Hay que insistir en mirar atrás, en la necesidad de ver a la distancia lo que ya se ha vivido y extraer de ese reservorio lo que nos puede ser útil aquí y ahora. Por nuestra condición de seres pensantes con conocimiento y memoria, dicha práctica nos ayuda a minimizar los desaciertos en que podemos incurrir. De allí la máxima según la cual errare humanum est, sed perseverare diabolicum (errar es humano, pero perseverar en el error es diabólico). De allí también que sea pertinente rememorar la experiencia vivida al final de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez.

De acuerdo con la Constitución entonces vigente, el período presidencial de Pérez Jiménez culminaba a finales de 1957. Pero en lugar del llamado a elecciones, el gobierno procedió a convocar un plebiscito para el 15 de diciembre, a fin de que el pueblo decidiera si prorrogaba o no la reelección del dictador por cinco años más. Ante esa realidad, las manifestaciones públicas de los opositores no se hicieron esperar, las cuales fueron acompañadas por actos de rebeldía de los propios militares.

Esos primeros amagos fueron controlados por los militares leales a Pérez Jiménez. Pero los ánimos no se apaciguaron. Pocos días después, el jefe del Estado Mayor, general Rómulo Fernández, solicitó al presidente de la República la remoción del gabinete ministerial y principalmente la salida del ministro de Relaciones Interiores, Laureano Vallenilla Lanz, hijo, y del director de la Seguridad Nacional, Pedro Estrada. Ambos personajes salieron del país. Pero en una jugada sorpresiva, el 13 de enero, Pérez Jiménez ordenó la detención del general Fernández y lo obligó a marcharse a la República Dominicana.

El clima político era de extrema tensión, lo que explica que la agitación en las calles no se hiciera esperar. Los manifiestos y pronunciamientos de la Junta Patriótica (“Pueblo y Ejército unidos contra la usurpación”), intelectuales (“Declaración sobre la situación política nacional”) y estudiantes (“Manifiesto N° 1 del estudiantado universitario”) se sucedieron uno tras otro.

Al mediodía del 21 de enero sonaron las cornetas de los automóviles que circulaban por la ciudad y repicaron las campanas de los templos de Caracas. Estalló entonces la huelga general acordada por la Junta Patriótica, órgano de amplia representación opositora. Todo el comercio y la banca cerraron sus puertas. En varios barrios de Caracas se produjeron manifestaciones que fueron reprimidas por la Seguridad Nacional. El día 22, se sublevaron la Escuela Militar y la Marina.

El desenlace se produjo de seguida: en la madrugada del 23 de enero de 1958, Pérez Jiménez salió precipitadamente del país a bordo del avión presidencial (conocido popularmente como la Vaca Sagrada), sin informar previamente a su tren ejecutivo. A consecuencia de la atropellada salida, el mandatario depuesto olvidó una maleta repleta de varios millones de bolívares en efectivo, valores públicos negociables y documentos.

Ante el vacío de poder que se produjo, los jefes militares resolvieron poner fin a la insostenible situación apoyando la formación de un gobierno que pudiera realizar una rápida transición hacia la democracia. Decidieron reconocer, por su antigüedad, al contralmirante Wolfgang Larrazábal Ugueto, quien había sido designado diez días antes comandante de las Fuerzas Navales. En un primer momento se quiso constituir un gobierno exclusivamente militar, pero la presión popular obligó a que se incorporara a dos representantes del sector civil. Una de las primeras medidas que adoptó el gobierno fue permitir la más amplia libertad de expresión y de actuación de los partidos políticos, y, con el propósito de alcanzar la conciliación entre los venezolanos, se abrió el país a los exiliados del régimen anterior y se procedió a liberar los presos políticos.

Miguel Otero Silva salió de la cárcel donde permanecía preso por la dictadura y se trasladó a su oficina del diario El Nacional; allí escribió un memorable artículo (“Después del 23 de Enero”) en el que llamó la atención acerca de un aspecto fundamental de aquella heroica gesta:

“El triunfo logrado en esa jornada solo pudo alcanzarse gracias a la cristalización previa de una total, decidida, inquebrantable unidad nacional. En tanto que los partidos políticos se mantuvieron combatiendo individualmente contra la dictadura de Pérez Jiménez, en tanto que no arriaron sus divergencias y sus contradicciones para enfrentarse juntos al enemigo común, lograron apenas llenar las cárceles con sus militantes más valiosos o regar las calles con la sangre de sus mejores hombres. Centenares de desterrados. Centenares de presos, centenares de torturados, centenares de muertos era, al cabo de nueve años de tiranía, el balance de una oposición heroica pero hondamente dividida. La comprensión de ese yerro, tal vez el acicate de una monstruosa mascarada de plebiscito que constituía una afrenta para la nación entera, fue la cuesta inicial de la victoria. Los partidos se unificaron, el estudiantado se unificó, la nación entera se unificó”.

Esa fue la lección fundamental del hazañoso combate que libró Venezuela el 23 de enero de 1958.

@EddyReyesT


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!