I

El joven doctor pone su estetoscopio sobre el pecho de la paciente. Llegó con un cuadro asmático y es una persona de la tercera edad. La enferma le pregunta al médico: “¿Usted es de la Central?”, refiriéndose a la Universidad Central de Venezuela, porque orgullosamente lo tiene bordado en la esquina superior izquierda de su bata blanca. La señora completa: “Ay, yo no sabía que a este CDI venían médicos de la Central, qué tranquilidad”.

Pero esa no es toda la verdad, y el médico le explica que los colegas de la UCV no están siempre en ese Centro de Diagnóstico Integral, sino que van esporádicamente. Claro, la paciente está acostumbrada a ser atendida por puros “médicos” cubanos que le dan una pastillita misteriosa y más nada. Por eso su alegría de ver uno de la casa de estudios más importante del país.

A ese CDI acuden pocas personas. Aunque al joven médico le corresponda guardia de 24 horas son pocos los pacientes que le tocan. Eso no habla de que la población de esa zona goce de muy buena salud, sino de que hay muy poco con qué ayudarlos.

No hay servicios de diagnóstico y el personal, desde las aseadoras, pasando por las enfermeras y hasta el director, es de la isla caribeña. No generan mucha confianza. Lo que sí indica la ausencia de pacientes es que nadie quiere ser tratado por esta plantilla “importada”.

Además de la foto de Maduro y de Hugo Chávez, tienen pegada a la pared una gran bandera de Cuba. No hay ninguna de Venezuela. Y los tan admirados médicos de la UCV están supeditados a las órdenes de los cubanos.

II

Esa es la realidad. La invasión, como la procesión, va por dentro. Estos médicos venezolanos tienen que cumplir rotación en ese CDI porque están haciendo el año de rural que establece la Ley del Ejercicio de la Medicina en el artículo 8.

Nadie cuenta la desmoralización que sienten estos profesionales cuando entran al dispensario y ven la bandera de Cuba. Tampoco se dice nada de la indignación que sienten cuando se enteran de que de la firma de ese cubano que dirige el CDI depende la validación del cumplimiento del artículo 8. Y de paso cobran una miseria, porque a los cubanos sí les pagan en dólares.

¿Cómo no sentirse invadidos? Y esto es en algo tan cotidiano como la salud en un momento en que la población sufre las consecuencias de una política criminal que le niega hasta el agua. ¿Cómo no pensar que esa diminuta isla nos domina por completo si tenemos personal cubano hasta en las más pequeñas cosas?

Los rojitos insisten en que nosotros no necesitamos ayuda humanitaria y que de lo que se trata es de una excusa de Estados Unidos para invadirnos. ¿De cuál invasión hablamos? ¿De la cubana, que no ha traído ni salud y que ha diezmado el tesoro nacional?

III

Yo no he sabido de ningún “médico” cubano metido en Anzoátegui tratando de contener el brote de infecciones estomacales que le costó la vida a 14 personas.

Tampoco veo a ninguno administrando medicamentos ni poniendo vías para hidratar a los niños contagiados por consumir agua prácticamente podrida.

La invasión cubana nos tiene padeciendo desde el comienzo de la era chavista. No tenemos escapatoria, no podemos quitárnosla de encima, ellos dictan lo que hace el régimen y siempre velando por sus intereses y algún que otro bolsillo rojito.

La ayuda humanitaria que generosamente se ha recaudado y que está en la frontera no es una invasión como esa. No solo se diferencian por el propósito, sino por la motivación: la cubana es para extraer hasta el último soplo de vida, es criminal, es malvada; la que espera por entrar es para devolvernos la esperanza y la vida.

@anammatute


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