El primero de enero de 2019 América Latina amanece bajo un nuevo panorama regional: Jair Bolsonaro asume la presidencia del Brasil, y con ello el país más grande y poderoso de la región se convierte en un factor dominante de las tendencias políticas del subcontinente. Si se lo observa desde la existencia de gobiernos de centroderecha en el hemisferio –Estados Unidos, Argentina, Chile y Colombia, principalmente– es indudable que el nuevo año comienza bajo el signo del rechazo irreductible de los más grandes e importantes países de la región contra la dictadura castrocomunista reinante en Venezuela. Sin más simpatías en su respaldo que las del gobierno nicaragüense, hundido en su más grave crisis política y pronta al caos y la desintegración, y el de Bolivia, que se debate al borde de la ilegitimidad ante los intentos de Evo Morales de ir contra la constitución y la ley postulándose por cuarta vez a la reelección presidencial. En el contexto, Cuba no cuenta. Es un convidado de piedra. Y Rusia y China no pueden más que enviar señales de buenos propósitos, acuciados, seguramente, por las monumentales sumas que el gobierno de Maduro, que llega al fin de su espuria legitimidad, les adeuda. Para ellos, del ahogado el sombrero.

La Casa Blanca ha adelantado su decisión de no reconocer el gobierno que Nicolás Maduro, apoyado en las fraudulentas e ilegítimas presidenciales últimas, pretenderá imponer a partir de esa hora cero. El canciller chileno, Roberto Ampuero, se ha expresado en el mismo sentido. Jair Bolsonaro, ya a cargo del gobierno del Brasil, se sumará a la iniciativa que ha cogido cuerpo en la región, como también lo ha señalado el Grupo de Lima. Para la inmensa mayoría de naciones del orbe, Venezuela carecerá de un gobierno legítimo.  Y el que pretende usurparlo encontrará una frontal negativa. ¿Qué hacer?

Ha llegado así el momento de quiebre, de la ruptura final. Toda apariencia de legalidad yacerá destrozada por los suelos y a todos los efectos políticos y jurídicos, padeceremos de una brutal dictadura de facto. Para nosotros, ninguna novedad, pero para una dictadura que siguiendo el modelo hitleriano ha hecho de sus apariencias de legitimidad y respeto a las normas constitucionales, para lo que ha contado con el respaldo político electoral de un importante sector de la oposición, constituye un problema de extrema importancia. Situación agravada por la brutal desafección de las masas, como se manifestara en el fracaso electoral recién pasado, con una abstención del 89%. El tirano está desnudo en medio de una tormenta.

Luis Ugalde recordaba recientemente la obra política más importante de Lenin, antes del asalto al poder de octubre de 1917: ¿Qué hacer? La primera respuesta lógica y racional es complementar y sumarse al desconocimiento internacional con un unánime y poderoso desconocimiento nacional. Todas las fuerzas sobrevivientes de la nación, comenzando por la Asamblea Nacional, los partidos, las Iglesias, las Academias, el escaso empresariado que mantiene funcionando sus empresas, los trabajadores, el estudiantado y aquellos sectores de las Fuerzas Armadas que aún se mantienen leales a la Constitución y la ley no solo desconozcan la autoridad de un presidente ilegítimo, sino que procedan a llenar el vacío de poder nombrando en un acto de unánime y esperanzada salvación nacional, un gobierno de transición, siguiendo con estricto rigor las pautas que para tales circunstancias dicte la Constitución, especialmente los artículos 333 y 350, y las pautas que para ello se presenten. Además que promueva la paz y la seguridad, secundado con todos sus medios, por la comunidad internacional dispuesta a venir en nuestro auxilio, como lo han señalado con énfasis Donald Trump, Jair Bolsonaro, Iván Duque, Luis Almagro y los más importantes países de la región.

Todos quisiéramos que el 5 de enero de 2019, al procederse a nombrar la nueva directiva de la Asamblea Nacional, sus más importantes cargos recayeran en venezolanos probos, de firmes convicciones democráticas, incorruptibles y conscientes de la grave circunstancia histórica por la que atravesamos y poseídos del espíritu republicano cónsono para resolver una crisis tan grave como la vivida al nacimiento de Venezuela, el 19 de Abril de 1810. Es la hora de nuestra segunda independencia. ¡Adelante!


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