Se atribuye a Sir Winston Churchill aquella frase famosa, según la cual: «El que a los 20 años no es comunista no tiene corazón, pero el que a los 40 sigue siéndolo no tiene cerebro». Viene a cuento la frase churchileana, porque me hace recordar que la juventud universitaria, existente en mi época, era esencialmente de izquierda; y lo éramos por idealistas, creyentes en la utopía de una sociedad futura en la que surgiría el hombre nuevo, solidario, insospechable de albergar en su mente el espíritu de lucro aborreciendo, sobre todo, a quién se enriquecía a expensas del Estado, pues robar al Estado significaba (y significará siempre) robarle el pan al contribuyente.

En fin, a lo que me quiero referir es que la izquierda era sinónimo de lucha contra la riqueza mal habida, contra la corrupción. Ser de izquierda, en consecuencia, era representar a los luchadores abnegados que arriesgaban el pellejo en defensa de la honestidad y pulcritud en la cosa pública. Ahora, hoy día, se ha invertido la ecuación y ser de izquierda es solo el ardid, la excusa, para tomar por asalto (no el cielo de la utopía socialista), sino las finanzas de la República para resolverle el futuro al «revolucionario» y a sus causahabientes.

La «cosa nostra» de las vagabunderías de izquierda en América Latina comenzó, tristemente para los verdaderos revolucionarios, en aquel fatídico año de 1989, cuando fueron fusilados en La Habana el general Arnaldo Ochoa y el coronel Antonio de la Guardia y que llevó a una condena de 20 años al ministro del Interior, José Abrantes, por tráfico de drogas. Allí se rompió para siempre el virginal celofán de la honestidad, a toda prueba, que hasta ese momento protegía el virtuosismo del proceso revolucionario latinoamericano. Aunque a decir verdad, independientemente de que la jerarquía cubana viva mejor que el resto de la sociedad, han tenido hasta ahora el pudor de no andar all over the world exhibiendo riquezas mal habidas como lo hacen, a diario y con la mayor desfachatez, aquí y en el exterior, los boliburgueses chavistas venezolanos.

Luego parece que los “revolucionarios”, avant garde, que fueron estimulados y financiados desde el Foro de Sao Paulo, optaron por comenzar a robar a manos llenas, pero con mayor tacto que el general Ochoa y los hermanos La Guardia en la Cuba de los ochenta. Como buenos anfitriones, Lula Da Silva y su sucesora Dilma Rousseff quisieron dar el ejemplo y fue así como Lula ya enfrenta cinco procesos derivados de casos evidentes de corrupción. El caso Lava Jato también puso contra las cuerdas a la heredera de Lula, a Dilma Rousseff. El Ministerio Público la investiga por una supuesta obstrucción de la justicia, al intentar favorecer a Marcelo Odebrecht (ex presidente de la constructora), así como por nombrar como ministro a Lula  poco antes de ser destituida.

En la Argentina, mientras tanto, a  Cristina Fernández de Kirchner  los jueces la acusan de liderar una asociación ilícita que lavó dinero proveniente de obras públicas mediante operaciones de la inmobiliaria familiar Los Sauces. Por eso le prohibió salir del país y embargó sus bienes por 8,4 millones de dólares. El fallo alcanzó también a los hijos de la ex presidente, el diputado Máximo Kirchner y Florencia Kirchner socios en Los Sauces.

Ahora mismo, mientras esto escribo, se le prohíbe la salida del país, en Ecuador, al ex presidente Rafael Correa denunciado por corrupción nada menos que por su ex aliado, el presidente actual Lenín Moreno y qué casualidad: las denuncias también involucran a la brasileña Odebrecht que repartió coimas por toda América Latina.

En Venezuela, Nicolás Maduro y su “fiscal”, Tarek William Saab, parecen seguir los pasos de los hermanos Castro, de inculpar hasta a sus más cercanos colaboradores, obviamente si estos son un estorbo para sus planes continuistas, pues acaban de descubrir –después de casi 20 años de latrocinio– que en la estatal Petróleos de Venezuela S. A.  no hay una, sino al menos siete tramas de corrupción. Ya pusieron presos en Caracas a seis altos ejecutivos de Citgo, filial de la corporación en Estados Unidos.

Ah, pero como en la Venezuela del socialismo del siglo XXI un escándalo tapa el anterior, habrá que preguntarse por aquella «insignificante» denuncia del ex ministro Giordani. Sí, aquel que cuando denunciaba la estafa continuada de Cadivi por la bicoca de 25.000 millones de dólares, un periodista le inquirió si él creía que eso era todo lo robado al erario público y fue cuando respondió, sin inmutarse: “No, qué va, esa es la punta del iceberg, durante este gobierno el latrocinio alcanza a una tercera parte de los ingresos petroleros”, ergo: si han ingresado más de 1 billón de dólares… una tercera parte son… ¡300.000 millones de dólares!

Este debe ser el mayor robo de dineros públicos y el más escandaloso de toda la historia de la humanidad, pero lo que es peor y más doloroso es que lo han hecho con la infame excusa de pertenecer, los atracadores, al socialismo. Así que han utilizado a la izquierda como excusa para el pillaje de los dineros del proletariado. ¿Quién podía imaginar, en nuestra juventud, tamaña paradoja? ¡Qué herejía!

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@EcarriB


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