El caso del arresto de la directora financiera de Huawei, Meng Wanzhou, en Canadá hace pocos días viene a enturbiar el alto el fuego que Estados Unidos y China llegaron a negociar en la reunión de los 20 en Buenos Aires, orientado a encontrarle una salida rápida a las diferencias comerciales que se han suscitado entre los dos titanes de la escena global.

Las pasiones se han caldeado del lado chino y no es para menos. La alta ejecutiva de la transnacional china es la hija del fundador de este gigante de las telecomunicaciones. La detención se produjo como consecuencia de una solicitud de Estados Unidos a Canadá por considerar que Meng estaría incursa en un fraude para evitar las sanciones norteamericanas contra Irán.

El gobierno chino, poco amigo de hablar más allá de lo necesario, ha sido elocuente en este caso y su ministro del exterior ha dicho que “Estados Unidos ha violado los derechos legítimos y los intereses de ciudadanos chinos, y la naturaleza de esta violación es sumamente grave”. Pero en Washington también han sido terminantes. La justicia americana sostiene que la funcionaria de Huawei le había mentido a bancos en torno a una empresa filial de la transnacional de manera de tener acceso al mercado iraní en el lustro que va de 2009 a 2014.

Mas allá del hecho puntual de la desinformación que haya podido instrumentar la alta ejecutiva de manera de burlar una política norteamericana en torno a Teherán, en Washington se toman muy en serio este caso –hay que recordar que la China ZTE estuvo a punto de ser cerrada por pecados de la misma índole–, es necesario remarcar que el caso se va a ver contaminado por otros elementos que nada tienen que ver con Irán. Huawei, el segundo proveedor de teléfonos digitales, es una de las empresas más cuestionadas en el área de las telecomunicaciones no solo por Estados Unidos, sino por el mundo en general.

A Huawei no le faltan detractores por razones válidas que influirán en el ánimo de los observadores y de quienes tengan la responsabilidad de juzgar la gravedad de las culpas. Son las que tienen que ver con el espionaje que pudiera haberse armado de su parte en su actuación en algunos países. No es poca cosa que el gobierno de Japón tenga bajo escrutinio las compras oficiales de sistemas que provengan de Huawei, Gran Bretaña los ha cuestionado severamente desde su servicio de espionaje electrónico y la empresa BT ha hecho pública su determinación de no usar equipos de la empresa china en su propia red GT. En Australia hay una prohibición de incursión de la tecnología de esta empresa en los proyectos de quinta generación del país.

Así pues, la empresa china ha sido etiquetada de poco confiable y de ser descaradamente el “enfant terrible” en el medio de las telecomunicaciones.

Agrava el caso el que no se trate de un jugador de ligas menores el que se encuentra en la palestra. Esta empresa es la que detenta el puesto de líder mundial en los sistemas de telecomunicación y particularmente en la generación de telefonía 5G, cuya implantación se está generalizando a escala planetaria. Y aunque hay dudas sobre su carácter público o privado, no es posible ocultar su talla. Cuenta con 180.000 empleados y, de acuerdo con sus propios datos, su cifra de negocios es superior a 90.000 millones de dólares y sus utilidades en 2017 se ubicaron sobre los 7.000 millones.

El que no se sepa si trabaja para sus accionistas privados o para el gobierno chino le agrega complejidad al tema. Sería de una gravedad superlativa que en Pekín hubieran estado al tanto de los fraudes urdidos desde la Unidad de Finanzas de la empresa.


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