Cada vez se hace más elocuente la necesidad de discutir sobre la igualdad. Lo mismo vale decir, que cada vez se hace inaplazable replantear la visión política de estos tiempos acerca de la reducción de la desigualdad. Se trata de un tema altamente sensible, del que los organismos del sistema internacional y las instituciones del Estado han preferido tímidamente confrontar o sencillamente aplazar.

Cada vez se hace más evidente que el nuevo paradigma de convivencia mundial marcado por la innovación está generando mayores desafíos al sistema capitalista actual. Esta nueva fase del capitalismo necesariamente requiere de un replanteamiento de los conceptos tradicionales relacionados con la convivencia democrática, como es el caso de la igualdad social. Por lo general, se concibe que la igualdad social es una característica que alcanzan las sociedades donde los individuos, sin exclusión, alcanzan en la práctica la realización de todos sus derechos humanos, civiles y políticos, económicos, sociales y culturales.

Uno no podría a estas alturas definir jerárquicamente los componentes problemáticos que cuestionan la concepción tradicional de la igualdad social, dado que la forma como estos se vienen comportando se presenta muy compleja, y además se desarrolla en diferentes direcciones, las cuales no pueden siempre ser bien identificadas. No obstante, uno sí podría contextualizar el paradigma que está transformando la forma de concebir la igualdad, y es justamente el cambio tecnológico y la innovación. Pero, además, uno podría igualmente afirmar que el desarrollo tecnológico no necesariamente determina igual desarrollo económico y social. Más bien, lo que se observa de acuerdo con la dinámica del cambio tecnológico es una mayor diferenciación de las formas políticas posibles de reducir la desigualdad. Incluso, uno podría ir más allá, el cambio tecnológico muy probablemente no podría prometer la igualdad en el marco de las expectativas de la democracia liberal, pero sí podría prometer una mayor reducción de la desigualdad social y una mayor participación ciudadana con base en el conocimiento. Apenas, un ejemplo de ello, podrían ser los cientos de miles de nuevos empleos en el mundo que indirectamente han generado empresas como Amazon, empleos estos que no se reflejan en el PIB nacional.

Pero ello no significa que no se deban cuestionar de forma severa ciertas paradojas de la prosperidad, como es el caso del Silicon Valley, donde cohabitan multimillonarios de la tecnología, trabajadores mal pagados y residentes que viven a sus alrededores en condiciones de pobreza. El Silicon Valley es un ejemplo de que la eficiencia económica y la alta tasa de utilidades que generan las empresas a través del conocimiento y la inteligencia no es directamente relacional con la eficiencia social. Quiere decir esto que el cientificismo corporativista de libre mercado o el enfoque de la destrucción creativa y la innovación no significa poder cumplir la promesa –hasta ahora incumplida– de derrotar la desigualdad y la exclusión social.

Aun cuando existen opiniones divididas sobre los alcances de la tecnología en la reducción de la pobreza y la desigualdad social, pareciera tener mucha fuerza la corriente neo-schumpeteriana cuando deja ver que la innovación genera una ola de progreso que obviamente es suplantada por otra nueva. Sin embargo, ello no garantiza que existan márgenes muy altos de inclusión social.

No obstante, para el caso del Silicon Valley, si algún reto no menos importante tiene Estados Unidos como uno de los epicentros de la innovación en el mundo es el poder compensar su capacidad científica y tecnológica con un lenguaje más local, social y moral. La innovación requiere legitimarse con mayor progreso y bienestar social.

No solo rodea al Silicon Valley una población pobre que apenas gana cerca de 11 dólares diarios para vivir. Además, 26,8% de la población califica en la inseguridad alimentaria. También están los trabajadores de las empresas que se encuentran allí, quienes viven con ingresos insuficientes para alimentar a sus familias y tienen enormes problemas para adquirir viviendas asequibles de acuerdo con sus ingresos. Muy contradictoriamente habitan allí miles de millonarios que rodean las poblaciones de Santa Clara y San Mateo.

Pero esto no solo pasa en Silicon Valley, también sucede en Nueva York, una de las ciudades más ricas y poderosas del mundo que posee una importante plataforma de servicios. Allí existe casi 1 millón de residentes que ganan menos de 20.000 dólares al año, casi 2 millones de neoyorquinos reciben asistencia por parte del Estado para alimentarse.

Todo indica que el paradigma tecnológico exige de un nuevo discurso social y moral que legitime la visión política de la innovación y que coloque en el lugar correcto los alcances reales de la tecnología en la reducción de la pobreza y la desigualdad social, con lo cual se estaría administrando de mejor forma el margen de expectativas de esta nueva fase del capitalismo. Y ojalá que las ciencias sociales no aprovechen este contexto solo para darle nueva vida a las izquierda o a la derecha política tradicional, quienes conocen al populismo como su mejor alma para llegar y permanecer en el poder. 


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