La tercera reunión de la última ronda de negociaciones entre los representantes del régimen y la oposición dialogante, el sábado 13 de enero en Santo Domingo, tampoco logró destrancar el juego. En realidad, el proyecto de un acuerdo “medianamente satisfactorio”, cualquiera que sea el sentido de ese eufemismo, era una misión imposible. De ahí el anuncio de que ambos bandos (es un decir) volverían a reunirse el jueves 18 de enero.

Ya sabemos que no pudo ser. El principal factor que impidió acordar a tiempo los términos de la elección presidencial prevista este año, para garantizarle a Nicolás Maduro otros 6 años de reinado absoluto con el visto bueno de cierta “oposición”, fue el impacto que produjo en un sector importante de la opinión pública la propuesta rupturista formulada pocos días antes por Ricardo Hausmann. Sencillamente, no era posible pasarla por alto. Sobre todo, porque su verdadero sentido apuntaba a la esencia del proyecto electoralista de la MUD. Es decir, a la búsqueda de un cambio pacífico y electoral del régimen, a pesar de que su propósito, 19 años después de haber impuesto un dominio hegemónico del poder, sigue siendo la obsesión de perpetuarse en ese poder hasta el fin de los siglos. Una circunstancia que, en el marco de la pérdida de apoyo popular desde que desactivó la calle en agosto del año pasado, obligaba a la MUD a darse in extremis una última y desesperada oportunidad para no perderlo todo de golpe y para siempre.

La dictadura de la realidad, sin embargo, es mucho más implacable que la voluntad de los hombres. Y eso se hizo muy palpable el lunes 15, cuando a primeras horas, mientras los jefes de los cuatro partidos que controlan lo que queda de la MUD deshojaban la ingrata margarita de no saber qué hacer, la noticia corrió como un reguero de pólvora. Desde esa madrugada, fuerzas represivas del régimen habían iniciado un aparatoso operativo para capturar al fugitivo Oscar Pérez, quien con un grupo de seguidores se había refugiado en una casa en las afueras de El Junquito. El drama acaparó toda la atención del país. Las dramáticas videoconferencias que divulgaba Pérez por las redes sociales, sobre todo sus últimos mensajes minutos antes del asalto final, que lo mostraban con el rostro ensangrentado repitiendo una vez y otra vez, cada vez con mayor ansiedad, la decisión del grupo de deponer las armas y entregarse, conmocionaron al país. Mucho más las fotos y videos que registraron el sangriento epílogo del asalto, todas ellas de muy atroz ferocidad. Y, por supuesto, el significado que transmitía la foto del cadáver de Pérez, con un disparo en mitad de la frente. Se tuvo entonces la certeza de haber visto y escuchado, en vivo y en directo, la repugnante masacre de un grupo de venezolanos que querían rendirse.

El efecto del trágico suceso se agravó el martes, cuando Néstor Reverol, en rueda de prensa, informó que la localización del grupo rebelde se hizo gracias al error de Pérez al conceder una entrevista a CNN vía Internet y a las confidencias de algunos dirigentes opositores que habían participado en las conversaciones de Santo Domingo. Allí mismo estalló la MUD. Sus dirigentes habían guardado un silencio culposo ante el asesinato de Pérez y sus seis acompañantes, pero en ese difícil momento se vio obligada a rechazar las palabras del ministro. Al día siguiente confirmaron la noticia. No condenaban el asesinato, recalcaban su compromiso con la solución electoral de la crisis y a pesar del dolor ciudadano insistían en la celebración de elecciones primarias de la oposición, pero notificaron que no acudirían a la cuarta y decisiva reunión convocada para el 18 de enero.

Para colmo de sus males, el viernes, Luis Almagro envió un mensaje categórico a los Borges y Ramos Allup de la oposición: “No puede ser validada ninguna dictadura a partir de ningún mecanismo de diálogo”. De este modo, Hausmann, Almagro y la dura realidad le cerraban el paso al torcido proyecto de esta espuria y claudicante oposición. En definitiva, este es el desenlace de esa parodia llamada diálogo que inició Hugo Chávez hace 15 años con respaldo opositor, y también, como quiera que se mire, nos confirma que hemos llegado al fin de todas las ficciones electorales.


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