Ha llegado el momento de desprenderse de aspiraciones legítimas, de ambiciones desmedidas y de protagonismos estériles. La crisis de nuestra nación no está para seguir jugando al cálculo personal, grupal o partidista. El nivel de descomposición que la crisis está alcanzando nos obliga a todos los actores políticos a revisar radicalmente el comportamiento que hemos asumido hasta la presente hora.

Si nuestros partidos y nuestros compañeros de lucha política no le damos un giro radical a nuestra forma de hacer la tarea, Venezuela seguirá hundiéndose en el despotismo y la miseria.

Estamos en los días finales de 2017. Pronto nos llegará el año de las grandes definiciones. 2018 es el año del vencimiento del periodo presidencial, y la dictadura está constreñida a convocar el proceso electoral para elegir al jefe del Estado. Los agentes políticos de la camarilla roja han estado preparando el camino hacia ese proceso. No lo están haciendo impulsando una gestión de gobierno que atienda la aguda crisis social, económica, moral y política que padecemos los venezolanos. Lo están haciendo aplicando una estrategia de desaliento y desesperanza hacia las grandes mayorías que repudian el modelo socialista. Lo hacen fortaleciendo el mito de la invencibilidad de la revolución.

Resulta un drama que, después de haber logado la clamorosa victoria de la sociedad democrática en las elecciones parlamentarias en diciembre de 2015, estemos ahora en una situación tan precaria y tan desalentadora. Aquella sólida fuerza surgida de las urnas se ha fragmentado y dilapidado de una manera sorprendente. Todo eso se debe al afán de dominación y protagonismo de quienes concurrimos a la escena de la política democrática.

Se ha actuado como si viviéramos en una democracia normal, donde los partidos y los líderes políticos buscan captar para sí o para su parcialidad el respaldo de la sociedad. En esa pugna por la primacía en el campo de la oposición democrática se han gastado valiosas energías, pero sobre todo se ha gastado tiempo valioso, y lo más importante, la confianza y la esperanza de la mayoría nacional.

Esa mayoría sigue repudiando desde el fondo de su corazón la barbarie roja. Sigue clamando por un cambio profundo de la actual situación política y económica de nuestro país. Pero no confía en nuestras organizaciones y ha reducido dramáticamente su confianza en el liderazgo, hasta el punto de generarse sentimientos de rechazo tan severos que la presentación de cualquiera de los principales actores políticos de los últimos diez años no garantiza encauzar a esa mayoría hacia la derrota de la dictadura bolivariana.

Por eso estoy convencido de que debemos reconstruir la unidad de la sociedad democrática a partir de una renuncia sincera y definitiva de todo ese liderazgo a la pretensión de hegemonizar la oposición, y a la pretensión de encabezar la plataforma presidencial a someter a la consideración de nuestro pueblo en las elecciones del próximo año.

Es menester construir un gran frente nacional al que concurran todos los partidos, organizaciones representativas y confiables de la sociedad civil, liderazgos y actores políticos democráticos comprometidos con el cambio y con la derrota política y electoral de la dictadura chavista.

Si no asumimos ese desprendimiento y nos avocamos a un diálogo sincero entre quienes luchamos contra la dictadura, no será posible lograr su derrota.

El diálogo a lo interno de la oposición nos debe llevar a seleccionar a un venezolano de calificada vida pública y privada para que asuma la responsabilidad de ser el candidato (a) presidencial de la sociedad democrática en su conjunto. No necesitamos un mesías, una imagen para un casting televisivo; necesitamos a una persona de reconocida solvencia moral, política e intelectual para asumir la tarea de impulsar un programa de cambios políticos y económicos que debemos concertar para afrontar la reconstrucción democrática, espiritual y material de nuestra amada Venezuela.

Quienes hemos estado en el ejercicio de labores de liderazgo en el Parlamento, en alcaldías y gobernaciones, en los partidos y en otros entes, debemos dedicar nuestro esfuerzo a cooperar para fortalecer la unidad nacional, y a desarrollar todas las fases preparatorias de ese desafío electoral del año 2018

Si seguimos descalificándonos unos a otros, si continuamos armando un grupo de partidos para enfrentar a otros partidos, si nos creemos más listos que los otros, se nos va a ir el tiempo y la oportunidad de derrotar a la camarilla gobernante.

Aquí todos nos hemos equivocado. Aquí nadie puede presumir de ser dueño de la verdad. Por lo tanto, lo mejor que podemos hacer es renunciar a la pretensión de dominar, y asumir el papel de colaborador sincero de la unidad nacional.

Hay quienes piensan, seguramente de buena fe, que una consulta democrática, es decir, unas primarias, nos permitirían tener resuelta la ecuación presidencial a los demócratas. En las actuales circunstancias, y vista la experiencia vivida en las recientes elecciones de gobernadores, creo que un proceso de esta naturaleza no garantiza una solución feliz al drama de la oposición venezolana. Se requiere un esfuerzo de mayor aliento. Se requiere desprenderse de esa aspiración. Todos los nombres disponibles hasta la fecha no van a poder concitar a su alrededor la unidad de toda nuestra sociedad. De ahí la necesidad del diálogo para construir el consenso.

Una vez derrotada la dictadura, y aplicada la reforma política fundamental que se debe acordar, todos los partidos y todos los liderazgos tendremos la oportunidad de desplegar estrategias y tácticas con la cuales captar el respaldo del pueblo. Insistir en lo que hemos venido haciendo es garantizarle a la dictadura su continuidad con un proceso electoral y, en consecuencia, condenar a la miseria y la indignidad a la nación venezolana.


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