El país no pareciera aguantar mucho más. Los resultados preliminares de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida, Encovi 2018, presentados hace pocos días en la UCAB son apenas un reflejo de la tragedia. No solo la pobreza sigue en ascenso, sino que, además, de acuerdo con los avances del estudio, 94% de los encuestados aseguró que sus ingresos son insuficientes para cubrir los costos de vida. Nuestra escenografía vital diaria es de escasez, penuria e insoportable incertidumbre.

El país reclama con urgencia un cambio. Pero justamente, como estamos urgidos, es ahora cuando debemos tener más cuidado con los pasos que damos. La imperiosa necesidad de salir de la crisis nos obliga a que nuestras acciones y estrategias sean realmente las más eficaces. Venezuela sufriría mucho más de lo que ya lo ha hecho si por nuestros errores o miopías políticas prolongamos artificialmente la permanencia de la dictadura y con ello la agonía de nuestros hermanos. No se trata de actuar por actuar, porque “hay que hacer algo”. Se trata de actuar para avanzar, no simplemente para movernos.

Las convulsiones epilépticas y la danza son movimientos ambos. Pero no por ello son iguales. El último es armonioso y responde a un orden y objetivo. El primero es anárquico y desordenado, sin beneficio alguno para la persona. Así mismo, la hiperactividad no es sinónimo de avance, solo de movimiento. Y el país reclama –precisamente porque no aguanta más– que avancemos hacia la consecución del cambio político que permita ponerle fin a la crisis, no solo que se hagan cosas por hacerlas, porque permitan drenar las energías o servir de catarsis a la frustración, por muy legítima y explicable que esta sea.

Esta lucha de los venezolanos contra la dictadura no es una batalla de boxeo. La disparidad de fuerza física y represiva del hegemón impone una estrategia diferente. Nuestra lucha se parece más a un delicado juego de ajedrez, donde importa más la inteligencia que la fuerza.

El 10 de enero de 2019 debería, según la Constitución nacional, tomar posesión un nuevo presidente de la República. Pero en Venezuela no hay nuevo presidente porque no ha habido elecciones presidenciales. La mayoría de los venezolanos, la Asamblea Nacional y la comunidad internacional desconocen la farsa del pasado 20 de mayo. De hecho, los gobiernos del mundo han advertido que a partir del 10 de enero de 2019 Maduro pierde todo residuo de legitimidad, lo que previsiblemente aumentará la crisis política y el aislamiento internacional de la dictadura.

El Frente Amplio Venezuela Libre, plataforma que reúne a las principales fuerzas sociales y políticas que luchan por el cambio en Venezuela, ha propuesto asumir la coyuntura del 10 de enero de 2019 como una oportunidad para organizar y unificar a las fuerzas democráticas, impulsar la protesta nacional cívica y presentar una alternativa de poder seria y responsable ante los venezolanos y la comunidad internacional. Pero ha advertido que el 10 de enero no es una fecha mágica. Es necesario superar nuestra crónica propensión a autoasfixiarnos con fechas lapidarias y límites finales, como si después de ellos se acabara la historia, lo cual termina generando desesperanza en el colectivo y reforzando por esta vía a quienes nos oprimen. Un liderazgo responsable no pregunta cuándo, sino qué hace falta.

Ante el 10 de enero, lo inteligente y políticamente eficaz es fortalecer la organización ciudadana y la movilización en cada parroquia y en cada municipio, estimular la protesta democrática y no violenta en todos los sectores sociales, y articular esfuerzos en aumentar la presión popular que propicie las condiciones para impulsar una salida constitucional a la crisis.

Las cosas no cambiarán por una fecha. El cambio solo será posible si todos trabajamos unidos y preguntándonos no tanto qué viene, sino qué nos toca hacer desde nuestra realidad específica para presionar al régimen y ayudar a generar las circunstancias que hagan inevitable la necesaria transición. Sin saltos al vacío ni autoengaños, sino con la inteligente velocidad de la urgencia.


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