Pasan las horas, una detrás de otra, sin importar qué día representa. Las semanas no importan. Los meses son iguales. Los años se suceden uno tras otro, siempre con la misma cadencia, sin atisbos de variación porque se impone la fuerza para que todo siga inalterable. Cada momento, cada instante es idéntico al anterior. No hay cambios ni alternativas.

Como sociedad estamos sumergidos en la desesperanza, en el miedo, en la rutina, pero no hacemos nada para renovar nuestra realidad. La aceptamos, somos sumisos ante la pobreza, nos conformamos por librar batallas por una bolsa de comida, mostramos nuestro valor para reclamar el bono que no ha sido depositado, pero callamos ante la desintegración del país.

Ya no somos una nación que valora el esfuerzo, la dedicación, la capacitación y el emprendimiento. Ahora lo que importa es sobrevivir, sin importar cómo; lo que vale es vivir un día a la vez, sin pensar en el pasado para analizarlo, satisfacer el presente y sin planificar el futuro.

La vida del venezolano se ha convertido en eso, en una carrera desenfrenada para obtener la mejor bolsa de basura para poder comer, defendiéndola hasta con la vida, pues es la única alternativa que tienen muchos para saciar su hambre. No hay motivación para luchar, no hay incentivos para progresar, no existen condiciones para cambiar la realidad que nos agobia, pues todo debe permanecer inalterable para que unos pocos se enriquezcan sobre el sacrificio de 30 millones de connacionales.

Se escudan en el socialismo para justificar su supuesta lucha contra la guerra económica, otorgan dádivas para acallar los gritos de la población. No importa que mueran pacientes en hospitales públicos por falta de medicamentos, no importa que los niños deambulen por las calles mendigando comida en restaurantes y supermercados, no importa que la inseguridad asesine a un ciudadano cada 20 minutos en el país. Lo que importa es que prevalezca el legado de un golpista que nos llevó a esta situación; es decir, empobrecer a todos para enriquecer a unos pocos.

La democracia en esta nación ya no existe porque han dinamitado la separación de poderes y la ley es aplicada de forma muy discrecional. Cada vez que la oposición ganaba una alcaldía o una gobernación, les colocaban por encima un protectorado; ganó la oposición la Asamblea Nacional y sobre ella crearon ese adefesio de la asamblea nacional constituyente. Se han dedicado en estos veinte años a cerrar todas las vías democráticas porque lo que importa es preservar el poder por el poder. Venezuela no cuenta, las muertes no cuentan, las penurias no cuentan, lo que cuenta son solo ellos y su entramado de complicidades para seguir saqueando el erario público.

Y ahora convocan a elecciones presidenciales. Eso suena bien, sin embargo, los candidatos de la oposición que podían representar una alternativa de cambio han sido inhabilitados, encarcelados o exiliados. En esta coyuntura surge una alternativa, salida de las mismas filas del chavismo, que no representa a nadie, pero se quiere cubrir con el manto de la oposición. No obstante, el candidato oficialista para justificar su reelección, promueve y avala la competencia, pero no debemos olvidar que las otras opciones tienen relaciones directas o indirectas con jerarcas del gobierno, por ende, es un yo con yo, más de lo mismo para no tocar los intereses de aquellos que han amasado fortunas con el pesar de los venezolanos.

Todos saben que las elecciones serán utilizadas para lavarle la cara al régimen, no para garantizar y solidificar las bases democráticas de Venezuela. Con un árbitro parcializado llaman a la contienda electoral sin posibilidad alguna de cambio y alternativa, es Maduro vs Maduro, todo para que siga igual, todo para que no cambie nada y se profundicen aún más la desesperanza y la miseria.


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