Werner Heisenberg, premio Nobel de Física 1932, enunció el llamado principio de incertidumbre o principio de indeterminación, según el cual es imposible medir simultáneamente, con precisión absoluta, el valor de la posición y la cantidad de movimiento de una partícula. Esto significa que la precisión con que se pueden medir las cosas es limitada. La incertidumbre no se deriva de los instrumentos de medida, sino del propio hecho de medir. Con los aparatos más precisos imaginables, la incertidumbre continúa existiendo. Desde entonces, el vocablo es de uso cotidiano.

Por su parte, Stephen Hawking, dedicado a la didáctica y popularización de los complejos alcances de la astrofísica, en su Teoría del tiempo, dice: “Cualquier teoría física es siempre provisional, en el sentido de que es solo una hipótesis: nunca se puede probar. A pesar de que los resultados de los experimentos concuerden muchas veces con la teoría, nunca podremos estar seguros de que la próxima vez el resultado no vaya a contradecirla”.

Si en física las cosas no son absolutas, sino que, por el contrario, son inciertas, lo son más aún en la escala humana, pues nuestras pequeñas y a veces colosales incertidumbres cotidianas se han convertido en un modo de vida, en algo natural. Ante la falta de certezas, la gente se alimenta de ilusiones, como las langostas que se sienten atraídas por un señuelo y no ven la nasa de red, la trampa que consiste en un cilindro que se va estrechando en forma de embudo invertido, de forma que cuando la langosta se introduce dirigiéndose hacia el cebo, cae en un depósito del que no puede salir, permaneciendo allí por días, hasta que es recogida, almacenada por semanas y posteriormente distribuida “viva”, local e internacionalmente en todo el planeta. No puedo dejar de pensar en la analogía de las langostas de mar con las ideologías y fanatismos religiosos.

A propósito de la ingenuidad de las langostas, causa de su irremediable destino, no nos sorprenden las declaraciones del 12 de enero de 2018, emitidas por Federica Mogherini, representante de la Política Exterior de la Unión Europea, a la salida de una reunión con Javad Zarif, ministro de Relaciones Exteriores de Irán, en la que estaban presentes sus pares de Inglaterra, Alemania y Francia. “El acuerdo con Irán hace que el mundo sea más seguro”, afirmó emocionada la diplomática. “Hay que seguir escrupulosamente los términos (del acuerdo), es un instrumento crucial para mantener la paz en la región y en el mundo”, expresó por su parte el enviado de Francia a esta consulta.  

Esta noticia nos hace recordar a Hitler y a su lugarteniente, el hampón disfrazado de mariscal Heinrich Goering, al prometer paz, estabilidad y seguridad a Europa al políticamente correcto canciller inglés Neville Chamberlain, mientras la maquinaria de guerra nazi ocupaba Austria, Checoslovaquia y Polonia y preparaba la invasión al resto de Europa. El acuerdo firmado el 30 de septiembre de 1938 fue suscrito en términos similares al de Irán: “Hemos tenido una reunión hoy y estamos de acuerdo en reconocer que la cuestión de las relaciones anglo-alemanas es de primera importancia para los dos países y para Europa. Consideramos que el acuerdo firmado ayer por la noche y el Acuerdo Naval Anglo-Alemán como símbolo del deseo de nuestros dos pueblos de no ir a la guerra de nuevo. Estamos decididos a adoptar el método de la consulta para hacer frente a cualquier otra cuestión en referencia a nuestros dos países, así como estamos decididos a continuar con nuestros esfuerzos para eliminar las posibles fuentes de diferencia y contribuir así a asegurar la paz en Europa”. Dos meses más tarde, el 6 de diciembre de 1938, Von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores del Reich, y Georges Bonnet, ministro de Relaciones Exteriores de Francia, firmaron otro acuerdo, en términos idénticos al anterior: “(…) para la consolidación de la situación en Europa y el mantenimiento de la paz general”. En mayo de 1940, Alemania invadió Francia ensayando con éxito su novísima Blitzkrieg o “guerra relámpago”.

