El caso Maduro pasará a la historia universal como el modelo más acabado de la estupidez de un gobernante en el presente siglo. Verlo actuar, oírle sus pueriles argumentos; pero, sobre todo, observar a un grupo humano aplaudirle sus irracionales y absurdos argumentos, constituye una materia digna de estudio en el campo de la psicología, antes que en el de la ciencia política y económica.

Lo más grave de todo es que este funesto personaje, para nuestra tragedia de pueblo, instalado en el poder de la nación solicita la aceptación acrítica de su demoledora política económica.

Ha tenido el tupé de exigir a nuestra sociedad la renuncia a todo cuestionamiento para sus alocadas medidas por cuanto estas son fruto de su  cosecha intelectual.

Textualmente ha dicho: “Este es mi programa de recuperación económica. Es mío. Quien ataque el programa me está atacando a mí, a mí, a Nicolás Maduro Moros. Lo he hecho con mucha sabiduría, mucho conocimiento”.

Uno no termina de asombrase de ver tanta petulancia, tanta vanidad, tanta soberbia. Precisamente fruto de la ignorancia, de la arrogancia de quien se siente dueño absoluto de la verdad y por tanto susceptible de ser aceptada su opinión como la única, la infalible. De quien se siente poderoso y, por tanto, nadie puede cuestionarlo.

Un sabio jamás reclama para sí la infalibilidad. Aporta su conocimiento con humildad. Presenta sus tesis y la defiende, en muchos casos con pasión, pero jamás va a desechar la crítica. Ha sido precisamente el pensamiento crítico la clave de la evolución de la filosofía, de la ciencia, de la política y por ende de la economía. Falta exigir, en cadena de radio y televisión, que se le asigne el premio Nobel de Economía. Maduro siente que con él hemos llegado al máximo de la ciencia económica y que no podemos criticar sus medidas, y mucho menos osar criticar su inmaculada persona.

Los reyes de la Edad Media se quedaron en pañales a la luz de esta postura del “sabio” usurpador de Miraflores. Que en los siglos XVI y XVII se sostuviese la tesis de la divinidad de los reyes, de su infalibilidad, de su aceptación acrítica, podemos entenderlo a la luz de aquellas sociedades. Pero que en pleno siglo XXI aparezca un personaje alegando que sus medidas no pueden ser criticadas porque son de su autoría y porque hacerlo equivale a cuestionar su persona, es porque ese personaje está obnubilado por los adulantes hasta tal punto de que ha perdido todo sentido de la realidad humana, de la naturaleza de la vida política y, sobre todo, de la dramática situación con la que su “sabiduría” y “conocimiento” han conducido nuestra nación.

Esta patología de soberbia e ignorancia absoluta que demuestran tales declaraciones constituyen, además, un escape a su total responsabilidad en la tragedia nacional.

No hay oportunidad en la que hable, en la que no señale a un tercero como responsable de esta hecatombe. Para nada hay una reflexión sobre su fracaso, sobre el fracaso del modelo del llamado socialismo bolivariano. Para nada un reconocimiento al saqueo sobre nuestra riqueza. Todo es culpa de otros. La camarilla que comanda, según su infalible opinión, nada tiene que ver con todo este caos.

Y al no ser responsable de nada, tienen el derecho divino de continuar en el poder. Mayor aberración era imposible pensar que podríamos ver y oír.

Por supuesto que todo el mundo civilizado se ríe de eso tipo de afirmaciones. Toda persona medianamente educada sabe que allí la ignorancia brota a manantiales, con la exigencia de reconocer “sabiduría” y “conocimiento”.

Lo grave es que quienes sostienen, defienden y le hacen servicio de complicidad a sus desmanes sigan indiferentes ante tanta desmesura, pero principalmente ante tanto daño causado y por causar, en tanto sigan amparando semejante aberración.

Para quienes rechazamos esta soberbia, esta ignorancia tan descarnada, no queda otro camino que perseverar en la lucha hasta lograr que la luz de la razón ilumine el camino con el cual habremos de rescatar la senda del verdadero conocimiento, de la humildad republicana, de la libertad, el trabajo digno, y por consiguiente de la democracia, la modernidad y la prosperidad.


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