Los seres humanos deberíamos tratar de ser como la luz, o aspirar a serlo. Como ese intangible fenómeno que emana del astro rey e  ilumina todos los espacios. Además, sirve de lindero al trazar la línea divisoria entre el día y la noche. Esa misteriosa luz no es egoísta, nos parece que no se disfruta a sí misma, sino que, generosamente, se proyecta para los demás. Creemos que se extasía rompiendo sombras y alumbrando a la bella naturaleza. Ciertamente, la luz es símbolo de vida, de sabiduría y representa la idea del bien, de la esperanza y de la libertad. ¿Por qué no tratamos de imitarla?

Verdaderamente, es símbolo de sabiduría y, como quiera que tanto la vida material como la vida social en las que nos desempeñamos requieren siempre de aprendizajes, entendemos que aprender es una necesidad vital. Por ello tenemos la obligación de enseñar. Así, indistintamente, todas las personas, a la vez, debemos ser educadores y educandos. Tomemos conciencia, también, de que la existencia humana debemos saberla vivir y administrar, emplearla en servir, en ser útil. Utilizarla en abrir y alumbrar caminos, no en hacer sombras.

Pero, al hablar de luz no nos referimos solo a la irradiada por el sol, a la que proyecta esa cercana estrella, que generosamente proporciona la energía indispensable para la sobrevivencia de animales y vegetales, gracias a los cuales podemos subsistir. Afortunadamente, estamos dotados de otra muy poderosa e importante luz, la intelectual, la que emana del también misterioso aparato psíquico, que los seres humanos tenemos el privilegio de poseer. Ella es la que rige nuestro desenvolvimiento cultural y social, y ha hecho posible la aparición de la filosofía, la ciencia, las artes y la tecnología, que constituyen la civilización. Entonces, la civilización es cultura, y la cultura es producto único de la acción del hombre.

Agreguemos también que el comportamiento del ser humano no es tan libre. Está sujeto a normas éticas que deben ser acatadas. El vocablo ética etimológicamente alude a comportamiento humano, al modo de ser y de actuar, es como la ciencia de las costumbres. No es una religión, aunque es indudable su conexión. Es una disciplina adquirida, naturalmente, que se ocupa del estudio de los actos humanos, los cuales suelen ser buenos  o malos siempre que, conscientemente, los ejecutemos con plena libertad  y voluntad propia. Pues el hombre, gracias a su dignidad humana, debe actuar según su conciencia y libre determinación, por convicción, no por coacción. Así, en razón de su naturaleza, está llamado a realizar solo actos buenos. Pero, por su condición de imperfecto, no está exento de patologías.

Ciertamente la luz es vida, es sabiduría y, a la vez, el mejor ejemplo de desinterés y de generosidad. Siendo vida, nos asiste el derecho natural de defenderla, conservarla y perfeccionarla.

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