Sin entrar en la discusión sobre el significado bíblico de λογοσ, recordemos que en la civilización griega λογοσ encarnaba “la razón como principio controlador del universo”. La “palabra” ha sido el rasgo distintivo del ser humano y, desde su aparición sobre la tierra, la ha empleado para convencer, discutir, persuadir. Argumentar forma parte de la cotidianidad y, sin embargo, el estudio sistemático de la argumentación ha sido una novedad en nuestros predios venezolanos. Esa carencia teórica de la buena argumentación produce grandes errores en muchos análisis que buscan orientar a la ciudadanía en momentos tan difíciles como los actuales.

La evaluación de los argumentos puede realizarse desde diferentes puntos de vista y atendiendo a distintos aspectos. En el caso que me concierne en este artículo, un análisis político hecho a los resultados de una encuesta, trataré de evaluar si los argumentos empleados pueden ser catalogados como convincentes. Para ello, parto de la noción de argumento convincente como aquel “que prueba algo de manera que no pueda negarse racionalmente, es decir, por medio de razones”, acogiéndome a la definición usada por teóricos de la disciplina, quienes, a su vez, en forma estándar, definen argumento como el propósito de justificar una aserción. Además, es indispensable que distinga entre argumentos deductivos y los no deductivos. En un argumento deductivo, la verdad de sus premisas autoriza la inferencia de la verdad de su conclusión; mientras que en los argumentos no deductivos la conclusión se sigue de las premisas, si suponemos que en ellas se ha dado toda la información relevante. Dicho en palabras de H. Marraud, “puede decirse que ningún razonamiento deductivo es refutable y que cualquier argumento no deductivo es refutable”.

Aclaradas estas nociones básicas, debo también clasificar el estudio, que circula en las redes, basado en los resultados de una encuesta realizada en la UCAB y que el analista A. Pernía las toma para realizar su análisis; es decir, unas, las encuestas, arrojan unos resultados; otro, el análisis, es una interpretación de esos resultados. La argumentación en conjunto está constituida por distintos argumentos que pertenecen a los argumentos que van de las partes al todo (inductivo) y cuyo propósito es formular una inferencia estadística; por esta última, se entiende: “el conjunto de métodos y técnicas que permiten inducir, a partir de la información empírica proporcionada por una muestra, cuál es el comportamiento de una determinada población con un riesgo de error medible en términos de probabilidad”. Cuando se derivan consecuencias, estamos ante argumentos que podemos diagramar así: en M se da C. M es una muestra representativa de P: por lo tanto, en P se da C. (M es la muestra tomada; C es el comportamiento observado y P es la población total). Para evaluar este tipo de argumentos es indispensable preguntarse: ¿Cómo se ha elegido la muestra M? ¿Cuál es el tamaño de M relativamente a P? ¿Hay razones para creer que la población P está estratificada con respecto a C? ¿Otras muestras apoyan la misma conclusión? (Debo reseñar que estoy usando la metodología de esquemas argumentativos de H. Marraud).

El documento en cuestión, desde sus primeros párrafos, anuncia las conclusiones que saca de los datos aportados por las encuestas, conclusiones que son varias, característica que desconcierta, al menos, por la variedad de dichas conclusiones. Además, señala explícitamente, citando el documento de la UCAB, que “la encuesta, cuyo trabajo de campo se realizó entre el 3 y el 14 de septiembre pasados, con 1055 entrevistas telefónicas, con una muestra representativa de todo el país y 96% de confiabilidad, deja en claro que la administración de Nicolás Maduro está viviendo ‘su mejor momento’ desde que el mandatario llegó al poder en 2013, mientras que la oposición pasa por ‘su peor momento”.

En este punto, quiero anotar que hay un primera observación referida a que son entrevistas telefónicas, dato que arroja una nube de incertidumbre en la confiabilidad de las respuestas, si se toma en cuenta que en un país con las condiciones actuales, es posible que en los entrevistados aparezcan ciertos grados de temor ante las posibilidades de que sus declaraciones puedan perjudicarlos en sus trabajos. Esta observación responde a una de las llamadas preguntas críticas para evaluar los argumentos. ¿1055 encuestados son efectivamente representativos de una ciudadanía de millones? ¿Ciertamente representan los distintos estratos de la ciudadanía? ¿Hay otras muestras que apoyen las mismas conclusiones?

En cuanto a las conclusiones del analista, este señala que ha mejorado el nivel de aceptación del gobierno; otra conclusión suya es que hay dos países: uno real y otro “que anida en las redes sociales”; añade que “estos números, en definitiva, pintan un panorama político que está lejos de la percepción que muchos propagan en las redes sociales donde dirigentes y opinadores de la oposición se ‘lamen las heridas’. Frente a un acto electoral, por ejemplo, cabe ver la posibilidad de que el gobierno obtenga una mayoría, incluso clara, sin tener que recurrir a algún tipo de argucia de ‘ingeniería comicial”; agrega que “una de las conclusiones más relevantes de este estudio es que el gobierno está ganando la batalla por la opinión pública. La hegemonía comunicacional no es ética, ni democrática, ni legítima ni legal; pero paga”.

Con respecto a la primera de las conclusiones (supra) pregunto ¿a qué llama “real” el analista? ¿Es acaso un porcentaje más real que un comentario en una red? Los números son entidades abstractas; el lenguaje puede ser abstracto, pero también concreto. Habría que precisar el significado que se le está adjudicando a real. De manera que en esa conclusión hay, al menos, un uso inapropiado de los vocablos, amén de extraer una conclusión, que al ser de una inducción, no puede tomarse como necesariamente verdadera.

Más escandalosa resulta la conclusión donde pronostica una posible victoria electoral del oficialismo, teniendo tan solo como base que “75 % de la población (la muestra, no toda la población, grave error) califica la situación del país como mala y muy mala; sin embargo, solo 29,1% se mantiene en la evaluación ‘muy mala’, lo que significa una ostensible mejoría en la percepción en comparación con sondeos anteriores”. Si se aceptan como verdaderas esas premisas, ¿se sostiene cualquiera de las conclusiones anteriormente citadas?

Para que un argumento sea una herramienta poderosa en aras de conseguir persuadir a alguien (en este caso a la ciudadanía) ha de poseer premisas que esta ciudadanía esté dispuesta a admitir. No basta con citar porcentajes. La pluralidad de conclusiones derivadas de argumentos coorientados más bien apunta, en este caso, a revelar la inconsistencia de estas inferencias. Surge, entonces, una profunda duda, ¿se está tratando de crear una matriz de opinión para persuadir sobre la necesidad de ir a elecciones, a pesar de saber que la «ingeniería comicial» puede torcer los resultados? ¿Hay acaso algún interés en activar de nuevo la “fiebre electorera”?


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