Poca o ninguna vergüenza demuestran Nicolás Maduro y sus gerifaltes cuando se refieren a la trágica diáspora que su nefasto régimen ha causado y estimulado en su nación, esa que supuestamente habían de defender y asegurarle soberanía. Las cifras y las estadísticas son las más contundentes valoraciones que sobre este tema se pueden hacer.

No se trata de cómo han intentado desvirtuar el tirano y su combo de títeres, una conspiración mediática, de una campaña dirigida desde Washington para desprestigiar a ese régimen tan “inocente y prístino” que ellos representan, no se trata de verificar cifras y sentir por Venezuela y sus sufridos habitantes el más profundo dolor.

En los últimos tres años Venezuela ha sufrido la pérdida de casi 4 millones de sus hijos, y muchos estudios serios ya señalan la increíble cifra en 5 millones para el primer trimestre del próximo año. Estos números son tan espantosos que suponen un éxodo mayor y en un menor tiempo que el sufrido por Siria aún en los peores momentos de su infernal guerra.

Lo más angustioso es ver cómo se convierte a un país tradicionalmente receptor de inmigrantes en un rebaño viandante de filas interminables desde Cúcuta hasta la Patagonia, no son millones de migrantes, son millones de héroes derrotados por la ausencia total de decencia de un gobierno que les roba de forma inclemente su bienestar presente y su esperanza futura.

Más de las dos terceras partes del territorio sufre ausencia o intermitencia de energía eléctrica, lo que representa 80% de los hogares que hoy califican como pobres y adicionalmente estos mismos hogares carecen de un servicio de agua potable de forma regular y las más de las veces son aguas tratadas inadecuadamente.

Consecuentemente la salubridad deja de ser la correspondiente a las normas mínimas, por lo que han reaparecido enfermedades que se habían erradicado gracias al uso eficiente de las políticas sanitarias públicas, como las campañas de vacunación, fumigación, limpieza de sumideros y controles de brotes infecciosos.

Los venezolanos han enfrentado estoicamente el abandono de su Estado, su gobierno y ahora contempla esperanzado la implicación de otros países en distintas operaciones de ayuda humanitaria y sanciones o bloqueos que obliguen a buscar la única solución verosímil a nuestra catástrofe, elecciones libres y limpias.

El mundo se ha implicado no por simpatías ideológicas, lo ha hecho por sus propios intereses. Hoy Colombia alberga a unos 2 millones de compatriotas,  Perú a 500.000 y Brasil, Argentina y Chile entre 300.000 y 400.000 cada uno. Estas son razones suficientes para buscar por cualquier medio una solución efectiva y corregir esta barbárica situación.

Pero cómo enfrentar este fenómeno tal como se ha presentado sin el uso de armas, ¿es posible regresar al punto de partida?

Sí se puede regresar a nuestro pasado alegre, pero habrá que deponer mucho orgullo, muchos prejuicios, mucha soberbia e ignorancia  y vestirse de conocimiento; someternos a normales usos y costumbres hasta aceptar que nuestros antepasados llegados a estas tierras que solo fue “Tierra de Gracia”  a partir de la cooperación y convivencia con extranjeros.

Que la sangre que llevamos dentro es en buena parte sangre de quienes ayer, como nosotros hoy, vinieron de lejanas tierras en búsqueda de un mejor y prometedor futuro.

Por todo ello hay que agradecer a tierras, pueblos y gobiernos extranjeros, al tiempo que solicitemos todas sus habilidades diplomáticas y logísticas para echarnos la necesaria mano y retomar nuestro destino.


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