Son muchas las dudas y escasas las respuestas. A poco más de una semana de las presidenciales, aún busco la explicación de cómo se aplica, en la práctica, el argumento esgrimido por el sector mayoritario de la oposición para convocar a la abstención: la ilegitimidad de Nicolás Maduro.

La cosa es difícil de digerir, pero hago todos los esfuerzos por tratar de entenderla, porque fue la opción ampliamente ganadora del 20 de mayo. Asumo que el 56 % de los venezolanos que se abstuvo, según cifras oficiales, logró entender la propuesta aunque ello hoy signifique seguir con Maduro en el poder seis años más. Y es que el tema de la ilegitimidad entra en el terreno de la moral y la interpretación, de allí que sea cuesta arriba su explicación práctica y aplicación con un gobierno que a todas luces ha demostrado que no tiene escrúpulos, vergüenza ni dignidad.

En teoría hablamos de un gobierno legal porque ganó por mayoría unas elecciones, tal y como se establece en la Constitución venezolana, pero carece de legitimidad por los abusos, ventajismo y porque más de la mitad de los electores no participó en la toma de decisión. ¡Tremendo lío!

Entonces, nuestro problema se debate entre el ser y el deber ser; entre la teoría y la práctica; entre la moral y la realidad. Sin entrar en diatribas, sin piquetes ni posiciones preconcebidas, sería bueno que nos revisáramos y aclaráramos el objetivo. Solo así podremos definir con exactitud el camino a seguir y las herramientas a utilizar. Solo así sabremos qué terreno estamos pisando y cómo hay que jugarle al contrincante. De lo contrario, seguiremos metidos en esta dialéctica interminable y estéril de la legalidad y la ilegitimidad, de quién fue primero, si el huevo o la gallina. Continuaremos girando en círculos sin encontrarle una solución definitiva al problema. Más aún, seguiremos siendo nuestras propias víctimas de uno de los peores errores que hay en política: la incoherencia.

Nuestra dirigencia opositora deberá hacer un acto de contrición. Las constantes incoherencias nos han sumergido en este dilema existencial que tan nefastos resultados nos han dejado. Recordemos en 2015, cuando la unidad democrática ganó de manera aplastante las elecciones parlamentarias, y su presidente de entonces, Henry Ramos Allup, le prometió al país que en seis meses sacarían a Maduro del poder. La elección de los parlamentarios fue legal y legítima, pero eso no justificaba ese anuncio que a todas luces era una estafa para los venezolanos. Hemos ido de mentira en mentira, de decepción en decepción.

En mayo de 2017 se convocaron las elecciones para la asamblea nacional constituyente, con las que el gobierno se dio un champú de legalidad y, en la práctica, le serruchó el puesto a la AN. Mientras tanto, la oposición decidió llamar a la abstención y ceder este vital espacio. Mucha bulla se hizo con el alegato de la ilegitimidad sin que hasta ahora, diez meses después, algo haya cambiado. Apenas una semana antes del proceso nos aseguraban que esa constituyente no iba, y por el contrario, resultó ser en un poder superior que hace y deshace a su antojo.

Este parapeto legal –como lo llamaron– marcó un antes y un después en esta lucha política que nos consume a diario. Fue este organismo el que designó a Tarek William Saab como nuevo fiscal de la República hace nueve meses, quien también es ilegítimo de origen, pero que sigue allí, metiendo preso a quien le apetece.

Y así podemos seguir sumando incoherencias opositoras entre el decir, el hacer y la realidad. Estos decidieron participar en las elecciones de gobernadores en octubre pasado, pese a que la convocatoria la hacía la asamblea nacional constituyente (falla de origen, como la llaman) y el árbitro era el mismo CNE. Dos meses después, la mayoría de los partidos de oposición llamó a la abstención en las elecciones municipales, alegando la necesidad impostergable de cambiar la directiva electoral, además de la ilegal e ilegítima convocatoria hecha por la constituyente. Para más, a finales de la pasada semana y en rueda de prensa conjunta entre la MUD y el Frente Amplio, hablaron de ir a elecciones si cambia el CNE, pero nada dijeron de la ANC, como si ya esta no fuera un estorbo ni la raíz de todos los males que han pregonado.

En ese pa’lante y pa’trás de la oposición se ha profundizado la desesperanza colectiva, dándole paso al peligroso juego de la antipolítica y exacerbando los radicalismos que sueñan con la llegada de los marines, la dimisión de Maduro o una insurrección militar. Así hemos construido la realidad que tenemos hoy y que se evidenció el pasado 20 de mayo. El alto rechazo al gobierno, la erosionada confianza hacia la dirigencia opositora, una vía electoral desvirtuada, las constantes y cada vez más fuertes descalificaciones entre los mismos opositores y la negativa a cualquier posibilidad de negociaciones políticas para buscar puntos mínimos de convivencia, hacen de nuestra sociedad un nuevo capítulo que apenas comienza a escribir sus propias líneas. Ojalá cambien los vientos para que no tengamos que llorar lágrimas de sangre.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!