“Cuando el mundo supere su trastorno límite de personalidad cómplice de perpetradores, estaré vivo y celebraré con heroísmo”

Debo confesar que no me asombra ninguna abominación que emprenden, universalmente, los enemigos de la información, instrucción y derechos civiles. Los yihadistas no quieren que las mujeres muestren sus rostros ni que se formen, son esclavas sexuales pero también las preparan para morir como milicianas por su causa terrorista. En América Latina, en contrainteligencia política-militar, los exhumadores del estalinismo-leninismo-nazismo muestran una muy peligrosa experticia en desinformación. Gastan incuantificables millones de dólares en adoctrinamiento, espionaje, extorsión, compra de conciencias y asesinatos.

Al ejercitar mi intacta capacidad de retrospección confirmo que, durante décadas, no estuve equivocado al pugnar (mediante la retórica) con quienes fomentaban la instauración del totalitarismo. En el curso de mi carrera literaria y comunicacional, también de “filosofacto”, conversé con muchos poetas-narradores-ensayistas-profesores y artistas más o menos notables (algunos ya fallecidos). La mayoría de ellos declaraba, sin pudor, su adhesión a falaces principios revolucionarios que erosionan los derechos universales del hombre. Maquillaban un poco sus discursos, pero eran conversos de la crueldad política cívico-militar doctrinal. Se activaban verbalmente y en escrituras a favor del aniquilamiento de la dignidad humana, representada en nuestros anhelos de: mayor libertad, seguridad, fraternidad, solidaridad, progreso y oportunidades para desarrollarnos en sociedad.

Físicamente, no soy ese “l’enfant terrible” que enfrentó a los hegemónicos. Alter ego fiel a mi perpetua causa libertaria, incapaz de abandonarme en el corredor donde estamos quienes tendremos que morir envejecidos, cierto, pero, sin avergonzarnos de haber sido irreverentes desde nuestra iniciación contestataria pública.

Recuerdo que fueron los novelistas Camus, Sartre y Dostoievski quienes me persuadieron de no escribir inducido por el acomodo burocrático político-cultural. Leía sus libros imaginándolos a mi lado, platicándoles. Eran íntegros, auténticos preclaros. Mi resistencia intelectual me aturdirá, psíquicamente, mientras respire, pero, transito, armado con principios que categorizan la emancipación absoluta, por un sendero invadido por serpientes. Los resentidos y tozudos nunca validarán mis razonamientos. No me callaron ni refutaron, ni lo harán ahora. El impacto de la cognición distinta me mantiene en pie. Es propio de cobardes aceptar la hibernación intelectual inducida.


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