En los días recientes se han anunciado detenciones, juicios, deserciones, persecuciones y torturas en el ámbito militar. Dicen que había una conspiración en marcha, detectada a tiempo, que condujo a una nueva razzia en contra de oficiales. Es obvio que no se produjo ningún alzamiento militar conocido y la rebelión fue aplastada, según los voceros del régimen. Ante esta afirmación propongo una hipótesis: la rebelión la hubo, pero de modo diferente, tal vez como una rebelión militar del siglo XXI.

Antes, una breve nota sobre el 4-F de 1992. Chávez y sus consocios iniciaron lo que su épica consignó como rebelión militar. No; no era un golpe según ellos, sino el vuelo de las buenas almas hacia el poder. Hubo centenas de muertos y heridos, y los militares leales derrotaron la jugada de los jóvenes oficiales. Sin embargo, aquel alzamiento fallido inició la demolición del gobierno del presidente Carlos Andrés Pérez. El descontento tomó el rostro del oficial hablachento y audaz, y los “notables”, los partidos políticos –incluido el de gobierno–, la Corte Suprema y los medios de comunicación hicieron el resto. Lo que siguió es historia conocida.

Con este breve excurso quiero proponer que lo que ha ocurrido –¿sigue ocurriendo?– estos días en la Fuerza Armada es una rebelión que tal vez ha sido derrotada –como la del 4-F– pero cuyos efectos disolventes y críticos están en marcha sin que Maduro y Padrino López la puedan detener. No hubo alzamiento (por lo tanto, no hubo muertos como en el 92), pero hay una marea de persecución en la institución militar que la tiene en estado de implosión (como en el 92), y que anuncia una situación de implosión del propio régimen, al estallar, desde dentro, lo que por la vía de la represión se ha constituido en su casi única base de apoyo.

Sin un alzamiento y con centenas de oficiales perseguidos, la implosión militar parece estar en marcha y, por esa vía, la del propio régimen. El efecto político de un alzamiento derrotado es una onda expansiva sobre la estructura de un aparato de poder que perdió todo apoyo social doméstico y todo apoyo internacional político.

Las diferencias con el golpe de Chávez son obvias. Aquel fue un movimiento en contra de la Constitución y en contra de un presidente absolutamente legítimo, que desató una conspiración con la comparsa de los “notables”; el de hoy se muestra como un movimiento a favor de la democracia, cuyo retorno respalda ampliamente la comunidad internacional.

Sin embargo, ambos se desarrollan en la dinámica de la implosión: el régimen colapsa sobre sí mismo.


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