Si Washington está realmente decidido a invadir militarmente a Venezuela, costará mucho modificar la decisión, aunque con Donald Trump, que cambia de opinión cada vez que se da la vuelta y, aún más, cuando escribe y envía mensajes por Twitter, cualquier cosa puede suceder. Y de ser cierta, en el Pentágono debe estar planificada al detalle: en esa actividad los militares no inventan, tampoco improvisan, analizan meticulosos y deciden metódicos. Pero al mismo tiempo esa presunta invasión no será como las viejas épocas de la Segunda Guerra Mundial, bombardeos previos más para anunciarse y asustar que para tener efectos reales –en el desembarco en Normandía, la madrugada del “Día D”, el cañoneo naval fue abrumador, increíble, desde cruceros pesados y acorazados; cuando las tropas aliadas llegaron a las playas, la mayoría de las fortificaciones alemanas estaban ilesas y activas. Aquellos lanchones de incursión, con su proa plana, compuerta y plataforma para desembarcar, hoy son piezas de museo.

También han desaparecido de los escenarios bélicos aquellos fuegos masivos, la destrucción abrumadora de ciudades, industrias, aeropuertos, puentes, centros de acopio y viviendas civiles, la destrucción de Londres, Berlín, urbes y poblaciones borrados del mapa son cosa del pasado y de melancólicas películas.

Al soldado Ryan –perdido en Francia– lo ubicarían hoy en segundos por computadora o celular inteligente, porque el mundo, aunque siga padeciendo problemas de hambre e injusticia como pasa desde Babilonia, es diferente. Aquel gran carnicero de su pueblo y necio Sadam Hussein creyó que con miles de tanques rusos iba a frenar y complicarles la vida a los estadounidenses. Asaltó con estulticia Kuwait que tenía ricos y petroleros, amenazando sus alrededores. Nunca imaginó, menos pensó, que aviones estadounidenses, guiados por satélites, le pasarían por encima a miles de metros de altura en la oscuridad de la noche, a los incontables blindados de combate que atacarían con precisión quirúrgica el centro de comando y regresarían sin inconvenientes a sus remotas bases. El resto de la beligerancia fue ir ubicando grupos militares iraquíes sin exceso de riesgos, hasta finalmente ocupar Bagdad y el resto del país, no mucho después sacar a Hussein del hueco –cual rata– se había escondido. ¡Y eso fue hace 19 años!

Las guerras de estos tiempos no requieren invasiones masivas, son a distancia, con armas de destrucción manejadas electrónicamente, desde portaaviones que son bases aéreas navegando, submarinos nucleares que puedan permanecer y desplazarse en las profundidades durante meses, y un número desconocido de satélites militares, espías, de observación y navegación que giran alrededor de la Tierra a distancias inalcanzables por las armas de casi cualquier país del mundo, la Venezuela madurista y la Cuba castrista incluidas.

Hoy, las ofensivas e incursiones de propaganda son electrónicas; buques y aviones en lejanías del Caribe a las cuales no alcanzan a llegar, nuestros pequeños y ruidosos submarinos que pueden ser hundidos en un parpadeo, los cara pálida pueden interceptar y enloquecer las comunicaciones, dejar sin electricidad las ciudades (no a ratos como hace Corpoelec, sino apagar incluso toda Corpoelec), anular la telefonía celular y clavar misiles con casi exactitud milimétrica en sitios estratégicos. No precisan cruzar fronteras o desembarcar en ninguna de nuestras mal defendidas playas ni bombardear Caracas, Maracay, Barquisimeto o Maracaibo, ni cualquier otra ciudad.

De nada servirán las milicias, el malandraje armado y protegido irresponsablemente, los militares que reprimen a la ciudadanía que protesta, reclama y exige sus derechos constitucionales; así las cosas, los militantes del PSUV –algunos quedan– no tendrán a quién enfrentarse, como insinúan y manipulan oficialistas habladores de pendejadas.

Hay que ser realista, sensato y equilibrado; engañarse es para tontos. No necesitan invadirnos con marines, fuerzas especiales, grandes portaaviones, interminables escuadrones aéreos o cualquier necedad que se les ocurra a los locuaces expertos en boberías. Estamos entrando en el segundo cuarto del siglo XXI, ni siquiera tenemos los miles de tanques de Hussein ni los desiertos de arena que favorecía su desplazamiento, somos un país rezagado y, especial, en tecnología; no poseemos los medios necesarios ni adecuados para afrontar semejante desafío, la unión del tejido social se fracturó, pero no todo es malo, tenemos un arma única y letal, la habladera de sandeces de politiqueros gobernantes y sus cómplices cooperantes.

Como detalle histórico, recuerden cuando aviones pequeños, sin alcance y modelo antiguo colombianos, penetraron en territorio ecuatoriano y en pocos minutos arrasaron con el campamento de las FARC que el presidente Correa no miraba o se hacía el loco, al rato llegaron unos pocos soldados que remataron a los desconcertados sobrevivientes y se llevaron no las armas, sino las computadoras. Para cuando Correa se enteró y reaccionó, solo quedaban los restos destruidos y humeantes de lo que había sido –creyeron los narcoguerrilleros– un refugio seguro.


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