Ni la democracia ni la libertad hay que darlas por sentadas. Se tienen que defender a diario. Más entre nosotros, donde a cada instante triunfa el despotismo y nos despoja de lo que somos. Los enemigos de la libertad tienen su libreto resaltado en amarillo. Están claros en retirar el derecho de cada quien por la letanía del pensamiento único. Del lado de los totalitarios se sabe qué lugar ocupan la exclusión y el silencio. Grave es que los demócratas imiten los métodos de la clausura. Ser demócrata no es fácil. No basta con defender un ideal. Se trata de que haya pluralidad y diferencia en nuestro propio entorno. Los recelos de quienes se dicen demócratas muchas veces imitan la burda conducta de mandar a callar a quienes proponen una visión alternativa. La democracia no es una membresía sino una actitud. Si no aceptamos la opinión contraria, jamás seremos plurales.

Dos casos de intolerancia recientes en las redes me mueven a teclear estos caracteres: una pública y otra en Twitter. El primero es Edgardo Mondolfi, quien fue el orador de orden el 5 de Julio en la Asamblea Nacional y se atrevió, como demócrata y serio historiador que es, a solicitar que si existe un proyecto de Constitución nueva, este sea sometido a un referéndum.  No ha pedido otra cosa que lo que un creyente de las libertades exigiría. Someter al escrutinio popular lo que debe ser el pacto societal. Los ignorantes de las redes lo han sentenciado. ¿Qué mejor forma para denunciar la ilegitimidad que diciéndole NO a la nueva Constitución? Si los opositores se quieren cruzar de brazos en su laissez faire, laissez passer, quienes creemos en el debate no nos encuevaremos mientras escriben la historia por nosotros. El segundo caso es un tuit del psicólogo Axel Capriles, quien respecto al desfile del orgullo gay en Madrid se pregunta si un Estado debe patrocinar o defender una preferencia sexual. Huelga decir la clase de improperios a que ha sido sometido solo por requerir que la forma que se tenga de copular no genere privilegios políticos.

Tanto Mondolfi como Capriles no han hecho otra cosa que sostener una postura y ponerla en medio de una discusión. Las ideas en nuestra sociedad ya no se deliberan sino se dogmatizan con el anatema de la opinión pública. Es el primer paso a la decadencia civilizatoria. Las redes sociales se están convirtiendo en censoras prejuiciadas. No se entiende que alguien opine y que en lugar de discutir con respeto y tolerancia, se le insulte. No son demócratas quienes condenan las ideas sin analizarlas. Los cambios no llegan plegados al unanimismo, vienen con quienes se atreven a pensar en contra de la corriente y ponen en tela de juicio lo acostumbrado. Al final la historia termina por darles la razón frente a los casi todos a quienes les importa un bledo su opinión.


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