I: Emociones y pensamiento, indistinguibles

Incluso en las escasas entradas que dedica a materias que cabría llamar cotidianas –episodios con los nietos, las secuelas de un robo a su apartamento, el cansancio que dejan algunos días–, Victoria de Stefano ejerce su vocación por el pensamiento. Escribir, anotar la experiencia, es darle forma a su conciencia emocionada. La vigilia constante: un método para escapar de la banalidad, dejar atrás la amenaza del tiempo perdido. La primera entrada del libro, que corresponde al 20 de febrero de 1988, recoge un intercambio de la autora con el poeta Juan Sánchez Peláez: “Para él yo soy demasiado racional, cerebral”.

El centenar de páginas que conforman los Diarios 1988-1989 (Editorial El Estilete, Venezuela, 2016) desmienten, me parece, la presunción de racionalidad. El pensamiento de Victoria de Stefano es la realidad que adquiere su emocionado vínculo con el mundo. En ella son indistinguibles pensamientos y emociones. Hay una atmósfera que se siente al leerla: un-existir-en-estado-de-emoción, que se posa sobre lo inmediato, pero que también se proyecta hacia los grandes asuntos de la convivencia. Pensar es su modo de comprender nuestra condición vulnerable, su manera de hacerse cargo de los dolores de la vida.

El 19 de marzo de 1989, Victoria de Stefano mira hacia el colchón donde han dormido sus nietos, desde su cama, y escribe: “Al mirarlo, me produce el efecto de una ternura arrasada, devastadora. La ternura es un amor con dolor, con temor; temor ante lo que pueda sucederle a los que amamos. Es un sentimiento que se nutre de la inocencia, de la propia y de la del otro, que ya no es otro porque ha llegado a ser uno mismo. En la ternura rogamos por la inocencia, por todo lo que ella tiene de incauto y desprevenido. Suplicamos porque se nos ahorre el mal: a ellos, a nosotros; es lo mismo”. Aquí, como tantas veces en el diario, lo episódico y lo reflexivo se ofrecen inseparables.

De las rendijas que dejan sus emociones: de ese lugar provienen sus frases impecables (“Nada cansa tanto como el horror y el qué irá a pasar”); su don para dibujar límpidas escenas con muy pocas palabras (“En la tarde, ni un alma en la calle. Estado de sitio. Que el tiempo pase volando. Lo único que pasa volando es una ambulancia con sus aullidos”); su elocuencia para deslindar lo que reclama ser aclarado (“¿Qué es la sorpresa? Una cosa casi sobrenatural que sucede de pronto. Lo que sucede es lo contrario de lo que transcurre y dura. El transcurrir posterga los acontecimientos, las ilusiones, lo deja todo para mañana. Hoy no se fía, mañana sí. El sucede omite el tiempo. Ya no se está en la duración, se está fuera del tiempo, porque se está en el presente absoluto”).

También de allí, de esa autoconciencia que ejerce sin pausas, se levanta la plasticidad de su lengua, como cuando narra, el 30 de marzo de 1989, el momento en que recibió la noticia de la muerte de su madre y de dos hermanos, durante un terremoto: “Cada vez que recibo una mala noticia siento como si me dieran con un puño cerrado en el estómago, un puño violento, incontenible, implacable como la patada de un gigante. Me llevo la mano a la boca, porque me falta el aire o para evitar que se me escape ese poco con el que se nos va la vida”. He aquí uno de los tantos ejemplos de tino y constancia que son el signo de su prosa.

II: Del leer y del escribir

¿Es distinta la novelista de Lluvia, Historias de la marcha a pie y Pedir demasiado, entre otras, a la autora de los Diarios 1988-1989? Más allá de las especificidades de cada género, novelista y diarista están unidas, de forma irrenunciable, en la propiedad con que pronuncia cada palabra. Hay una delectación, una responsabilidad, un deseo de resguardar ese bien común que es la lengua. No hay frase vana. No hay relleno. Nada que no responda “al dictado del pensamiento”, pero también, al trabajo incesante de escribir y perfeccionar la escritura: “No, no creo en la escritura espontánea, lejos de eso: la escritura es experiencia, la experiencia es laboriosa, la experiencia es adquirida”.

Son diarios literarios, por el regusto que provocan las inflexiones de su prosa. Pero también, porque ninguna corriente temática es más persistente que la que proviene de las lecturas y se proyecta hacia la escritura. “Todo lo que leo está en función de lo que escribo. Pero yo no busco los libros ni los ‘temas’ solo por lo que puedan aportarle a mis libros, ni tampoco de un modo consciente o premeditado, son ellos los que se cruzan y vienen a mi encuentro según las reglas bien concertadas del azar objetivo para demostrarme que es desde esas voces ajenas por las que nos sentimos solicitados como se le da la cuerda a la propia trama”.

4 de abril de 1989: Victoria de Stefano escribe: “Día gris, anubarrado. Mi ánimo es triste, tan triste como este día sin sol. Podría llorar dulcemente, con un dolor quieto, apacible, soportable, un dolor sin ímpetu. Y lo que es peor, los zancudos me rondan. No tienen ninguna consideración conmigo. No se apiadan”. En los siguientes dos párrafos, con lucidez proverbial, habla de los diarios de Musil. Esto es obvio en su caso: literatura y experiencia no se explican aisladas. Mirar a una, exige la luz de la otra.

III: Fragmento y un párrafo de cierre

24 de marzo de 1989: “Una noche de invierno –enero, febrero tal vez, no sé (no me gusta explorar ni los meses ni los años del pasado, ¡lo hacen sentir a uno tan remotamente viejo hacia atrás!). París-Venecia, largo viaje del que guardo indeleble memoria del turco –un coloso de auténtica belleza– que volvía a su patria después de haber trabajado varios años en las usinas, tal como él en su mal francés decía, y llevaba de vuelta por todo equipaje un bolso repleto de macetas de tulipanes. Este turco aparece fugazmente en una de mis novelas. Mostrándome su pasaporte y golpeándolo con su inmenso puño, me dijo: Paris, plus jamais plus, plus jamais, plus jamais. ¡Dios mío, qué mal ha debido pasarla este hombre! ¡Con qué adolorida nostalgia habrá vivido! ¡Dios, concédele que haya vuelto a sus cabras, a su campo, a su madre, a su novia, y que no se ‘separe de ellas, nunca jamás’!

“Ese mismo turco me preguntó si yo había trabajado en las usinas. Palidecí y, al responderle que no, sentí vergüenza, vergüenza roja de pie a cabeza. Vergüenza por los privilegios que había tenido, en cuerpo y espíritu, y que me separaban de él y de una parte más que grande de la humanidad. Porque si estremecerse con un poema de Rilke, extasiarse con la contemplación de un Cèzanne, no es un privilegio, entonces yo no sé qué cosa será un privilegio, qué podrá serlo”.

La diarista reflexiona sobre los diarios. La empática se conecta con sus simpatías. Consigna sus inquietudes sobre cuestiones como sinonimia y heteronimia, ánimo y escritura, tono y fluidez, representación y “efusión creativa”, decenas y decenas de autores a los que dedica, con precisión y habilidad admirable, unas líneas o más, comentarios siempre incitadores, frases que solo pueden ser escritas por una experimentada y sensible lectora. La amiga recuerda a sus amigos. La escritora dedica pensamientos a las escrituras. La mujer sensible se confronta a sí misma. La ciudadana que es Victoria de Stefano no olvida nunca la persistencia del mal.

*Diarios 1988-1989. La insubordinación de los márgenes. Victoria de Stefano. Editorial El Estilete. Venezuela, 2016.


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