El futuro vuelve a asomarse, esto agoniza, se hunde, finaliza, se acabó. No es solo otro deseo etéreo, no es el alarde de un político de oficio. Es la realidad, lo que empezamos a ver ahora en serio. No es cuestión ni se trata de ilusorias y sin fundamento sobre invasiones militares, sino que la podredumbre, la torpeza, crueldad política, militarismo distorsionado, toda esa mezcla de cáncer sociopolítico ha hecho metástasis, ya nadie se pregunta si el régimen va a caer sino cuándo y algunos más escépticos, calculadores o prudentes, cómo.

Futuro esplendoroso, expectante y venezolano se percibe, huele en el aire, se lee en las noticias de prensa e Internet, se palpa en las ciudades, se escucha en la oración de Maduro al papa Francisco –olvidando seguramente que quien hace los milagros es Dios y no el Sumo Pontífice–, argentino enredado en las grandes misiones y también en los inmensos problemas de un catolicismo que es una complicación mundial.

El Vicario de Cristo anda en lo suyo, que es bastante y complejo entre la Iglesia buena de los sacerdotes de esfuerzo, empeño y fe, y los que se han dejado atrapar por pasiones difícilmente tolerables. El Santo Padre tiene sus inconvenientes y agenda atiborrada, poco tiempo le queda para atender oraciones de propaganda.

¿Reza realmente Maduro, se sumerge en sí mismo y ruega a Dios? Por los momentos debería pedir una dosis de coraje para terminar de irse, antes de que la historia y el realismo social le pasen por encima. Porque la dificultad es que, a estas alturas, su problema no tiene solución. Lo ha llevado al extremo, ya el país no da para más.

La miseria de la inmensa mayoría de los ciudadanos, la inflación a la cual el calificativo de “hiper” ya le queda pequeño, la abrumadora escasez de todo, el país se le desmoronó en las mismas manos que con impericia y ceguera sociopolítica estrujaron al que era un país con aprietos, pero con expectativas y esperanzas.

El futuro venezolano vuelve a verse brillante a lo lejos, aunque más cerca de lo que algunos pesimistas persistentes estiman, todos saben que esto que es el gobierno ya simplemente no puede hacer nada porque no solo no sabe qué hacer, ha cerrado por sí mismo puertas y resquicios.

El presidente obrero implora auxilio al Papa porque el resto del mundo ya perdió el oído para escucharlo. Está en un túnel sin salida dentro del cual, como en los agujeros negros, nada suena que no sea el eco de su propia desesperación. ¡Vuelve a verse el futuro!

Decir que Maduro está caído es una tontería, a los presidentes los tumban los militares, pero mucho más sus propios errores. Fujimori, que tuvo al Perú en sus manos y la simpatía de los peruanos, terminó huyendo al Japón para renunciar desde miles de kilómetros de distancia. De la Rúa en Argentina, que no era dictador sino impopular, debió escapar del Palacio de Gobierno en un helicóptero para que las masas agolpadas frente al edificio no lo descuartizaran con sus propias manos. A Noriega, que era tirano y narcotraficante, lo sacaron los estadounidenses a punta de rock and roll. A Rafael Correa su propio sucesor debió echarlo a un lado por intragable, los ecuatorianos estaban hartos de él, y eso que Ecuador ni de lejos llegó a la tragedia venezolana.

Maduro se irá, o se esfumará, vaya usted a saber, pero ha desaparecido de las esperanzas y la paciencia de los venezolanos, millones de los cuales ya se fueron a buscar futuro sin él ni sus acompañantes. El heredero se va y el porvenir regresa a Venezuela. Un futuro resplandeciente porque hemos demostrado, especialmente en estos últimos casi 20 años de desaciertos y mentiras chavistas-maduristas, que, con hambre, indigencia, carestía y pobreza, siguen adelante, no se detienen. Sus empresas grandes, medianas y pequeñas trabajan a muy baja máquina, pero ellos insisten, siguen, ejemplos hay muchos; un sinnúmero de ciudadanos se ha ido y no a disfrutar rentas sino a construir sus propias vidas nuevas, en empresas o haciendo y vendiendo arepas, durmiendo en sitios públicos o donde puedan.

El futuro vuelve a asomarse radiante porque los venezolanos están abriendo, con sus manos y su empeño, puertas y ventanas a ese túnel oscuro para que se vayan los aires tóxicos e ingrese la brisa del aire libre, del cielo como límite.


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