Venezuela nunca antes había estado tan inmersa en una especie de fetichismo; creencias que ejercen sólo los poderes mágicos o sobrenaturales. Estamos en presencia de un país que se comporta cándidamente frágil ante el «slogan» o cualquier expresión que emana de la clase política. El imperialismo, la oligarquía y la derecha en modo siglo XX, son apenas una ínfima parte de ese repertorio incendiario de la manipulación sobre la conciencia. La mentira y la desinformación que emana de la dirigencia gubernamental, se manifiestan negativamente casi que como un patrimonio de la convivencia ciudadana.

La invención del pueblo alemán y japonés que impulsó el camino hasta convertirlas en potencias mundiales, después de haber culminado la guerra y de haber estado en ruinas y haber perdido un incontable número de civiles y militares, estuvo impulsada por un proyecto de país cuyo objetivo innegociable era el de conceder a la clase política calificada profesionalmente y a los intelectuales de la época, el poder de fomentar una nueva visión de la seguridad nacional. Se trataba de una visión que se proponía la recuperación tanto moral como económica para la reconstrucción nacional. El desarrollo de capacidades de dominio de conocimiento ha sido hasta la actualidad y aún en medio de las consecuencias que trajo la Guerra Fría, el eje estructural de la política económica de ambos países. La conformación de la infraestructura humana fomentó una cultura al trabajo respecto a la productividad laboral y transformó el rol de la educación para avanzar en la adaptación de una nueva nomenclatura competitiva. Eso también generó el código de ética de postguerra: crecimiento económico. Fue así como se desarrollaron la Mitsubishi, Toyota, Sony, Honda, Volkswagen, Siemens y Thyssen. Miles de millones de dólares y horas incalculables han invertido esas empresas con apoyo del Estado para realizar actividades de investigación y desarrollo, sabiendo que de allí dependía una muy buena parte de los ingresos económicos que se generarían en el futuro. En la actualidad Volkswagen invierte más de 15.300 millones de dólares en proyectos de investigación y desarrollo, lo que representa casi el 6% de los ingresos anuales de la empresa de 269.100 millones de dólares.

Todo este esfuerzo fue históricamente acompañado por la preparación académica de quienes representaban al gobierno (incluso durante la Alemania del Este). Por citar tan sólo un ejemplo, Ludwig Erhard economista con PhD en 1925 y Ministro de Finanzas durante el gobierno del canciller alemán Konrad Adenauer, fue uno de los pensadores y ejecutores del éxito del rápido crecimiento industrial.

En Venezuela, cambiar democráticamente al gobierno y «reemplazar a Dios y a sus milagros», son imperativos para trascender hacia el desarrollo. El formato de la «izquierda política» en Venezuela como alternativa al capitalismo, fomentó una especie de «ignorancia normalizada» que produjo estragos en la actuación gubernamental e institucional y en la matriz productiva nacional. El estado de derecho y la acción moral misma que ejecuta el Estado, se erosionaron. Ante todo este desastre no existe una opción diferente, que no sea la de desarrollar un proyecto nacional inteligente con la anuencia de todos los mejores. La resolución de los problemas actuales sólo podrán resolverse asumiendo la complejidad de los factores que hoy la causan y que siempre amenazan por volver a reproducirse en el tiempo. Y esta complejidad no es la misma que se observaba en décadas pasadas. Es otra, y no es descifrable de forma individual.

Queda una agenda pendiente, pero inmediata de abordar. Es necesario comenzar organizadamente a responder sobre cómo en medio de las ruinas es posible lograr un rompimiento de los código del proyecto de desarrollo nacional iniciado en 1999 y cuyo fracaso es incuestionable. Hay que encontrar la fórmula para definir un nuevo Estado que seguirá, sin duda, dependiendo fundamentalmente del petróleo, pero que simultáneamente tendrá que desarrollar una acción binaria efectiva con el sector privado para la diversificación productiva y la generación de nuevos patrones de crecimiento económico. Habrá que transitar por lo tanto, de la economía ortodoxa o convencional hacia una economía de la innovación, lo cual amerita un cambio estructural tanto en el rol que tradicionalmente venían realizando las universidades y los propios centros de investigación científica como la visión misma que aún se tiene acerca de la ciencia. También se requiere de una transformación en la concepción estatal tradicional sobre el rol de la educación, la salud y la seguridad social y trasladarlas al contexto de los desafíos que presenta el cambio tecnológico y la globalización.

Un proyecto inteligente de país debe exigir también a sus políticos facultad y capacidad de comprender tamaña complejidad, para orientar la construcción de una nueva estructura institucional y del Estado de derecho, con las que se reoriente y fortalezca las bases de convivencia democrática que ahora mismo no se visualizan.

Exigir inteligencia y escapar de la estupidez es digno después de tanta catástrofe.


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