Al fin Nicolás Maduro comenzó a ver. Fue necesario que toda Caracas y sus alrededores se quedaran sin luz para que se produjera el increíble milagro. El hombre que reía y bailaba a cada rato consiguió de súbito el estado de iluminación completa. Vio entonces con claridad la situación calamitoso del país y compungido confesó lo inconfesable: “Los modelos productivos que hasta ahora hemos ensayado han fracasado, y la responsabilidad es nuestra, es mía (…), tenemos que echar adelante esa potencia económica que tenemos” (EFE).

Todos a su alrededor se vieron las caras. Antes de transmitir la noticia a sus respectivas salas de redacción y centros de difusión, los periodistas presentes tuvieron que corroborar entre ellos lo que habían oído. Sin salir del estado de conmoción en que se encontraban por lo que acababan de escuchar, el presidente los volvió a zarandear al manifestar: “¿Que el imperialismo nos agrede? Basta de lloriqueos vale (…), ustedes no me ven lloriqueando a mí, ni los nombro ya, no me ven lloriqueando frente al imperialismo. Que nos agreda, nos toca a nosotros producir con agresión o sin agresión”. Un revolucionario presente, que nadie pudo identificar, comento en voz baja: ¿Y a este qué bicho lo picó?

Uno se tiene que imaginar que, después de recibir el mensaje a través de los medios de comunicación, las autoridades del Banco Central de Venezuela procedieron a girar instrucciones a la Vicepresidencia de Estudios de dicha organización para que elaborase un informe sobre la experiencia hiperinflacionaria de la República de Weimar (Alemania, 1918-1933), con el propósito de someterlo a la consideración del “jefe”. Lo que el referido informe dirá será –palabras más, palabras menos– lo que sigue.

La hiperinflación de la República de Weimar fue una de las consecuencias de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Los alemanes creyeron que la contienda sería rápida y que ellos saldrían victoriosos. Hasta ese momento regía el patrón oro. Pero las falsas expectativas que se crearon condujeron a los gobernantes a emitir papel moneda sin respaldo en el oro (el llamado “papiermark”), con el propósito de sufragar los gastos previos de la guerra. Era algo inusual para la época, en la que las emisiones de papel moneda estaban siempre respaldadas en oro para garantizar así su valor. Sin embargo, concluida la guerra, la República de Weimar siguió utilizando el “papiermark” para cancelar las destrucciones causadas a Bélgica y Francia durante el conflicto.

Como derivación de lo anterior y otros eventos coadyuvantes, la inflación no se hizo esperar: para 1922, esta alcanzó la cota de 4.000%. Las reservas internacionales en oro se evaporan y las consecuencias fueron catastróficas: la tasa de inflación subió a 30.000% para octubre de 1923. En noviembre del mismo año, la hiperinflación alcanzó su máximo (los precios se duplicaban en pocos días), momento en el cual el gobierno puso en ejecución un nuevo programa de estabilización, y se contempló además la puesta en circulación de una nueva moneda: el “rentenmark”, que podía ser cambiado por 1.000.000.000.000 de “papiermarks”. Adicionalmente, las autoridades se comprometieron a cambiar el “rentenmark” por oro. Y, por si fuera poco, se estableció expresamente la cantidad de “rentenmarks” que se podía imprimir, así como la que se podía entregar al gobierno. La inflación fue así abatida. Inevitablemente, en el camino quedó mucha gente traumatizada, arruinada y desfallecida.

La lección es evidente: los precios aumentan sin parar cuando la autoridad monetaria competente emite monedas y billetes sin respaldo (dólares, euros, oro, etc.); adicionalmente, un rígido control cambiario con tipos de cambios fijos es caldo de cultivo para la corrupción y, más temprano que tarde, una mayor inflación.

Señor presidente de la República y autoridades del BCV: ¿tienen claro cómo se puede resolver el problema que ustedes han creado? Tomen nota de que en la literatura económica pueden encontrar ejemplos exitosos, como los de Argentina, Bolivia, Brasil y Perú, entre otros, que incluyeron un set de otras medidas indispensables para arribar a buen puerto. En ese terreno no hay nada nuevo bajo el sol.


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