Una de las razones que argumentan los expertos para que Venezuela no elimine las fuerzas armadas, como hizo Costa Rica, es que un país con tantas riquezas minerales y paisajísticas, además de su importante ubicación geoestratégica, sería presa fácil del más pequeño enemigo y hasta de bandas de forajidos, narcotraficantes, piratas cibernéticos, tráfico de personas, ludópatas, salteadores de bancos, cuatreros, cazadores de tigres, comercializadores de órganos, sicarios y buscadores de tesoros marinos, entre muchas otras ilegalidades y asociaciones para delinquir y fastidiarle la vida y las propiedades a la gente.

La defensa del territorio, de las áreas marinas y submarinas, del espacio aéreo y extraterrestre, junto con la soberanía y el derecho de decidir y regir su destino y sistema de gobierno libremente solo es posible con unas fuerzas armadas debidamente organizadas y capacitadas, con el apresto operacional garantizado, con efectivos sanos, bien alimentados y rigurosamente entrenados para cumplir sus responsabilidades. Si no existiera un cuerpo armado, institucionalizado, con una doctrina apegada al espíritu de la Constitución, no solo no habría manera de proteger el territorio nacional de la invasión y penetración de grupos irregulares que se podrían dedicar al secuestro y extorsión de propietarios de comercios o hatos ganaderos, sino que probablemente bandas de traficantes de drogas utilizarían las amplias carreteras y sabanas para el aterrizaje y despegue de sus aeronaves cargadas con su bastarda mercancía.

También los militares se encargan de la salvaguarda de la infraestructura –represas, plantas generadoras de energía eléctrica, torres de transmisión, tendidos eléctricos, oleoductos, refinerías, taladros, ferrocarriles, puentes, túneles, estadios, establecimientos escolares, edificios y áreas públicas en general– y de proteger bosques, cursos de agua y fauna silvestre. Asimismo, se ocupan de la seguridad de los funcionarios responsables de dirigir el Estado y de la administración de los bienes públicos con guardaespaldas bien entrenados.

Gracias a las fuerzas armadas, y a los cuerpos de inteligencia y contrainteligencia bajo su conducción, la nación se puede sentir segura de que no habrá ataques de países vecinos o lejanos con la intención de apoderarse de las reservas petroleras comprobadas más grandes del mundo, del coltán, el oro y los diamantes, también del carbón, y las hermosas playas de Venezuela. Con rigurosas tareas de información, la institución militar mantiene a raya a mafias y bandas delincuenciales que pudieran operar grandes explotaciones de metales preciosos en parques nacionales como el Ávila, Canaima y el Caura y destruir la fabulosa biodiversidad de una zona que es la principal reserva de agua y de oxígeno del país.

Sin el intenso patrullaje del mar territorial y la zona económica exclusiva, con modernos y ágiles buques, embarcaciones de algún país del Caribe se llevarían la abundante pesca –incluidos crustáceos, mariscos y moluscos– y hasta se surtirían con el combustible barato que favorece a los pescadores venezolanos. Un saqueo que llevaría meros, carites y populares sardinas a otras latitudes para obtener divisas que se quedan fuera.

Son los militares los responsables de proteger las plantas industriales de las empresas básicas, sean refinerías, reductoras de aluminio, centros de tratamiento de agua, generadores de electricidad, usinas de aceite de palma, procesadoras de leche de vaca y hasta de los centrales azucareros que tienen años sin que le arrimen caña.

Los uniformados no solo impiden que grupos terroristas o subversivos causen pánico en la población al destruir instalaciones estratégicas, sino que también garantizan la continuidad de los servicios básicos como agua, electricidad y telefonía. Con rigor y profesionalismo, además de mucha inteligencia y patriotismo, las fuerzas armadas están atentas para evitar que la población sea atacada, extorsionada y amedrentada por la delincuencia política, en especial grupos paramilitares, subversivos, guerrilleros o colectivos, que le harían la vida cuadritos a los habitantes de los barrios y de urbanizaciones históricas como el 23 de Enero. Sobre todo, evitan que salgan en parejas a recorrer las calles en motos de alta cilindrada y amenacen a los transeúntes con armas de guerra, ya sean pistolas y fusiles automáticos o bazucas, o que francotiradores disparen desde las techos de los edificios con armas de precisión a la cabeza de los muchachos que protestan.

Venezuela no puede eliminar sus fuerzas armadas como lo hizo Costa Rica, su seguridad, su existencia como nación y grupo humano, quedaría sin reguardo antes países que después de haber fracasado políticamente y haberse arruinado cuentan con socios listos para entregarse con armas y bagajes al grito de “patria o muerte, venceremos”. Vendo chip patriótico para distinguir la realidad virtual de las otras mentiras.

@ramonhernandezg


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