No tendría que estar escribiendo estas líneas después de dos siglos del nacimiento de Carlos Marx. Cualquier pensador secular o milenario podría aglutinar acólitos y eso pasaría inadvertido, como un fenómeno insignificante para mí y para muchos. Me negué a hacerlo el año pasado, pero cavilé al respecto. A veces, contestar es permanecer en la problemática que atraviesa al planteamiento cuestionado. No obstante, si la adscripción a las ideas marxistas no pasara de una reproducción y replicación sin más de sus ideas, no habría mayores problemas. Empero, estamos hablando de un autor que formó una ideología a partir de la cual se han propuesto y aplicado varios proyectos societales. Y no cualesquiera. Dichos proyectos, utópicos siempre, han resultado distópicos y han implicado el sufrimiento sin medida de muchos seres humanos. Del uso cínico de la ideología y de la ilusión de unos pocos se ha pasado al horror de muchos. Hambrunas, genocidios y crisis humanitarias, como se las denomina ahora, han sido arropadas y justificadas en función de un futuro promisorio que nunca llega, y jamás llegará bajo la batuta de este dogma.

La sobrevivencia del marxismo está ligada a una capacidad autoinmune inusitada, fundamentada hace casi cuatro décadas por el ilustre pensador Edgar Morin. La cortina de hierro que erige tiene como objetivo impedir el conocimiento de la realidad y aquella es más sólida que el muro que dividía a las dos Alemanias y obstaculizaba el salto a la libertad. En efecto, los sistemas totalitarios que el marxismo ha contribuido a construir se caracterizan por la mentira oficial, el cinismo y la crueldad.

Cuando en el año 1979 viajé a Bucarest, la izquierda borbónica decía que en los países de Europa del Este se vivía felizmente y todo diagnóstico negativo era atribuido a la influencia manipuladora de las agencias estadounidenses de noticias AP y UPI. Aunque uno fuera una simple víctima del error (horror) juvenil comunista, desde la llegada al aeropuerto uno constataba que la Securitate hacía parte de un sistema policial, como la KGB rusa y todos los de su mismo tipo. La escasa iluminación de la vía hasta el Hotel Cotroceni evidenciaba que el socialismo real era lóbrego y lúgubre. Las ruinas de la antigua París de los Balcanes reflejaba el carácter devastador del socialismo realmente existente. A Ceacescu le decían Draculesco y es que el comunismo es thanático y suele ser vampirista; es decir, tarde o temprano necesita sangre. Ni Stalin ni Mao Tse Tung, ni el dictador camboyano Saloth Sar, conocido como Pol Pot, necesitaron tener los antecedentes históricos rumanos en Transilvania para cometer genocidios.  

A las trampas cognoscitivas que erige la ideología marxista no escapan ilustrados e inteligentes individuos, desgraciadamente, porque terminan haciéndose cómplices de los desmanes de los regímenes que defienden y, a veces, usufructúan. Las falacias justificadoras parecen infinitas. La más común es la que indica que la revolución en cuestión no es auténticamente marxista, cuando lo auténtico es siempre la enorme disparidad entre la remozada promesa ideológica y la realidad fáctica. Otra idea de este tipo habla de la inconsecuencia de los revolucionarios de turno con sus ideas de base, de su escasa formación o de su bajo calibre moral, como si el típico mercado negro, con complicidad estatal hubiese sido producto de nuestra invención más reciente, por no hablar de las vinculaciones con el narcotráfico. La peor falacia es la que señala una desacertada y tergiversada aplicación del dogma, porque justifica una serie infinita de nuevas aplicaciones y reiteradas calamidades. La falacia de la aplicación se niega a explicar porque, hasta ahora, todas las experiencias históricas han generado opresión y coerción, y cuáles son las garantías de que una nueva no lo hará.

