Cada joven asesinado por las hordas del régimen nos recuerda que ha llegado la hora de la verdad. De la única verdad, pues no hay otras: hay que derribar este régimen asesino. Hay que aplastar esta intolerable tiranía. Hay que recuperar la dignidad y volver a desplegar las limpias banderas de Venezuela. Sobre la virilidad y la pureza de una nación que se nos muere en los brazos.

Se agotaron las palabras, las ambigüedades, las medias verdades y las sutilezas. Se cerraron las vías de la evasión, el contubernio, la colaboración y la cobardía. Los cómodos refugios de quienes juran que no, pero siempre han dicho que sí. Ese oasis especular de los funámbulos de la política y los titiriteros del entretenimiento y la cultura, de aquellos que reposan a la sombra de las palmeras montando obras de teatro, entonando himnos, paseando sus comentarios por el éter o escribiendo sesudos comentarios culturosos. Buscándole la quinta pata al gato, para que sobreviva a la indignación popular.

Son quienes prefieran que el régimen caiga electoralmente en 2030, en 2040 o en 2050, sin importar la devastación y las muertes que en todos estos años provoque la tiranía para impedir la emancipación de los justos, a que sea barrido hoy mismo por una insurrección popular que haga caída y mesa limpia. Todas cuyas condiciones están perfectamente dadas, aunque aún a la espera de un liderazgo a la altura de las circunstancias. Para proceder a la gran tarea que espera por nosotros. No para volver a levantar los tarantines estatólatras de la cuarta que los vio nacer, sino para construir una nueva democracia capaz de acompañar la refundación de la patria. No esta dirigencia que aún tenemos y a la que al parecer le espanta un cambio profundo, radical, desde sus mismas raíces, de Venezuela. Que para ellos más vale malo conocido que bueno por conocer. Los que aseguran que si Pinochet salió luego de ser derrotado en un plebiscito, ¿por qué no hacer lo mismo con Nicolás? Dictadura sale con votos y esta lo hará. ¿Cuándo? Eso es irrelevante.

Se niegan a entender que ni Pinochet ni su estado mayor impidieron el plebiscito y que Maduro, El Aissami, Cabello y sus generales se han limpiado el trasero con el justo y oportuno llamamiento de Henrique Capriles. ¿Ir a regionales bajo un régimen que impidió el cumplimiento de la Constitución y pasando por las horcas caudinas de unos rectores ilegítimos, fraudulentos y abiertamente sesgados a favor de la dictadura? ¿Tener esperanzas en conquistar nuevos cargos sin tener en cuenta el brutal atropello del TSJ a las autoridades legítimamente electas de la Asamblea Nacional? ¿En pleno golpe de Estado, bajo un presidente ilegítimo y una legislatura deshonrada por unos magistrados de utilería al servicio de la dictadura? ¿Responsables de la brutal y homicida represión a nuestros jóvenes? ¿Podemos llegar al colmo de la bajeza de perdonar con los actos lo que el mundo entero reprueba con sus palabras? ¿Unas regionales compradas con 28 muertos –hasta ahora– el inconsulto retiro de la OEA y la decisión de Nicolás Maduro y Raúl Castro de poner en marcha un genocidio en Venezuela? ¿Sin siquiera liberar a todos nuestros presos políticos: Leopoldo López, Antonio Ledezma, Daniel Ceballos y los cientos de otros presos políticos encarcelados por el régimen en respuesta a sus reivindicaciones? ¿Seremos capaces de llegar a ese nivel de la abyección y la obsecuencia?

Llegó la hora de recordar la sarcástica expresión con que Esopo, en su fábula El Fanfarrón, desenmascara a los bravucones palabreros que encabezaban sus cortejos de funámbulos y titiriteros por el Pireo jurando que ellos podían brincar sin mayores esfuerzos las brazas y toesas con que los simples mortales los desafiaran: hic Rhodus, hic salta. Aquí está Rodas, salta aquí. Demuestra en la práctica si es verdad que puedes ponerle fin a la dictadura. No han podido. ¿Podrán?

Han hecho cuanto estaba a su alcance para impedir o frenar el impulso de rebeldía de las mayorías. Antes de ayer condenaron las guarimbas y corrieron a arrodillarse ante el sátrapa. Fueron cómplices del asesinato de medio centenar de jóvenes venezolanos. Ayer se conformaron con elegir un parlamento que se mostró incapaz de impedir ser emasculado. Hoy cantan solapadas albricias porque el sátrapa promete en lo oscuro y bajo cuerda convocar a elecciones regionales. Basta con traicionar al movimiento que ya ha cosechado 28 asesinatos. Que como lo dice sin ambages su carnal Cabello, aquí no habrá elecciones generales ni nada que conmueva los pilares de iniquidad e injusticias sobre los que se sostiene la tiranía. Cualquier cosa, con tal de no permitir la expresión del pueblo.  Todo con el fin de llegar a una componenda con sus pandillas de narcotraficantes, asesinos y terroristas. Bajo la promesa de reavivar las brasas del fogón de la vieja politiquería.

Cada nuevo joven asesinado por las hordas del sátrapa nos recuerda que ha llegado la hora de la verdad. De la única verdad, pues no hay otras: hay que derribar este régimen asesino. Hay que aplastar esta intolerable tiranía. Hay que recuperar la dignidad de Venezuela y volver a desplegar las limpias banderas de la patria. Sobre la virilidad y la pureza de una nación que se nos muere en los brazos. Así los tarifados e ignorantes asesores de la infamia consideren que pretender la libertad y la liberación de Venezuela es un capricho de historietas.

Todo lo demás es cuento. La verdad tiene su hora. Ya ha llegado.


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