“Más mata la espera de lo bueno que padecer el mal que ya se tiene”. Lope de Vega

En Venezuela todos los días suceden cosas, pero nada cambia. La represión persiste, el saqueo no se detiene, la crisis humanitaria no mejora, la crisis  política empeora, el concepto de ciudadanía se degrada, la arbitrariedad y el abuso son las notas recurrentes de un régimen que criminaliza todas sus acciones y los venezolanos padecemos las consecuencias de semejante comportamiento. Mientras pasan los días los derechos civiles van camino a la extinción, la hegemonía comunicacional sobrepasa los límites del abuso y del escarnio, y la descalificación sigue siendo el lenguaje imperante de un régimen que solo puede ofrecer tragedia y más tragedia, represión y más represión, insultos y más insultos, lo que explica que los venezolanos estemos atrapados en un círculo en el que imperan la ira, la desesperanza, la sensación de abandono, la inercia, el derrotismo y lo que nunca ha faltado en esta geografía indefinible, la discordia entre iguales y las conductas en muchos casos irracionales, que en vez de sacarnos del remolino nos hunden en sus profundas oscuridades. 

Debe ser por eso que la comunidad internacional concentró su mirada, tradicionalmente distraída cuando no ausente, en lo que pasa en nuestro territorio y ha ido acercándose con sus instituciones a nuestra realidad, entre ellas la ONU, organismo en el cual no tengo depositada ninguna fe, razón por la cual no tuve expectativa alguna cuando ese organismo designó a la señora Bachelet para constatar la veracidad de las denuncias que, desde hace varios años y en forma cada vez más alarmante, cursan sobre las múltiples y rutinarias violaciones de derechos humanos del régimen.

Sin embargo, he de reconocer que de esa visita  tan cuestionada, sobre la que los extremistas de siempre adelantaron juicios y prejuicios condenatorios, que duró un par de días y alguna horas más, las evidencias de los delitos cometidos por el régimen saltaron  a la vista con tanta fuerza y desnudez, que llevó a la alta comisionada a producir un informe realmente tan lapidario sobre la conducta del régimen, que debió tener como único destino la Corte Penal Internacional con la respectiva recomendación de abrir un juicio a tanta barbarie. Lamentablemente, no fue así, y todo terminó en un débil exhorto al régimen para que en lo sucesivo se alejara de esas prácticas inhumanas, hecho realmente inexplicable sobre todo si quien ejerce las funciones que corresponden al alto comisionado de la ONU sobre materia tan trascendente como son los derechos humanos es una persona dos veces presidente de un país democrático como Chile y a su vez hija de un dirigente político torturado hasta morir por una dictadura,como es el caso de la señora Bachelet, ella misma perseguida y torturada por ese mismo régimen. Lo menos que podíamos esperar al final de ese informe que llevaría su firma, era una condena categórica y sin atenuantes porque no los tiene, a un régimen que no respeta los derechos ciudadanos, acompañada con la firme decisión de enjuiciar de forma inmediata a todos los autores de esos delitos.

No habían pasado 24 horas del regreso de la señora Bachelet a la ONU cuando el mundo y ella misma se enteraron, con horror,  cómo la policía había disparado perdigones en los ojos de Rufo Chacón, un joven que protestaba con sobrada razón por la falta de agua y de gas en su barrio, dejándolo ciego; y en esas mismas horas moría por  efecto de las torturas más horrendas que ser humano pueda imaginar el capitán de fragata Rafael Acosta Arévalo, sometido previamente al escarnio público por los principales voceros del régimen, y acusado de faltas no comprobadas contra Maduro y su dictadura. En ese momento vimos con profunda estupefacción cómo la alta comisionada, con lágrimas en los ojos, exclamó el horror que le causaban esos hechos pero, lamentablemente, no vimos nada más que eso y es muy triste, por tratarse justamente de ella.

Y me pregunto si en las verdaderas razones de ese silencio y de ese incomprensible mutismo sobre lo que en justicia procedería hacer está el hecho de que detrás y por encima de la señora Bachelet está el secretario general de la ONU, el también socialista  Antonio Gutérres, hombre de lenguaje ambiguo que habla de nuestra crisis de manera casi decorativa y por obligación de su cargo, sin aportar soluciones que estarían a su alcance, pero que no las pone en acto porque detrás y por encima de él está el Comité de Defensa de los Derechos Humanos, en los que, vaya ironía, están Cuba y Rusia, países ambos con negros expedientes sobre tan delicada materia, y con los que Gutérres está, como casi todos los socialistas, normalmente de acuerdo. Y me lo pregunto, porque se da el caso de que en los espacios de ese organismo, bajo su auspicio y financiamiento, no solo se celebran seminarios y homenajes a ese ícono del castrocomunismo más destructor como es el Che Guevara, se atienden con diligencia a los miembros del Foro de Sao Paulo, sino porque “su nómina está llena de ex guerrilleros y ex gobernantes de izquierda, fracasados y desahuciados en sus respectivos países”, siempre dispuestos a recitar el manido  libreto contra el antiimperialismo yanqui tal como nos lo recuerda Danilo Arbila en su más reciente artículo,. 

De ese informe celebro la realidad oscura que ha salido a flote sobre un régimen señalado como una dictadura que viola los derechos fundamentales del ciudadano, por todas sus criminales acciones, pero lamento el que no aparecieran hermanadas, en una sola causa,  la condena absoluta de esos actos, acompañada de una categórica petición de juicio inmediato, en la Corte Penal Internacional, a los autores de tan atroces delitos.

Este informe, en el mejor de los casos, quedará para algunos -según la visión de Arbilla- como una advertencia; para otros como acusaciones a un régimen sin consecuencias; para  los más optimistas, como una suerte  de espada de Damocles puesta allí para contener los bajos instintos del régimen y para otros, como quien esto escribe, como un documento para consultar en el futuro, cuando llegue la hora de enjuiciar con seriedad a un organismo que se ha convertido en un club de gobernantes que no tienen ninguna intención en que se indaguen las realidades de sus respectivos gobiernos.

Por lo demás y casi por deber de crónica concluyo, como dice la canción, que es ya “un periódico de ayer” porque entró en circulación el sustituto, que no es otro que el tema de Oslo, Suecia o Barbados, con carne abundante para goce de los extremistas y de todos aquellos que practican el  perturbador y obsesionante ejercicio de especular, inventar, sacar de contextos los temas más candentes y actuales, hacer ver que solo ellos tienen la razón y que practican aquello de dime qué piensas tú para oponerme. Escenario que, no me cabe la menor duda, nos dejará exhaustos  a todos, pero sin lograr otro efecto que alimentar la discordia en ambos bandos. En el nuestro, que es el de la oposición de mis tormentos, porque, de persistir,  hacen imposible la unidad urgente y necesaria para lograr el cambio que la nación entera reclama. En los predios del régimen porque han comenzado a enfrentar a aquellos que quieren una negociación para salir de la crisis lo mejor que se pueda y aquellos que, no teniendo salvación por la gravedad de sus faltas, pretenden y luchan por imponer la tesis de permanecer en el poder al costo que sea, con las armas de la violencia. 


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