Para nadie es un secreto que el régimen no tiene la más mínima intención de renunciar a sus propósitos inconstitucionales, que su decisión de atornillarse en el poder “como sea”, que es el único método del que disponen, es irreversible. Tampoco es un secreto que existe una cúpula dominante en ese régimen que quiere imprimirle carácter de exterminio de la oposición a la actual represión y que esta no cesará por ningún motivo. Si algo ha sabido hacer este régimen dictatorial ha sido el montaje de un régimen represivo en lo político, en lo económico, en lo social e incluso en lo moral, que es necesario desarticular con acciones y estrategias tan audaces, como posibles.

Partamos del hecho cierto de que ningún régimen totalitario como el que pretende atornillarse en Venezuela es eterno, que todos son susceptibles de caer, siempre y cuando quienes se les oponen, jueguen bien, oportunamente y a afondo, las cartas a su disposición. Esas cartas las tienen la AN, la MUD, la fiscal, los partidos políticos, la sociedad civil, aun aquella que vive en la indiferencia, las oposiciones no adscritas a la MUD, la disidencia chavista que existe, es muy grande y tiene fuerza, y todos los que se oponen a las pretensiones constituyentistas de Maduro, Padrino, Cabello, Jaua, y demás componentes de la satrapía en marcha.

A menos de dos meses de la fecha señalada para el asesinato de la Constitución, de la democracia y de la libertad, tenemos en la calle una gran protesta nacional que no se detiene, una juventud que se juega el resto, un pueblo que quiere sacudirse el yugo militar y la incompetencia de sus socios civiles. Esa protesta tiene el apoyo de la comunidad internacional, un grupo notable de ex presidentes democráticos advirtiéndole al mundo sobre el nefasto destino que le espera a Venezuela, en el caso de cumplirse los planes castro-comunistas hasta ahora instrumentados, sin embargo, sentimos que algo falta para lograr los objetivos y ese algo tiene que ver con la unidad opositora.

De situaciones cruciales como las que vivimos solo se sale con acciones audaces, de las cuales la más audaz, pero la más efectiva y absolutamente invencible, es la unidad de todas las oposiciones al proyecto “prostituyentista” de Maduro. Si pensamos con lógica nos tenemos que preguntar si ¿hay en el panorama una causa mayor a la de salvar a Venezuela de una tiranía totalitaria? Si ¿las aspiraciones presidenciales de los líderes que aspiran, que en ocasiones han perturbado la unidad necesaria para hacerle frente al autoritarismo, pueden estar por encima de la salvación de la democracia, sin la cual sus aspiraciones no existirían? Es hora de decidir si prefieren ser arrasados, sin pena ni gloria, por el fraude que plantea la oligarquía fascista cívico-militar hoy en el poder, o luchar por la reivindicación del Estado de Derecho en un país con las instituciones secuestradas y corrompidas y en contribuir con firmeza y sin intenciones ocultas, a formar una unidad nacional para el rescate de la democracia y así convertirse en los verdaderos intérpretes de esa juventud y ese pueblo que está en la lucha contra la tiranía.

Siendo la realidad revelada en todas las encuestas, que más de 85% está en contra del proyecto constituyente de Maduro y su combo, quiere decir que no hay razones válidas para que no se forme un frente común contra un proyecto tan lleno de aviesas intenciones, en el que cada una le aporte profundidad a sus puntos de vista y hacer que facilite la tarea de derrotar la pretensión totalitaria de la dictadura. Intentarlo, poniendo el corazón y la mente en esa Venezuela que queremos todos, sería un paso de extraordinaria significación con el que se lograrían objetivos cruciales, como el reencuentro de los  venezolanos para derrotar la intolerancia de un régimen militar fascista y con ella la crisis que nos agota, requisito indispensable para la conformación de un movimiento de unidad nacional para salvar a Venezuela, con lo cual quedaría aislada la violencia criminal promovida por el ala más fascista, delincuente y radical enquistada en las alturas del poder y comenzar de manera pacífica nuestro tránsito hacia la democracia y la gobernabilidad.

Todo ello por supuesto sin desvincularnos de la protesta como ejercicio irrenunciable de un derecho, sin interrumpir la resistencia en marcha, sin perder de vista los caminos constitucionales, todavía no explorados, como son los actos pendientes de la AN, sin dejar de un lado los proyectos y las aspiraciones de la distintas agrupaciones políticas, pero colocando como tema prioritario enderezar las gravísimas distorsiones que este régimen, en ya casi veinte años en el poder, provocó en lo político, en lo social, en lo económico, en lo moral, tarea que solo podemos realizar si queremos salir victoriosos, y en poco tiempo, todos los venezolanos de buena voluntad unidos en ese propósito.

En los actuales momentos el único camino posible para salir de la crisis, liberarnos de la dictadura, regresar a la normalidad, y emprender el camino hacia una prosperidad cierta, que está allí, al alcance de nuestra perseverancia, de la fe ciudadana, de nuestras más sentidas motivaciones, es la unidad de toda la disidencia para enfrentar el proyecto castro-comunista.

De los actores políticos y sus decisiones depende nada menos que el destino de un pueblo y de un país, y en las actuales circunstancias, cuando lo que esa inmensa mayoría que repudia toda la acción oficial centrada, desde hace mucho, en engañar y en reprimir a un pueblo que quiere cambio de rumbo, lo que se espera son decisiones trascendentes que hagan pensar que el cambio está cerca, lo cual pasa, inexorablemente, por una definitiva cohesión de las fuerzas opositoras, cohesión que dejaremos de poner en duda, cuando veamos que todo el esfuerzo que se invierte en más que prematuros, obstruccionistas comandos de campaña que trabajan como si las elecciones fuesen mañana, se invierten en los esfuerzos tácticos y estratégicos que requiere el fortalecimiento de la unidad.

Con una unidad compacta y coherente de todos los factores que hacen oposición a las locuras del régimen, no hay lacrimógenas, metras, ni balas, ni TSJ, ni CNE, ni Poder Moral que valga, porque esa unidad no es otra cosa que la voz de un pueblo que se respeta a sí mismo y se hace respetar por los insolentes.


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