Estamos en el limbo de la incertidumbre. En la cresta del desconcierto de preguntas sin respuestas. Esperando algo que nadie sabe qué es. Preguntando a quienes tampoco saben, qué cosa saben.

Ya no se trata de saber si nos queda algo. Se trata de averiguar qué queda de lo que teníamos. Lo que sí es seguro es que nadie sabe qué está pasando, adónde se fueron los ceros, ni cuánto vale el dinero, ni cuál será el precio de los productos.

En el ancla de un barco de Conferry incrustaron nuestros devaluados bolívares. Al arrojarla al agua, como no estaba atada, se hundió en un mar de aletargado petróleo. Detrás del ancla, por maldad del capitán y de su tripulación, la nave a la deriva se estrelló contra un iceberg rojo. Hoy, ante nuestra actitud zombi, el corroído navío, antes próspero tricolor de siete estrellas, se hunde en este ch-abismo negro y pegajoso en el que han convertido a Venezuela, el país con las más ricas reservas de petróleo del mundo, pero inútiles hasta que regresen los ingenieros que sí saben cómo extraerlas de la tierra.

A no ser que tengamos un vehículo, permanecemos presos ya que, por insólito que parezca, en Venezuela es difícil conseguir transporte de ningún tipo y si lo logramos, no hay efectivo para pagar.

Hoy, al parecer, hay billetes nuevos que conviven con los antiguos y ya nadie sabe el valor de ninguno.

Hoy, las prostitutas follan por amor y los chulos hacen trueques porque no hay dinero para chulear.

Todo tiene valor, pero nadie sabe cómo comprar o vender. Todo parece haber perdido el costo. Ya ni siquiera sabemos cómo auxiliar al indigente que, muerto de hambre, vela un desayuno que nadie sabe cómo pagar.

Ojalá podamos comprar pan, cebolla y huevos. Que los pocos choferes de buses sepan cómo cobrar. Que la señora que prepara las empanadas pueda abrir su negocio y exista forma de retribuir su trabajo.

¿Será que todos los venezolanos estamos dormidos y tenemos una pesadilla? Quizás, cuando despertemos, la historia es otra. Por ejemplo, que el 28 de julio de 1954 ningún niño nació en la ciudad de Sabaneta de Barinas y en Caracas, un bigotudo y dicharachero chofer de Metrobús transporta alegres pasajeros en una ciudad próspera que es la envidia de América Latina.

En medio de esta reconversión monetaria sería bueno que los venezolanos tuviéramos una reconversión mental y despertemos de la pesadilla.


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