Uno de esos personajes de leyenda

Lo conocí poco, comentó algunos de mis artículos y compartimos en una larga conversación la Venezuela de nuestros ideales y sueños. Me llamaba poeta; yo a él, Mariscal. Aunque no lo traté mucho siempre supe que Oscar Pérez era uno de esos personajes de leyenda que uno no cree que existan, sino hasta haber incrustado nuestro dedo en alguna de las llagas de su costado y haber tocado su corazón palpitantemente venezolano. Era un idealista; sí, en Venezuela todavía existen algunos de ellos.

Él era uno.

La indoblegable banalidad de los doños académicos

Cuando se rebeló y alzó vuelo en un helicóptero policial mostrando la proclama “350 Libertad”, no imaginé que fuera el Mariscal. Nunca dudé de los insurrectos, resultaba obvio que lo eran, la irreverencia, la temeridad, pero sobre todo la demencial ira con la que había respondido la tiranía chavista a semejante osadía eran pruebas irrefutables de la verosimilitud del hecho. No obstante, el colaboracionismo opositor, la indomable banalidad de los histéricos doños académicos y la neurastenia colectiva le restaron crédito al evento insurreccional. Según ellos era un “trapo rojo” (otro más) del castrocomunismo, un entuerto para distraer nuestra atención.

En la hazaña vieron –venezolanamente– un show.

Un soldado verdadero

“Poeta, soy yo, el Mariscal, ¿qué te pareció la misión?”. Conversé corto con él. Le expresé que una acción de esa naturaleza sin coordinación lo aislaría. Llamar al “pueblo a la calle” sin planificación y organización previa, para los que entendemos de movilización social, es un ilusión: por Twitter o por Periscope no se puede hacer una rebelión, es imposible, hay que planificar y organizar mucho antes para que ocurra, hay que movilizar. Igual le manifesté mi reconocimiento y admiración.

Un soldado verdadero, como él, lucha por la libertad de su país.

El desastre

No supe más del Mariscal, pero entendía que algunos compañeros estaban en permanente contacto con él. Me enteré DE que darían una entrevista en CNN y me estremecí, lo consideré un gravísimo error. Intenté evitarlo, pero no pude. El Mariscal –según me dijeron– estaba decidido, quería exponerle al pueblo venezolano las razones de su lucha, le afectaba mucho que no le creyeran. Ese fue su error: la incredulidad venezolana lo expuso y lo entregó. El riesgo fue innecesario.

La entrevista fue un desastre.

Aquellas ametralladoras, aquellas bazucas

La madrugada nefasta del 15 de enero nos hizo testigos de uno de los sucesos más tristes de los que tendremos memoria en nuestras vidas, la ejecución desproporcionada, cobarde y criminal de un venezolano cabal, de un verdadero soldado que luchó a su modo por la libertad de su país. Aquellas ametralladoras y aquellas bazucas son heridas que están clavadas en nuestro espíritu, que aún se desangra. Las últimas palabras del Mariscal jamás se borrarán de nuestra memoria. Perdimos a uno de los mejores venezolanos de nuestra generación.

El idealismo fue asesinado.

Acto de contrición

La tiranía quedó desnuda con la masacre. Ni en la guerra se actúa con tan cobarde alevosía como ella actuó. Su brutalidad criminal quedó en evidencia. He pensado mucho en lo ocurrido y estoy convencido –lo escribo con desconsuelo y vergüenza– de que si la dictadura chavista no hubiese masacrado físicamente a Oscar Pérez, la incredulidad venezolana lo habría masacrado moralmente. De haber negociado su rendición, el colaboracionismo venezolano unido a la babosería farsante de los histéricos doños académicos lo habrían acribillado con improperios y dudas, con banales comentarios y burlas, como lo han hecho con tantos que han entregado su vida y su libertad para enfrentar a la peste chavista. Ojalá esta reflexión genere un acto de contrición entre los incrédulos y los eruditos de la mediocridad, pero lo dudo.

Honremos a los venezolanos que luchan, ellos son los imprescindibles.

El Gran Mariscal

Las últimas palabras de Oscar Pérez antes de morir, su serenidad y convicción hasta el último de sus segundos, el conmovedor mensaje a sus hijos y su invitación al pueblo de Venezuela a seguir luchando contra la tiranía chavista, han quedado tatuadas en nuestro espíritu: los venezolanos lo hemos ascendido como el Gran Mariscal de nuestros corazones. Estoy convencido de que la excesiva crueldad con que fue masacrado junto a sus heroicos compañeros, igual como ocurrió con la ejecución de José María España y de Manuel Gual en 1799 (que inspiró y fue precursora de la Independencia de Venezuela), nos motivará y forzará a seguir luchando. Honrar al Gran Mariscal es luchar más y mejor, es luchar sin descanso hasta la libertad. Su ejemplo de vida y de lucha es la vara alta con que se mide la bravura que tanta gloria ha dado al pueblo venezolano ante la historia universal.

Gloria al bravo Oscar y a sus compañeros.

¡Su fuerza será la unión!


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