Pocas veces tiene uno la suerte de encontrarse con personas excepcionales que con su obra dejan una huella imborrable y perdurable, haciéndolos inmortales. Yo tuve la suerte de conocer y entablar una estrecha y larga amistad con uno de esos portentos: José Antonio Abreu, quien acaba de fallecer, dejando tras de sí una obra excepcional, como es el Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, también conocido mundialmente como El Sistema.

Lo conocí en 1962, cuando al comienzo de mis estudios de Economía tuve la suerte de tenerlo como profesor de Teoría Económica, pudiendo por ello decir que fue él quien me enseñó las primeras nociones de esa fascinante ciencia a la que le he dedicado mi vida profesional. Ulteriormente, José Antonio me invitó a desempeñarme como preparador de esa cátedra y, después de graduarme, a compartir con él la enseñanza de esa materia fundamental. En esos años, sin embargo, no era esa su única ocupación profesional; además de la música y de su actividad docente y de investigación en la Universidad Católica Andrés Bello, la política absorbía buena parte de su tiempo. Si bien se destacaba en toda esa diversidad de funciones, era obvio que su gran talento no se estaba utilizando en forma plena y eficiente. De allí que quienes lo conocíamos expresábamos que el día que él le dedicara todos sus esfuerzos a una actividad única, los resultados serían excepcionales.

Para buena fortuna de Venezuela, a mediados de los años setenta José Antonio decidió concentrarse en la docencia y promoción de la música. Fue así como nació El Sistema, que hoy es reconocido como uno de los fenómenos musicales de mayor relevancia a nivel global, habiéndose propagado en múltiples países del orbe. En febrero de 1975 él reunió a un puñado de jóvenes músicos, gestándose así lo que después pasó a ser la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, la cual, con el pasar del tiempo, se transformó en una agrupación madura y de alto rango. A lo largo de estas últimas cuatro décadas, ese extraordinario movimiento ha crecido en forma sostenida, contando hoy con un extraordinario equipo de maestros que enseña y guía a más de 800.000 niños y jóvenes. Una granada selección de pequeños músicos formó hace más de 20 años la Orquesta Nacional Infantil de Venezuela, la cual dejó maravillados a todos los que la escucharon durante sus múltiples giras internacionales, siendo catalogada como una de las mejores del mundo en su género. En los años que siguieron, otras orquestas, tanto juveniles como infantiles, continuaron asombrando al mundo con sus extraordinarias interpretaciones de las más exigentes obras de la música académica.

Pero la obra de Abreu va mucho más allá de lo musical. El Sistema también tiene un importante componente social, pues a los niños que participan en él se les inculca, además del amor a la música y a la estética, un sentido de disciplina, trabajo en equipo, compañerismo y, sobre todo, afianzamiento de la personalidad. Dado que la mayoría de los participantes provienen de los estratos menos favorecidos de la población, es notable observar cómo la formación que reciben los ayuda a trazarse metas, a superarse y a sentir autoestima. En palabras de Abreu: “El instrumento musical y la orquesta convierten al niño pobre-material en un rico-espiritual, y esa riqueza lo prepara para un salto cualitativo, tanto en su vida intelectual como en su visión de la sociedad y, sobre todo, en su capacidad para superar la pobreza”.

La partida del amigo me llena de tristeza, pero a la vez me reconforta saber que aquella predicción que manifestábamos sus amigos hace ya más de cincuenta años, no solo se hizo realidad, sino que la obra que creó y fomentó al dedicar todo su esfuerzo y razón de vida a la educación musical, además de excepcional, lo inmortalizó, pues su nombre ya está y perdurará en la lista de los grandes propulsores universales de la música.

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