Nearly all men can stand adversity, but if you want to test a man’s character, give him power” Abraham Lincoln

En esta vida primero tomamos una decisión equivocada y nos damos cuenta de nuestro error poco después. Como dice el viejo refrán, el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Voy a arriesgarme. No le digo ni que sí ni que no, pero le hablo de una situación que quizás le resulte familiar. Hay un personaje odioso de una serie de televisión americana a quien convierten en rey y que muestra la cara más fea de la omnipotencia.

La historia de ficción medieval narra las luchas de poder entre varias dinastías. En ella se recrea la miseria de la especie humana, la maldad, la indecencia, la sexualidad desbocada, el carácter mezquino de unos personajes, la bajeza y la cobardía, pero también cuenta los gestos heroicos, la bondad, el sacrificio y la nobleza de otros. El personaje en el que pienso es Joffrey Baratheon. Sabrá ya, imagino, que me estoy refiriendo a la serie Juego de Tronos dirigida en su primera temporada del año 2011 por Benioff y Weiss. El jovencísimo rey es inexperto, egoísta y cruel. El monarca está llamado a ser un tirano de manual. Un tirano concentra el poder en su persona, satisface sus apetitos, no empatiza con sus súbditos y no se conoce a sí mismo. Y es que una persona que se conozca a sí misma y vea que lo que hay dentro sí es un carácter como el de este personaje, Joffrey, no podrá gustarse.

Un emperador, un rey, un líder o un individuo de relevancia en el gobierno de un imperio o un país ficticio debería haber tenido una buena educación. Un hijo como Joffrey Baratheon puede estar bien educado, mal educado o no ser ni una cosa ni otra, es decir, no tener educación. En el caso de un líder como él solo sería aceptable una de las tres opciones, la primera. Y no es así.

El hombre equivocado no lee ni le preocupa cultivar su interior. Sin embargo, si uno mantiene la fe en la humanidad creerá que todo es susceptible de mejorarse, incluso el carácter de un tirano. Acaso le interese conocerse, mirar en el interior y saber qué clase de persona es. Para eso debería practicar un acto de honestidad rigurosa, estar solo y pensar acerca de lo que quiere, lo que le gusta y lo que no soporta. Pregúntese en voz alta estas cuestiones y sea sincero. Piense si su voluntad personal somete de alguna manera a otro individuo. Trate de empatizar con la gente que le rodea, póngase en su lugar e intente sentir cómo ellos sienten. No va a ser fácil. Inténtelo de todos modos.

Otra manera de conocerse sería ponerse en las manos de un especialista, seguir una terapia de psicoanálisis y soltar lastre de su pasado, su infancia y sus deseos. Contárselo todo al detalle al especialista de la bata blanca. También podría sincerarse con un amigo o un desconocido, abrazar una religión, empezar a leer toda clase de libros para buscarse en ellos. Con todo, la vida es un gran misterio.

Podría hacer lo más sencillo, lo que todos saben hacer: nada. No se haga preguntas. Calle a quienes le cuestionen y no escuche a nadie. Y si opta por lo más fácil, no le extrañe que la cita de Abraham Lincoln le retrate: “Si quieres poner a prueba el carácter de un hombre, dale todo el poder”. Solo los hombres buenos superan esta prueba.


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