La cultura política venezolana ha sido fuertemente impactada por el discurso y el quehacer político que el chavismo ha desarrollado en la vida nacional.

Los valores de la civilidad, del pluralismo, de la tolerancia, de la legalidad, de la libertad han sido severamente afectados en el conjunto de la nación. La lesión producida no se limita a la prevalencia de los antivalores en el seno del gobierno y en su quehacer en la vida pública. Su afectación se ha extendido a toda la sociedad, incluida la sociedad política democrática.

Cuarenta años ininterrumpidos de vida democrática crearon, con sus naturales fallas y limitaciones, una gran base social imbuida en valores positivos de democracia y libertad. No fue fácil a los fundadores de la democracia venezolana abrirles espacio a los mismos en un país marcado por más de un siglo de caudillismo, militarismo, arbitrariedad y pillaje.

Educar a la población en la idea del Estado de Derecho, en el respeto a la ley, en la convivencia respetuosa y civilizada, en la importancia de las institucionales como instrumentos del desarrollo social fue una labor colosal y extraordinaria que desarrollaron para hacer de Venezuela en el siglo XX un país modelo de democracia, progreso y bienestar en América Latina.

Ese activo social ha sido el dique más importante, que el «socialismo del siglo XXI» ha encontrado en su camino para retrotraer a Venezuela a los tiempos de la barbarie.

Esos diques se han convertido en canteras de donde surge la fuerza popular y los liderazgos que en nuestra patria han luchado para enfrentar la ignominia que representa el régimen encabezado por Nicolás Maduro.

No obstante esa maravillosa fuerza que ha mantenido viva la lucha, la sistemática presencia en la escena pública, en los medios de comunicación y en la vida social de una cultura de la barbarie, ha permeado al todo social.

Hay diversas formas de percibir esa penetración: el lenguaje, la intolerancia, la desinstitucionalización, la abulia, la holgazanería, la violencia y el pillaje abierto

Veamos algunos elementos que nos pueden ubicar en el escenario y permitirnos observar la forma como ha avanzado el proceso de descomposición de nuestra sociedad, y su aproximación a etapas de barbarie, que habíamos superado en el pasado siglo XX.

Él lenguaje constituye un elemento fundamental en la vida de toda comunidad humana. Es el instrumento mediante el cual no solo comunicamos ideas, instrucciones, actividades o sentimientos. El uso de un lenguaje violento, ofensivo y vulgar ha tomado un gigantesco espacio en la sociedad venezolana.

Dicha conducta ha derivado en un gran incremento de la intolerancia. El difunto comandante presidente dedicó todo su tiempo a promover el odio, la división y la polarización de la sociedad. Construyó un discurso potenciando los resentimientos, impulsando diferencias raciales, religiosas y económicas. Recurrió en muchas ocasiones a la palabra soez, en un afán por conseguir identidad con sectores poco educados.

Usando todos los recursos del poder, desarrolló toda una campaña de estigmatización de sus oponentes difamándolos, ofendiéndolos, adjetivándolos (escuálidos, pitiyanquis, lacayos, vende patria, y otros), y llegó así a generar un comportamiento no solo de intolerancia verbal, sino física. Se le ha hecho fácil a importantes segmentos de nuestra sociedad, frente a una opinión o posición política o de otra naturaleza, entrar de inmediato en el uso del lenguaje agresivo, la ofensa y la descalificación personal.

La moderna utilización de las redes sociales ha facilitado el crecimiento de este fenómeno llegando a aprovecharse del anonimato y la simulación, así como de laboratorios especializados, para destruir la honorabilidad y reputación de actores políticos, sociales, económicos y religiosos, contra los que se desatan campañas virulentas, mucha veces sobre hechos falsos o sobre manipulación de hechos y/o afirmaciones que les sirven de base para lanzar semejantes ataques.

Este proceso ha tomado cuerpo en toda la sociedad, pero lo que más me preocupa es que se ha internalizado, también, en importantes sectores del mundo político democrático.

La anticultura política del chavismo ha penetrado en el lenguaje y la intolerancia, a muchos de los que se consideran distintos y/u opositores a la llamada revolución bolivariana. También en comportamientos autoritarios y antiinstitucionales. El espacio de este artículo de hoy solo me permite ahondar en la intolerancia y en el uso del lenguaje agresivo, vulgar y descalificador.

En efecto, resulta alarmante el nivel de intolerancia creciente entre los diversos sectores de la oposición al régimen. El afán de protagonismo de unos, la vanidad de otros, las frustraciones y angustias de otros tantos generan un uso agresivo de la comunicación interpersonal y asociativa.

Son preocupantes los casos de pretensión de emulación del populismo chavista recurriendo a la vulgaridad en la comunicación con los ciudadanos o con las masas. Un líder democrático debe ser un educador, un orientador de la sociedad. Debe proponerse con el ejemplo y con la palabra ser modelo, en un proceso de elevación del nivel cultural de nuestra ciudadanía.

Cuando observo a importantes voceros de partidos políticos, líderes parlamentarios o comunicadores recurrir a la vulgaridad, en un intento por ser popular, o a la polémica estéril y agresiva, percibo cuán hondo ha calado en nuestra sociedad el modelo chavista de la comunicación política.

Dicho comportamiento es de inmediato replicado por sus seguidores y militantes, y se ha llegado a entender la dialéctica política como el arte de la ofensa y la agresión, y no como el debate civilizado y respetuoso de visiones o estrategias diferentes, respecto a la conducción de la sociedad.

Nuestro idioma castellano es, por fortuna, rico en herramientas para comunicar. Se puede elaborar un mensaje sencillo, capaz de ser comprendido por personas de todos los niveles educativos, sin tener que recurrir a la palabra vulgar, a la promoción del odio social. Ya bastante daño han hecho “los revolucionarios” con ese modelo. Se impone un cambio radical en quienes buscamos un cambio profundo de nuestra sociedad.

Si es urgente el cambio político, y no podemos descansar hasta lograr la recuperación de la democracia, más urgente es el cambio cultural. Este debe irse desarrollando desde ya, sin esperar el anhelado cambio político. Mientras logramos el rescate de la democracia como sistema de vida de la sociedad venezolana, es menester trabajar en ese cambio cultural.

Es importante llamar la atención de quienes ejercen o desean ejercer funciones de liderazgo, respecto a la tolerancia y el lenguaje. Ahí comienza la verdadera posibilidad de construir una sociedad de mayor nivel, de verdadero respeto y de real paz y progreso.


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