La amenaza proferida recientemente por Donald Trump sobre una posible acción militar, como una de las distintas formas de acción que estudia Estados Unidos para enfrentar la creciente crisis que, en todos los órdenes, ha generado el gobierno de Nicolás Maduro en nuestro país y en la región, así como el inmediato rechazo a esa opción, manifestado por diversos sectores nacionales e internacionales, nos deben también hacer reflexionar sobre la inaceptable injerencia en nuestros asuntos internos que ha tenido la dictadura castrista y su influencia en la tragedia actual de Venezuela.

Ratifico lo que dije en mi anterior artículo: rechazo toda intervención extranjera, sin importar su signo ideológico. Es bien conocido que Fidel Castro siempre tuvo como objetivo central de la Revolución cubana destruir la democracia venezolana. Comprendió, igual que Rómulo Betancourt en 1958, que América Latina tendría que escoger como sistema político entre las dictaduras militares de derecha, la democracia liberal burguesa y el régimen totalitario marxista.

El  primer escarceo ocurrió en enero de 1959, durante la visita de Fidel Castro a Caracas, en la conversación que tuvo con el presidente Betancourt con la finalidad de obtener un subsidio petrolero. No lo logró. A partir de ese momento, su objetivo estratégico se orientó a controlar, por cualquier medio, la riqueza venezolana. Fueron años de fracaso: la derrota de los movimientos guerrilleros en Venezuela y en América Latina, el triunfo de Estados Unidos en la Guerra Fría, el colapso de la Unión Soviética y el fin del subsidio del pacto de Varsovia a la desastrosa economía cubana.

La permanencia en el tiempo del castrismo en la América Latina permitió a Fidel Castro suavizar, con gran habilidad, las difíciles relaciones que se habían generado con el liderazgo democrático latinoamericano durante los años de la ofensiva guerrillera. Su innegable carisma y su bandera antiimperialista le permitieron ir progresivamente regularizando esas relaciones. Muchos de sus líderes creyeron que Fidel Castro, ante la caótica situación económica que enfrentaba Cuba en la década de los noventa, iba a aceptar transformar el régimen totalitario marxista en una democracia representativa con el apoyo de líderes socialdemócratas como Carlos Andrés Pérez y Felipe González. Lamentablemente, estaban equivocados. Soy testigo de excepción.

Visité Cuba como canciller de Venezuela a finales de 1993. En una larga conversación que tuve con Fidel Castro percibí su admiración por José Stalin y su odio por Mijail Gorbachov. Después de una larga discusión sobre la posible evolución del régimen cubano, en lo único que cedió fue en aceptar que, si la situación económica empeoraba, el régimen cubano podía orientarse hacia el modelo chino: una dictadura en medio de una sociedad de mercado. “Definitivamente, Deng Xiaoping tiene un mayor sentido político. Gorbachov es un iluso. Yeltsin asegurará el poder”. Mi respuesta, fue terminante: “Comparar el proceso chino con el cubano es  absurdo…Cuba está ubicada a 90 kilómetros de Estados Unidos. Esta realidad geopolítica obliga a tomar medidas diferentes”… 

El presidente Rafael Caldera recibió en Miraflores a Jorge Mas Canosa, líder anticastrista, a principios de 1994. En respuesta, Fidel Castro invitó a Hugo Chávez a dictar una conferencia en la Universidad de La Habana. Lo recibió personalmente en el aeropuerto. La fotografía del abrazo, con la admiración y el embeleso que se observó en el rostro de Chávez por la figura de Castro, mostraron al mundo que esa relación se iba a estrechar con una indiscutible influencia de los intereses geoestratégicos de la Revolución cubana en el proceso político venezolano. Estoy seguro de que asesores cubanos y fuertes sumas de dinero provenientes del régimen fidelista fueron factores importantes en el triunfo electoral de Hugo Chávez. La presencia de Fidel Castro en la Academia Militar, cerca del monumento en honor de los caídos en la lucha antiguerrillera, debió alertar a los miembros de la Institución Armada. Esa fue seguramente una de las causas de la desobediencia militar del 11 de abril de 2002, la cual fue aprovechada para purgar los cuadros militares que rechazaban ser politizados. A partir de ese momento, la presencia del castrismo en nuestros asuntos internos, incluyendo a la Fuerza Armada, fue una realidad. Se estableció un severo control ideológico en los pensum de todos los cursos de formación desde las Academias Militares hasta el Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional. Al mismo tiempo, se empezaron a enviar profesionales militares a Cuba a realizar cursos con el objetivo de fortalecer los organismos de inteligencia y represión.

El triunfo de Hugo Chávez durante la crisis política y militar de los años 2002 y 2003 facilitó la penetración y el control ideológico de la Fuerza Armada Nacional y de Petróleos de Venezuela. A partir del control de esa crisis se inició el firme avance de lo que se conoció como el socialismo del siglo XXI. “La Cuba de las últimas dos décadas no se entiende sin la Venezuela de Chávez, como tampoco el auge y la consolidación de la revolución bolivariana se puede explicar sin la figura de Fidel”. Definitivamente, la relación entre ellos trascendió lo ideológico. De una muy limitada relación comercial existente hasta ese momento se pasó a una de más de 6.000 millones de dólares anuales, en la cual resaltó el envío de 100.000 barriles diarios de petróleo, permitiéndosele vender parte del sobrante no utilizado para su consumo interno en el mercado spot. La forma de cancelación fue realmente curiosa: nos enviaron, y creo que aún se hace, médicos, entrenadores deportivos y asesores en inteligencia y orden público. Expertos petroleros consideran que esa curiosa forma de pago hará imposible cancelar la creciente deuda de Cuba con Venezuela. Además, se ha buscado influir en  la educación venezolana, mediante el empleo de pensadores marxistas europeos y de expertos cubanos, con la intención de modificar el currículo, los textos de estudio y la tradicional interpretación de nuestra historia. Además, recuerden el control cubano sobre las notarías y el Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería. En definitiva, Venezuela se transformó en un satélite al servicio de Cuba.

La relación de Nicolás Maduro con Raúl Castro es muy diferente a la que existió entre Fidel Castro y Hugo Chávez. Eso hay que saberlo. La relación personal de dos líderes carismáticos es fundamentalmente emocional. Al contrario, los vínculos entre burócratas partidistas es mucho más pragmática, fría y efectiva. De allí que los años del régimen madurista han sido menos espectaculares en acciones entre Cuba y Venezuela, pero de un nivel de cercanía aún mayor, pues Nicolás Maduro escucha y ejecuta con detalle las directrices cubanas. Es verdad que la debacle económica generada por Maduro y su corrupta camarilla ha limitado el  apoyo venezolano, aunque es harto conocido que aún con la caída de nuestra producción petrolera se mantiene el envío a Cuba de los 100.000 barriles diarios de petróleo a precios preferenciales, a expensas de las penurias de los venezolanos. Por tal motivo, es incomprensible escuchar las arengas antiimperialistas de conspicuos representantes de la nomenclatura madurista, incluyendo a miembros de la cúpula militar, que se rasgan las vestiduras ante las palabras de Donald Trump, pero que han permitido y apoyado la sumisión de los más altos intereses de la República a los dictámenes de una dictadura caduca, que no constituye ejemplo alguno para nadie. Sería interesante escuchar la opinión que al respecto tienen mis compañeros de armas. En verdad su silencio me preocupa y mucho más al observar que Nicolás Maduro sigue designando a altos oficiales en funciones administrativas para comprometer aún más el prestigio de nuestra institución en el fracaso de su gobierno

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