuantificar mediante la elaboración de un catálogo que cierra el libro, en el que se cuenta 253 impresos (hojas sueltas, folletos libros y periódicos) salidos de su taller.

Entre los libros traducidos e impresos por Segrestáa, solo dos bastarían para mostrarlo como uno de gran importancia: Los misterios del pueblo de Eugenio Sue, y Los miserables de Víctor Hugo, cuyas versiones íntegras acomete en 1854 y 1862, respectivamente. A esto habría que agregarle el ejercicio del periodismo a tiempo completo desde las páginas de sus muchos periódicos, y una muy notable trayectoria en la masonería llegando alcanzar los más altos grados, al tiempo que traduce e imprime obras de gran interés en ese campo, confesándose como un masón y católico creyente. No ha sido fortuita, entonces, la presentación del libro en el templo masónico de Puerto Cabello, en el marco del centenario de la Gran Logia Soberana de Libres y Aceptados Masones de Venezuela, bendecido por un sacerdote católico y consagrado por el respetable Gran Maestro. Espacios que, igualmente, nos permitieron organizar una pequeña muestra bibliográfica y de otros impresos salidos de la imprenta de J. A. Segrestáa, permitiendo a los asistentes admirar la excelencia y hermosa factura de esas obras.

Hoy no vacilamos en ver a Juan Antonio Segrestáa como un gran intelectual que trasciende la mera ejecutoria local, al tiempo que se erige en paladín de la porteñidad, manifestado en ese extraordinario sentido de pertenencia que nuestro biografiado sintió por la urbe marinera, cuyos vientos de sal acariciaron por vez primera su blanca tez. Por eso aquel encarna las cosas buenas del hombre, sentimientos trascendentes que deben ser redimidos para reconstruir ese sentimiento de pertenencia que nos ata a la tierra (cualquiera ella sea) y nos obliga a hacer y dar. Se trata, además, de un intelectual a quien hay que reconocerle prestó sus mejores esfuerzos, contribuyendo como pocos a la introducción de la literatura europea en la escena nacional, tarea esta que sorprende por lo quijotesca de la empresa, al empeñarse en hacerlo en un país sumido en luchas intestinas y urgido de necesidades más mundanas.

Periodista, impresor, editor, traductor pero por encima de todo hombre bueno, Segrestáa a través de sus ejecutorias es digno ejemplo de un hombre que tiene aspiraciones espirituales y materiales, que está convencido de que el progreso requiere de orden, convencido de que esas aspiraciones están al alcance de cualquiera, sin importar su condición social. Fue un verdadero filántropo, un hombre que vivió para los demás, una vida que bien merecía ser contada como ahora lo hacemos.

 

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