I

Aquello fue colectivo. Varias veces he escrito que lo supe desde el principio. Pero así y todo, la mayoría decidió, y hace 20 años para nosotros la democracia era un tesoro. Acatamos lo que la mayoría quiso. Vale recordar que muchísimos de los preclaros hombres, de la casta intelectual y política participaron en esta decisión que torció el rumbo del país.

Muchos quizás hayan sido engañados, pero nos llevaron al matadero voluntariamente. Como diría el ahora añorado Carlos Andrés Pérez, fue un autosuicidio. Es cierto que las condiciones de nuestro sistema democrático no eran las mejores; que teníamos unos partidos que se cebaban de la ignorancia de la gente y que vivían solo para que los pusieran donde hubiera. Es cierto que carecíamos de líderes emergentes porque esos mismos políticos tradicionales se encargaron de cortarles la cabeza (políticamente hablando) a cualquiera.

Pero aun así siempre estuve clara de que la solución no era hacer presidente a un hombre de escasa formación democrática, que no sabía escuchar, ególatra y profundamente resentido. Cualquiera que lo hubiera analizado fríamente, como tuve oportunidad de hacerlo yo desde 1992, pudo saber que ese alarde de amor por Venezuela no era más que una proyección de sus propias carencias y que lo que realmente albergaba en su corazón era odio hacia todos. Y de paso, entrenado para matar, militar, pues.

II

Conozco a un psiquiatra que por razones de trabajo tuvo como pacientes a varios militares de diferentes rangos, desde rasos hasta oficiales. No me gusta hablar con médicos, los cuentos que tienen de sus consultas me arrugan el corazón. Pero la vida quiso que estuviera rodeada de ellos.

Mi amigo el psiquiatra tiene uno de los trabajos más duros que conozca, porque las enfermedades mentales muy poco se toman en cuenta, pero proliferan en las circunstancias en las que vivimos actualmente. Me contó que varios de sus pacientes de uniforme le referían una misma experiencia: al comenzar su vida en los batallones les asignaban un cachorro. Vivían con el perrito, creaban un vínculo hermoso. Y al cabo de un tiempo les daban la orden: debes matar al perro. No es un invento, eso les hacen a los soldados de esta fuerza desalmada chavista. Crean monstruos.

III

En periodismo tenemos como norma que de los suicidios no se habla, no se publica. Las palabras suicidio o suicida están prohibidas en los medios venezolanos. Por eso es que, siendo desgobernados por una gente que oculta información, este tipo de sucesos se convierte en cifra negra, negrísima.

Pero la desesperación, la depresión, los trastornos bipolares, la angustia por la incertidumbre, el temor, son más frecuentes de lo que la gente se imagina. Y no hay tratamientos disponibles en el país.

Una mujer con su hijo bajó las escaleras del Metro y se sentó en uno de los escalones. La gente casi le pasaba por encima, pero ella le dijo al niño que se quedara allí. Ella se levantó, corrió hacia el andén y se tiró. El bebé vio todo.

Un hombre en el subterráneo se abre camino entre la gente que espera el tren. Llegado a un punto toma vuelo para lanzarse, pero lo atajan los dos primeros pasajeros que están a la orilla de la vía. Lo empujan hacia atrás con violencia para evitar que vuelva a intentarlo. La gente comienza a llamar a los trabajadores del Metro, rodean al pobre señor y evitan que se tire.

Mis fuentes en algunas emergencias de hospitales de Caracas me refieren que son cada vez más frecuentes las personas que ingresan luego de un intento de suicidio. No vale la pena preguntarse por qué toman esa decisión. Vale preguntarse por qué no cuentan con ayuda.

Cuando me entero de esas cosas entiendo por qué mi madre, en su tremenda inteligencia y como buena margariteña, dice que los que nos gobiernan son los verdaderos hijos ‘er diablo.


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