En La Habana la preocupación es grande. El desastre económico venezolano, cuya flagrancia y gravedad está haciendo erupción aceleradamente con la crisis de energéticos que hay dentro del país, no los deja dormir. La falta de gasolina penaliza superlativamente tanto a la población como al gobierno revolucionario. La población está llegando a la intolerancia y el bravo pueblo puja por manifestarse.

El sector de transporte de pasajeros es el primero –pero no el único– en verse constreñido. Hasta para dirigirse a pasar el día en una humillante cola intentando comprar, donde haya, algo para colocar en la mesa de los hijos, la población no se transporta a pie. Ya circulan los videos que registran el inhumano apelmazamiento de gente en las estaciones del Metro. Tampoco va a pasar mucho rato antes de que el desabastecimiento de alimentos a escala nacional se torne crítico por la imposibilidad de transportarlos desde los centros de producción o de ingreso al país hasta los anaqueles de los abastos.

La otra cosa que saben dentro del gobierno cubano es que no hay salida inmediata, ni dentro del mediano plazo, a esta crisis de provisión de gasolina y son capaces de detectar como su prolongación puede ser incendiaria y provocar aun mayor inestabilidad para el gobierno de Maduro, quien debe atender a la vez, un conjunto apremiante de dramas para el conglomerado nacional, como por ejemplo, la crasa falta de medicinas.

¿Está Venezuela tocando fondo? Si la población venezolana padece por falta de alimentos o medicinas, ello tiene indiferente al gobierno de la isla. Lo que no puede permitirse el señor Raúl Castro es perder la muleta que durante tantos años le ha proporcionado el chavismo en lo económico. Ya no se trata de la necesidad de exportar el modelo cubano al resto del continente. El gran asunto ahora es la protuberante interrogante que surge sobre la supervivencia del régimen cubano luego del colapso de Venezuela.

Su otro gran asidero, la política aperturista y tolerante hacia Cuba intentada por el Estados Unidos de Barack Obama, la que hubiera tenido un positivo eco en el resto del continente, también ha hecho aguas y no hay manera de dar marcha atrás con el actual inquilino de la Casa Blanca. No es un secreto que Donald Trump y sus emisarios se han estado asegurando, en las pasadas semanas, la comprensión hemisférica y universal en aquello de cercar a Venezuela para que sus fichas en el gobierno se consuman en su propio caldo y, por bandas, acaben con lo que queda del totalitarismo cubano.

Poco le sirven a Raúl Castro otras buenas relaciones que haya podido abotonar a lo largo del tiempo. Más de 40 países se han manifestado en contra de la aberrante situación del país venezolano a la que la ha conducido el gobierno revolucionario y no tardan en sumarse a sanciones globales para provocar su total aislamiento. Entre ellos se cuentan aquellos que podrían colaborar en sacarle a La Habana las castañas del fuego.

Así que no queda otra. Se acabó la “manguangua” que ha durado casi dos décadas. Su propio espíritu de preservación llevará al gobierno de la isla a buscarle a su país benefactor una fórmula de salida para quedar Cuba lo mejor parada. Querrán formar parte de la transición que se arme, porque solución de otro género no hay.

Está escrito: el caos venezolano en todos los terrenos es tan monumental, tan oprobioso y tan visible que no solo englutirá al ribereño del Caribe, sino que en su naufragio se llevará por delante a su gran artífice: la Cuba de los Castro.


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