El paisaje del país es sombrío. Las medidas gubernamentales solo siguen creando una escalofriante incertidumbre. Es imposible que un gobierno que convirtió la economía del país en un manicomio, pueda lograr la confianza necesaria para convocar a todos los actores de la nación a que actúen como garantes de un cambio efectivo. No se trata de quitarle ceros a una moneda, lo primordial es asumir políticas que reactiven el aparato productivo, resguarden al empresario y sus relaciones de trabajo, así como una amplia consulta al sector de los trabajadores para de manera tripartita ir construyendo acuerdos que garanticen una economía con plenas libertades de movimiento.

Lo que el régimen plantea es una serie de medidas que no atacan la raíz del problema: su proyecto arcaico de desarrollo económico es generador de pobreza por doquier. La falta de una política económica cónsona con la realidad de la contemporaneidad traerá frustraciones cada día más crecientes, esos esfuerzos espasmódicos por ocultar la crisis sobre la base de tímidas medidas terminarán haciendo más miserables a los venezolanos. Son políticas inflacionarias que levantarán una tasa especulativa aún mayor que la actual. Los precios fluctuarán de manera increíble que hará imposible que las capas más pobres de la sociedad puedan tener para comer.

En la economía tienen que existir reglas claras. Un gobierno arrastrado por sus iniquidades financieras que quiere anclar nuestro futuro en una moneda que no existe. Si no construyen confianza y, por el contrario, la demagogia corporativa, la manipulación, la «filantropía fotográfica» destruyen este activo, generando a mediano plazo mayores presiones y escrutinio público sobre las políticas gubernamentales que creen que pueden actuar aisladas de la sociedad o crear valor de forma unilateral. Veamos el panorama regional para entender de lo que carecemos. La confianza es cada vez más un activo fundamental de la economía. Y se traduce en lo que Bernardo Kliksberg llamó capital social, una variable que mide la colaboración social entre los diferentes grupos de un colectivo humano.

Si la confianza puede definirse como una hipótesis sobre la conducta futura del otro, se supone que, si esa conducta es contraria a mis valores, a mis expectativas, a mis intereses entre otros aspectos, yo actuaré para detenerla. De allí que la comunicación corporativa tiene un rol tan fundamental en las políticas gubernamentales porque es un proceso de constante diálogo para alinear el desempeño corporativo a las expectativas sociales. Si usted analiza los resultados del Latinobarómetro podrá concluir que uno de los mayores problemas de nuestra sociedad es la ruptura del tejido social y, por ende, los vacíos de confianza entre los actores sociales, con los peligros que representa. Por ejemplo, la Iglesia es la única institución en Latinoamérica que goza de más de 50% de la confianza de los ciudadanos y en los últimos años esta viene deteriorándose.

Los medios de comunicación promedian 47%. Los gobiernos y los empresarios casi se dan la mano con 40% (En algunos países de la región se ubican por debajo de 30%) y los partidos políticos parecen ser solo avalados por las familias de los candidatos de turno y apenas alcanzan 22%. Entonces, ¿en quién confiar? Los empresarios tienen que profundizar en crear escenarios de interacción con sus grupos de interés y a través de estos construir confianza. Por ejemplo, un gobierno como el de Nicolás Maduro, que no cuenta con la confianza de la comunidad que le rodea, tendrá inminentes problemas de viabilidad; por tanto, la responsabilidad social no se trata solo de una donación, se trata de una interacción permanente donde se verifique lo que Michael Porter denomina valor compartido.

La confianza es un activo complejo y frágil, difícil de desarrollar, pero fácil de perder. No se puede comprar, tampoco se decreta por un comité, ni se puede negociar en el mercado. Hay que construirlo en el tiempo.  Una frase de Francis Fukuyama describe claramente este asunto. “La confianza es un valor económico amplio y la única y penetrante característica cultural que condiciona el bienestar de una nación y su capacidad para competir”.

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