Las redes permiten el milagro de hacerse de entrañables amigos, es más: de confiables compañeros de combates a quienes les confiamos la expresión de nuestros anhelos y desesperanzas, sin haber tenido ocasión de saber de ellos más que por sus escritos y las fotografías que suelen acompañarlos.

Los tengo a montones desde que hace unos años, entrevistado en un canal de televisión luego secuestrado, asaltado y expropiado por la tiranía, me urgieran a dar en pantalla la identidad de mi Twitter. Improvisé al aire el que desde entonces me acompaña como mi sombra: @sangarccs. Nada muy imaginativo, un acróstico al voleo: el san de Sánchez, el gar de García y el Ccs de Caracas, la ciudad de mis desvelos. Lo recuerdo evocando la hermosa samba de Atahualpa Yupanqui: “a veces sigo a mi sombra, a veces viene detrás. Pobrecita, cuando muera, ¿con quién se irá?”  

La sombra de mi amigo virtual es @hectorschamis. Y lo adopté – uno adopta las amistades virtuales, como la de mi otro gran amigo al que si conozco personalmente y cuya mano he estrechado, que es Luis @Almagro_OEA2015, un amigo común – desde que leí por primera vez su columna en El País, de Madrid, en el que anticipándose a la historia afirmara que Venezuela había dejado de ser un asunto de los venezolanos, que ya no tenían arte ni parte en el entuerto que los agobia, para serlo de las potencias en juego: Cuba, Rusia, China y los Estados Unidos. Por nada en particular que no sea la brutal impotencia de sus factores internos. La espantosa orfandad de un ser minusválido.

 Desde entonces, yo, un escribidor compulsivo por mor del drenaje de mis angustias, jamás dejé de situarle en el primer lugar de mis interlocutores virtuales. Hasta atreverme a rasgar la red del anonimato y hablarle telefónicamente con el fin de felicitarle y agradecerle algunas de sus muchas columnas en las que ha asumido la defensa de los demócratas venezolanos, la denuncia del brutal asalto del castro comunismo a nuestra joven democracia y  los horrores inenarrables que sufrimos. Cuya última expresión creo no ha sido aplicada sino en Cuba, bajo el arbitrio de quienes hoy nos someten y ultrajan: privarnos de la electricidad y del agua. Empujándonos, literalmente, al desfallecimiento, la insalubridad y la muerte.

Ningún columnista de ningún medio extranjero ha asumido el triste caso venezolano con la pasión, la entrega y la lucidez con que lo ha hecho mi amigo Héctor Schamis. Sin otro interés que el de servir a la más estricta verdad, en estos tiempos de tinieblas. En los que el interés priva por sobre la honestidad, los negocios por sobre la información y en donde, como decía mi maestro de juventud José Ortega y Gasset citando al romancero: “En medio de la polvareda, perdimos a Don Beltrane”. Sobresalen en medio de esa polvareda de tinieblas y oscuridades figuras egregias de la cultura literaria e informativa como Mario Vargas Llosa, Álvaro, su hijo y Jaime Bayly, peruanos; el argentino Andrés Oppenheimer; el cubano americano Carlos Alberto Montaner, el español Hermann Tertsch y algunos otros, de entre los cuales los venezolanos que no menciono porque no hacen más que cumplir con su deber. Así disienta de algunos de ellos por escorarse hacia las tendencias de George Soros y/o la Internacional Socialista.

Me topo con este último telón de acero comunicacional por la razón que me ha llevado a escribir esta reivindicación venezolana a la figura de un amigo solidario con nuestra agónica democracia, como Héctor Schamis. El País, de España, sin duda el medio impreso más influyente del mundo hispanoamericano, que leo desde el primer día de su existencia, cuando, residiendo en Madrid con mi esposa Soledad Bravo, vivíamos y participábamos, sobre todo ella, la fascinante transición española del franquismo al liberalismo democrático. Era El País, junto La Vanguardia de Barcelona, a Cambio 16, la revista Triunfo y otros medios impresos, la vanguardia de la transición. Siempre de la mano de ese gran editor que ha sido nuestro amigo Juan Luis Cebrián. Mi formación orteguiana me hacía seguidor obligado de quienes continuaban el espíritu emancipador, ilustrado y modernizador de la Revista de Occidente, de grandes poetas y pensadores amigos como Gabriel Celaya, Blas de Otero, Rafael Alberti, Rafael Sánchez Ferlosio, Pepe Monleón, José Hierro, Nuria Espert, José Luis Aranguren y desde luego nuestros entrañables amigos los cantautores Paco Ibáñez, Juan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, entre muchos otros.

¿No es sorprendente que nosotros, los venezolanos, que tanto hicimos durante décadas por acoger y respaldar al exilio y la emigración española y ayudar al proceso de transición democrática no hayamos recibido un solo mensaje de apoyo de ninguno de los cantautores, artistas e intelectuales mencionados aún vivos, algunos de los cuales comenzaron sus carreras en nuestros escenarios cuando se acompañaban con su sola guitarra?


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