Adolf Hitler y Neville Chamberlain en la firma del pacto anglo-alemán, el 30 de septiembre de 1938

La incertidumbre es alimentada día a día por la irresponsabilidad, la ingenuidad, superficialidad, el colaboracionismo en los negocios o la estupidez de los políticos occidentales. Como si nada, el régimen totalitario iraní, siguiendo su dictado teocrático de sojuzgar a los infieles de occidente, continúa con sus pruebas de misiles balísticos y su retórica genocida contra Israel, país al que ha jurado borrar del mapa.  Sumemos a esto el ingreso de miles de yihadistas a Europa, norte de África y Gaza, debido a la retirada del Estado Islámico de Irak y Siria, muchos de estos diluidos en la avalancha de inmigrantes que diariamente penetran las fronteras de Europa y que engrosarán las redes de fanáticos ya enclavadas en el corazón de las ciudades, donde ensayan nuevos métodos para sembrar el terror, cobijados a la sombra de la corrección política de los gobernantes, protectoras ONG y organizaciones políticas de extrema izquierda.

Hay que anotar en este resumen el incremento exponencial de la persecución y matanza de cristianos con el auge del fundamentalismo islámico. En 2017 fueron asesinados 3.066 cristianos, el doble de 2016.

En este recuento de acontecimientos acaecidos en 2017 y las sospechas que en 2018 serán similares o peores, no podemos pasar por alto los alcances del poder económico global de China y su penetración en varios continentes, ni el impulso con el que Putin ha iniciado el nuevo ideal hegemónico de Rusia como superpoder. Sobre esto último, y aunque parezca una mera anécdota, no deja de ser significativa una noticia que pasó inadvertida en medio de tantas superficialidades, amenazas y calamidades globales. Se trata del busto en bronce de Putin, engalanado con una toga de emperador romano, erigido al norte de San Petersburgo.

Busto de Putin emperador, San Petersburgo, 2015

Un despacho de la AFP da cuenta de la ceremonia inaugural en la que se desveló la estatua: “Andrei Poliakov, líder de la asociación Ibris, que reúne a los cosacos de San Petersburgo, expresó: ‘La imagen de un emperador romano es la de la sabiduría y esto corresponde al rol histórico de Vladimir Putin que logró unir Rusia y Crimea”. La anexión de esta península ucraniana en marzo de 2014 y el apoyo de Moscú a los separatistas en el este de Ucrania han llevado a un deterioro sin precedentes en las relaciones entre Rusia y los países occidentales desde el final de la Guerra Fría, que no reconocen esta anexión y han impuesto fuertes sanciones económicas a Rusia. La situación en Crimea se encuentra estancada hasta la fecha, pese a los diferentes encuentros amistosos de Putin con líderes europeos y con Trump.

Pero el incierto futuro del mundo, ante una posible reedición de la Guerra Fría, es minimizado en un análisis del prestigioso Hudson Institute, titulado The New Era of Global Stability (19-12-2017). Arthur Herman, su autor, afirma que Putin “no está interesado en revivir el comunismo o la revolución mundial. El presidente ruso simplemente quiere preservar su propio poder y restaurar la ascendencia de su país en Europa del Este, decidido a revertir el eclipse de Rusia como superpotencia”. Sobre China, Rusia y el posicionamiento de la nueva administración estadounidense, afirma: “Algunos dirán que esta rivalidad a tres bandas está causando tensión, arriesgando otra guerra mundial. Lo dudo. En esta nueva era, la fricción y los intereses en competencia serán vistos como naturales. La Estrategia de Seguridad Nacional (de Estados Unidos) lo dice claramente: “La competencia no siempre significa hostilidad, ni conduce inevitablemente al conflicto”. Pero el conflicto puede detenerse antes de la guerra, gracias al equilibrio de las fuerzas opuestas y el poder de disuasión económica y militar”. Para confirmar esto,  el autor cita una frase del presidente Trump: “Una América que compita con éxito es la mejor manera de prevenir el conflicto”. El autor concluye: “No es una era que hará felices a los idealistas o humanitarios. Pero a pesar de todas sus imperfecciones, después de un siglo en el que los ideólogos y los fanáticos han matado y mutilado a decenas de millones tratando de hacer del mundo un lugar perfecto, ¿existe la probabilidad de que lo hagamos peor?”.

