Cual ave de luengas alas, la hiperinflación ha hecho acto de presencia en una Venezuela ahíta de una revolución vacía y sin sustancia. El proceso, de por sí nefando, se viste ahora con traje a rayas y se hace acompañar de una acción fraudulenta que pone de manifiesto la condición delincuencial y torva del hecho. Pero vayamos por partes para hacernos entender mejor.

Hace tan solo 11 meses, las flamantes autoridades del Banco Central de Venezuela publicaron en la página oficial de la institución la decisión de reestructurar el cono monetario. De acuerdo con lo decidido, a la población se le dijo que 6 nuevos billetes (500, 1.000, 2.000, 5.000, 10.000 y 20.000 bolívares) y 3 monedas (10, 50 y 100 bolívares) se incorporarían al grupo de billetes y monedas que ya circulaban en el país. Para condimentar debidamente el guiso, la “autónoma” institución resaltó que la ampliación del cono monetario haría más eficiente el sistema de pagos, facilitaría las transacciones comerciales y minimizaría los costos de producción, reposición y traslado de especies monetarias, lo que se traduciría en beneficios para la banca, el comercio y la población en general. ¡Puro gamelote!

Los cambios anteriores no fueron más que el resultado de las incongruentes políticas económicas ejecutadas por el gobierno de Nicolás Maduro y el directorio del BCV, las cuales se han mantenido hasta el día de hoy y obligan ahora a pegar un salto de canguro –lo que en la práctica es un rolling al pitcher– que se manifiesta en todo su esplendor con la puesta en circulación de un nuevo billete.

No olvidemos que el Estado es el que debe velar por un comportamiento sano de la economía y sus diferentes variables. Y es por ello que el BCV, conforme al artículo 318 de la Constitución y el artículo 3 de la ley que regula sus funciones, tiene la obligación de lograr la estabilidad de los precios y preservar el valor interno y externo de nuestra moneda. Lamentablemente, los altos funcionarios que han dirigido dicho organismo han actuado al margen de las disposiciones antes citadas, echándole cada vez más leña al fuego inflacionario por la vía de un incremento desmedido de la circulación monetaria.

Que conste que no estamos hablando de algo novísimo, de algo que no es conocido en la historia de la humanidad. Mas no me extraña que un liderazgo tan rústico y poco formado como el revolucionario –salvo en el arte de ejecutar trampas y llevar a cabo acciones contrarias a la ley– desconozca que, en 1526, Nicolás Copérnico se ocupó del tema y escribió un libro muy breve que tituló Tratado de la moneda. En dicho trabajo expuso una serie de consideraciones que hoy son regla común en cualquier país del mundo con una economía ordenada. Así, por ejemplo, el reconocido astrónomo señala que la moneda se deprecia, sobre todo, cuando se acuña en exceso; y que cuando eso ocurre se detienen las importaciones del exterior y se destruye cualquier especie de comercio. También dice que la discordia y el deterioro de la moneda son dos de las principales plagas por las que los reinos y repúblicas suelen decaer. Indica, además, que cuando se ha destruido la dignidad de la moneda, el único remedio es no volver a producirla hasta que la misma haya vuelto a encontrar su equilibrio. ¿Entienden eso, señores directores del BCV?

Copérnico redondeó sus advertencias con un inequívoco señalamiento: los lugares que hacen uso de una moneda buena tienen abundancia de arte y artesanos egregios, además de abundancia de todo; por el contrario, cuando se usa una moneda depreciada, reinan la cobardía, la pereza y la indolencia; se descuidan las artes y el cultivo del espíritu y también desaparece la afluencia de todas las cosas; la moneda débil alimenta la pereza más que socorre la pobreza humana. ¿Te queda claro el asunto, Nicolás?

Como ya apuntamos, aquí no se ha ejecutado una política monetaria ajustada a derecho, y esa irresponsable actuación nos ha traído hasta acá: el primer escalón de la vorágine hiperinflacionaria que arrancó este mes de octubre con la cifra mágica del 45,5%. Estamos hablando de un fenómeno gravísimo que nos coloca al borde del precipicio. Nada de lo que hemos vivido hasta ahora (incremento periódico de los precios; escasez de medicinas, alimento y todo tipo de insumos; deterioro de las vías públicas; problemas de electricidad y transporte público; alta criminalidad y emigración de los venezolanos como nunca antes) será comparable. Todo empeorará en forma creciente y de manera exponencial.

Es en el entorno anterior que Nicolás Maduro se enorgullece con la puesta en circulación, por arte de birlibirloque, de un billete engañoso en virtud de la disparidad de cantidades que en él se indican. Rompiéndose con la práctica inveterada en el ámbito nacional e internacional, se saca entonces un papel moneda que es una vil parodia del existente de 100 bolívares, indicándose en forma numérica el valor de 100 bolívares, pero al que en letras se le establece un valor muy superior: “Cien mil bolívares”. De esa manera, el fraude o estafa se hace elocuente. Se le quitan 3 ceros al billete, y se rompe así la nueva escala que entró en vigencia a comienzos de diciembre del año pasado, y convertirlos en la práctica en billetes de 0,50, 1, 2, 5, 10 y 20 bolívares.

Resumimos entonces. La hiperinflación y el fraude llegaron aparejados en esta ocasión. En otras palabras, no es solo que Venezuela entra por primera vez en su historia en el umbral que define la inflación extraordinariamente elevada, sino que eso ha ocurrido ejecutándose una acción engañosa y torpe con un billete que hoy, para arrancar, apenas vale 2 dólares, cuando lo cierto es que en la época de la cuarta república el mismo billete llegó a valer 23,25 dólares.

¡Que Dios nos agarre a todos confesados!


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