Tarde o temprano, una vez que se le ha leído con la vocación necesaria, los poetas -quiero decir, los buenos poetas que además escriben ensayos-, se preguntan si escribir o no sobre Rilke: si será posible salir airoso de un desafío que han intentado, cada uno con brillo peculiar, ensayistas, pensadores, biógrafos y filósofos. Rilke, como Kafka y Dostoievski, es un imán, territorio lunar que invita, entre susurros, a ser explorado. Como ha escrito Mauricio Wiesenthal (su enorme biografía de Rilke es un festín de la escritura), Rilke “no es un ángel, sino un sacerdote”. Y es a ese sacerdote al que Zagajewski rinde una ofrenda.

Adam Zagajewski (1945), escoge el que quizás sea el único camino posible: una aproximación personalísima, que parte de volver a fijar el lugar que Rilke ocupa en nuestra cultura: “el mejor ejemplo de vida de un artista moderno y quizás el modelo más puro y perfecto en su infatigable búsqueda de la belleza”. La figura algo anacrónica, por momentos ensimismada, ajena al bullicio de su tiempo; el antimoderno que invertía sus rigores en cada palabra; el poeta que parecía hablarle a un tiempo distinto al suyo, lo que le ganó afectos y repulsas; el que esperó toda una década para completar las diez Elegías del Duino, mientras ellas cristalizaban en su mente: “Como sabemos, las Elegías del Duino terminaron por llegar y dieron un glorioso sentido a su peregrinar, a su espera, a su postergar, a su deambular de villa en villa, a su paciencia. Conformaron su vida como una obra de arte y lo convirtieron en un emblema de la poesía del siglo XX”.

Aun cuando la educación que recibió apenas merezca alguna mención, las lecturas de Stefan George y Hugo von Hofmannsthal, y la relación con Lou Andreas-Salomé, resultaron capitulares: la visión literaria de Rilke adquirió nuevas proporciones. Espíritu eléctrico y proyectado hacia los asuntos del mundo, viajaron juntos: ella le influyó y lo relacionó con otras mentes brillantes de su tiempo. La capacidad de absorber de Rilke era ilimitada. El tiempo en que fue secretario del escultor Auguste Rodin, fue de nuevos aprendizajes, aunque no sea posible afirmar que el joven haya sido interlocutor del viejo francés.

Zagajewski habla de las claves de la sensibilidad poética de Rilke: su desapego de las tradiciones, su modo directo de abordar los temas en sus poemas, su “fascinación por el centro de las cosas y de las personas”, su inacabado volver a la cuestión de tener/no tener casa. Rilke no se estableció en ninguna tradición. Se mantuvo ajeno a las controversias de la política. A partir de cierto momento, su poesía se fue cargando de una autoridad de lo universal y de lo que va más allá de las circunstancias inmediatas. Las Elegías de Duino es “el espacio humano par excellence”.

Releer a Rilke. Adam Zagajewski. Traducción a cargo de Javier Fernández de Castro. Editorial El Acantilado. España, 2017.


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