Del “indio” Daniel de Barandiarán, el vasco más venezolano que ha existido, aprendí que la historia es la mejor herramienta para evitar ser un erial sin arraigo. Sin raíces la tierra queda expuesta y el más exquisito vergel termina convertido en un desierto. Son legiones de personas que en Venezuela han jugado, por muchísimo tiempo, a dejar nuestras raíces expuestas a la más feroz erosión, poco les importa que nuestro paraíso se convierta en la antesala del infierno.

Sin embargo, es necesario decir que esa pesada rémora no es una virtud exclusiva de la tierra de Bolívar. Es una condición con la que arrastramos desde nuestros mismos comienzos. En 1492 el almirante Colón llegó con una pandilla de desarrapados, hambrientos de pan y glorias, a nuestro continente. En breve había enloquecido y se creía la versión resucitada de Jesús y bien sabemos cómo terminó. Luego fue el turno del aragonés Francisco de Bobadilla, quien en dos años como gobernador de La Española hizo una ingente fortuna, la cual bien poco le sirvió a la hora de naufragar cuando regresaba a España.

Bobadilla fue sucedido por fray Nicolás de Ovando, quien además de cura era caballero de la orden de Alcántara, y este curita, seguramente maloliente y apestoso a cirios, sudores mal lavados y sahumerios medievales, hizo caso omiso de las voces que le alertaban de la inminente llegada de un huracán a lo que hoy son costas dominicanas, y obligó a zarpar su flota de regreso a la península. Desapareció entera. Ovando no solo acabó con esos navíos y fortuna, sino que vejó a conciencia a Ojeda, Cortés y Pizarro en las nacientes calles de Santo Domingo.

De esas cepas venimos, somos hijos del odio y el resentimiento, del quítate tú que ahora vengo yo. Fue así como vemos que Bolívar traicionó a Miranda y todo se olvida en aras de unos supuestos logros. Nos hemos dedicado a consagrar la ley del más “vivo”. La astucia es la reina de todo y todos, solo unos pocos no le rendimos pleitesía. Pese a ello han surgido a lo largo de nuestra vida nacional gente de valores y sólidos principios.

No puede uno imaginarse a Ana Luisa Llovera en plena dictadura de Pérez Jiménez postularse a gobernadora de su Guárico natal. ¿Alguien se puede imaginar a Andrés Eloy Blanco en similar momento peleando por ser candidato a la Gobernación de Sucre, o a Raúl Leoni por Bolívar, o al “gallo” Salom Meza Espinoza lanzándose a la Alcaldía de Sucre? La historia enseña que es la estatura moral lo que diferencia a unos hombres de otros. Es el amor al país y el respeto incondicional a su gente lo que separa la paja del grano.

© Alfredo Cedeño

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