En realidad, muchas de las insuficiencias y carencias del marxismo y sus corolarios se evidencian con el mero sentido común. ¿Cómo no va a generar ineficiencia y colapso institucional generalizado que un solo agente (Estado) se encargue de todas las actividades de la sociedad? Y si a eso le agregamos clientelismo populista y militar, las consecuencias están a la vista de todos en la Venezuela involucionada de hoy. A manera de conjetura, puedo decir que históricamente la ineficiencia generó hambre y las nomenklaturas aprendieron a usarla como modalidad de dominación. En este sentido, politólogos e historiadores tienen la última palabra.

Es verdad que el sistema político venezolano es un tipo híbrido que no se corresponde exactamente con el clásico sistema comunista al estilo soviético, pero el proyecto que se comenzó a formar a partir del año 2006 ha tenido como estandarte oficial el concepto de hegemonía del italiano Antonio Gramsci y toda su deriva totalitaria. Ahora bien, basta leer directamente los Cuadernos de la Cárcel de dicho autor para constatar que desde allí el tristemente afamado cerdeño estaba fraguando y soldando los barrotes de nuestra cárcel. Desde sus inicios, los chavistas hablaban del proceso y en Gramsci, dicho proceso conduce inevitablemente a la llamada dictadura del proletariado. Esto lo he probado con citas textuales en otro lugar; no es producto de una hermenéutica. La política económica bolivariana ha sido antiempresarial y se ha cimentado en las expropiaciones en la dirección a un Estado comunal. La hegemonía es cultural, comunicacional, educativa y moral, e implica un nuevo modo de producción colectivista. Hegemonía y vigilancia totalitaria están intrínsecamente relacionadas. Desde los inicios de este nefasto proceso, su líder máximo expresó que Cuba era el mar de la felicidad. De hecho, el asesoramiento cubano ha penetrado los intersticios más recónditos y estratégicos del Estado.

El lugar social del marxismo esta signado por la ambivalencia. Es innegable su contribución a las Ciencias Sociales y a las Humanidades. Algunos de sus rudimentos son útiles para la crítica de la sociedad occidental, pero solo cuando retomamos algún fundamento histórico o elemento conceptual individual y aislado, pero nunca como marco interpretativo global. Podemos decir sin ambages que su rescate como cosmovisión se ubica en el plano de la irracionalidad, el anacronismo y de la ideología, porque sus límites teóricos son evidentes, por ejemplo, su concepto dicotómico del poder (dominante/dominado), su teoría del valor y de la plusvalía, su ramplona y anacrónica estratificación social (burguesía/proletariado), entre otros. El mismo concepto de alienación (del producto) puede aplicarse en mayor medida a las sociedades de pobreza que crea al mismo “capitalismo”. En los años setenta, en la Cuba fidelista pude constatar personalmente que los habitantes se prostituían por pantalones vaqueros (bluyines). Muchos de los planteamientos más críticos del marxismo y del posmarxismo parecen hechos a la medida del socialismo real y no del capitalismo; a saber, el mismo concepto de hegemonía y el concepto foucaltiano de vigilancia, entre otros. La vigilancia del socialismo constituye una realidad carcelaria. Las dos categorías mencionadas son utilísimas para deconstruir dicho sistema político. Por el contrario, el denominado “capitalismo” implica modalidades de control flexible y dicho de una manera directa y simple: libertad. La misma ideología marxista tiene copados significativos espacios en el ámbito cultural, académico y mediático de las sociedades occidentales. La libertad ha sido tan amplia que tolera y acepta institucionalmente a una ideología que pretende socavarlas y es loable que así sea, pero no lo es que se permita fallos en la educación para una ciudadanía democrática.  

 Ahora bien, el rescate, sin más del marxismo, se origina cuando no se aplica la dialéctica a la dialéctica o la sociología del conocimiento a la sociología del conocimiento. Algunos de sus basamentos están relacionados con la ciencia clásica y todas las limitaciones epistémicas aparejadas, a saber, monocausalismo lineal, reduccionismo, determinismo, entre otros. No pareciera lógico que tuviésemos que repetir que es imposible e impensable que una teoría condicionada por un contexto decimonónico pueda explicar el siglo XXI de las ciudades inteligentes, el big data, la inteligencia artificial y la Internet de las cosas. Empero, no es del todo baladí reiterarlo porque muchos de los cuadros que integraron el proyecto bolivariano surgieron en universidades públicas cuyos pensa de estudios incluían estos contenidos anquilosados.