Pero la incertidumbre se hace presente con énfasis en América Latina, donde se instituyó como cultura la perversión política, la corrupción y la reedición de las dictaduras, esta vez de izquierda, operadas por la tiranía cubana en su impune expansión subversiva contra las democracias continentales, gracias al sostén de la izquierda internacional enquistada en todas las instituciones internacionales, así como del papa Francisco, del apoyo del Partido Demócrata americano y los partidos socialistas y comunistas europeos. La dramática crisis venezolana es el reflejo de esta destructiva psicopatía política, que ha causado 25.000 asesinatos anuales en ese país y en el que 30 millones de personas subsisten sin poder ejercer sus derechos ciudadanos, sin comida, ni medicinas, en la más completa incertidumbre, rehenes de unos militares y delincuentes en el poder. Nadie tiene la certeza de si amanecerá al día siguiente. Como bien dice el editorial de El Nacional (17-01-2018), “Venezuela está al arbitrio de un juego de dados, de una suerte que puede o no llegar a su destino”.

En medio de un destino incierto para los habitantes de este planeta, del desastre humanitario de Venezuela y de minorías en peligro de extinción en diversas regiones, hay quienes se preocupan por los sentimientos de las langostas que se van a comer en el almuerzo o cena. Los diarios europeos dieron cuenta de la revisión de las leyes de protección animal en Suiza, que motivó a su gobierno a emitir un decreto el 10 de enero pasado, prohibiendo a los cocineros sumergir langostas vivas en agua hirviendo, considerado esto como acto de crueldad debido a que los defensores de los derechos de los animales y algunos científicos han llegado a la conclusión de que las langostas tienen sistemas nerviosos complejos y son propensas a experimentar dolor cuando se las hierve. A partir de ahora tendrán que “aturdir a los crustáceos de antemano con descargas eléctricas o destrucción mecánica del cerebro, antes de arrojarlos en agua hirviendo”, dice la ley. Importadores y vendedores de este sabroso y costoso crustáceo también se verán obligados por este decreto a “mejorar el bienestar de las langostas durante el transporte y almacenamiento”. Como referencia, el precio de una langosta de 500 gramos, importada viva desde Estados Unidos o Canadá, cocinada según la tradición de los restaurantes parisinos, es decir, arrojadas al agua hirviendo, está por el orden de los 52 euros; es decir, el equivalente a 12.148.679 bolívares, la moneda nacional de una Venezuela hiperinflacionaria.

Langosta roja Homarus americanus

Es probable que esta toma de conciencia sobre las langostas se deba al relato del periodista y escritor estadounidense David Foster Wallace, el día que asistió al festival de la langosta en Maine. Foster Wallace describe el sufrimiento de estos crustáceos: “Incluso cubriendo la olla y alejándose de ella, puedes escuchar el chillido, el golpeteo y el chirrido de la langosta contra las paredes. O las zarpas de la criatura aruñando la olla tratando de salir. En otras palabras, la langosta tiene mucho de ti y de mí si nos arrojaran en agua hirviendo” (Consider the Lobster, 2006). Y los derechos de los humanos ¿qué?

Como gracias a los suizos ya existe una certeza para las langostas al poner fin a sus incertidumbres antes de ser cocinadas y almorzadas, sin duda habrá esperanza para nosotros los humanos de ponerles fin a las nuestras.

Fernando Savater, en su artículo Incertidumbre (El País, 11-05-2015), afirma: “El principio de incertidumbre de Heisenberg, en física cuántica, dice que no se puede conocer al mismo tiempo la posición y la velocidad de una partícula elemental. De modo semejante, el sabio no logra conocer la conjunción de su situación histórica y el vértigo acelerado de sus descubrimientos. Y quizá tampoco ninguno de nosotros sepa determinar juntamente dónde está y a dónde va en este mundo hermoso y atroz”.

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