El proyecto bolivariano es arcaico y premoderno, en muchos aspectos, y se ubica a la saga de ciertos desarrollos del propio marxismo que desde hace décadas parecían haber abandonado el mito del proletariado salvador. En este sentido, Adiós al Proletariado es un texto canónico de André Gorz, publicado en Barcelona por El Viejo Topo en el año 1981. Pues bien, el régimen bolivariano habla orgullosamente del presidente obrero varias décadas después.

A diferencia del calor emocional y simplificador de cierto debate en las redes sociales, existen diferentes izquierdas y distintos socialismos. De hecho, la socialdemocracia escandinava es la que ha ofrecido los mejores niveles del bienestar y de felicidad a la población, entre todos los sistemas políticos vigentes. No obstante, la izquierda internacional carga con el lastre de una ética borrosa, porque puede beneficiarse de vivir en democracias consolidadas y ser permisiva y solidaria con experimentos neototalitarios en el denominado Tercer Mundo. Con la situación de los derechos humanos en Cuba hicieron como el avestruz y ya van más de seis décadas de padecimientos del pueblo cubano. Con Venezuela, apenas ahora parecen comenzar a despertarse, pero el neocolonialismo intelectual y político socialista puede intentar nuevos ensayos revolucionarios.

No todos los que se adscriben a una ideología totalitaria lo hacen premeditadamente desde el interés despótico de la nueva clase, denominada con el neologismo de Nomenklatura. Algunos de sus seguidores se enganchan en la ambigüedad patológica amor-odio que aloja. El marxismo atiza el odio hacia el empresariado porque niega el valor de la innovación y del emprendimiento, y atribuye la riqueza, de manera simplista y ramplona, a la llamada explotación. Ignora los variados mecanismos de acumulación y generación de riquezas. El mismo Che Guevara indicaba que todo revolucionario estaba atravesado por grandes sentimientos de amor y su profesión médica parecía comprobarlo, pero en función de los objetivos revolucionarios, justificaba el fusilamiento en serie.

Uno de los grandes fracasos del marxismo es que propicia y anuncia la revolución pero en la práctica los cambios socioculturales son más evolutivos que disruptivos. Promete una mágica emancipación singular, pero realmente ofrece mayor opresión. No hay un amanecer en el que todo será nuevo. No hay un momento exclusivo para emanciparse. Los reformistas siempre tuvieron la razón de su parte, desde los “revisionistas” perseguidos por los bolcheviques y sobre todo la visionaria Rosa Luxemburgo. Dicho sea de paso, visitar su Rosa-Luxemburg-Platz en Berlín es como tropezarse con los nombres universales de las calles de París. Si suena a eurocentrismo, que lo sea, pero a partir del universalismo de los derechos humanos, conculcados vilmente por los regímenes de impronta marxista.  

 El marxismo es una ideología que habla sin cortapisas de la necesidad de una dictadura. Aquí nos confrontamos con la dura realidad de que ciertas capas de la población, independientemente de sus niveles de instrucción son propensos al autoritarismo, aunque sea en determinados períodos históricos. Ahora bien, la dictadura marxista no es una dictadura común, tiene vocación totalitaria y niega los legítimos derechos del individuo en función de la supuesta defensa de unos derechos colectivos que también vulnera. Evidentemente, no toda dictadura es marxista, pero el socialismo marxista ha generado siempre dictadura.

El peligro de la entronización de la servidumbre, voluntaria e involuntaria, siempre estará presente, pero también la posibilidad de la rebelión en la granja. En nuestro país, urge la resistencia y movilización ciudadana, pacífica y democrática. Es una de las condiciones establecidas para la transición por nuestra legítima Asamblea Nacional. Cumplamos con nuestra parte.


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