En el hogar caraqueño de mis padres pude captar la llamada justicia natural porque los judíos de aquel tiempo seguían una tradición de veinte siglos en obligatorios guetos que los marginaron de todo sistema institucional. Así, los arreglos comerciales, domésticos y de política interna eran práctica común frente a jueces caseros producto de una selección comunitaria. Ese árbitro, abogado sin título y su pareja, debían ser un binomio ejemplar cuya conducta individual y familiar evidenciara honestidad y sociabilidad a toda prueba. La imprescindible condición para que se aceptara mediar en el conflicto era que, tratándose de oponentes del mismo redil, paisanos, incluso vecinos puerta con puerta o parientes, debían reconocer el derecho a la existencia misma, a la vida física y mental, del otro, sin pretender otra opción que no fuera el convenio, nunca la exclusión. Mucho después, pude comprobar lo sabio de esa ley justa en la obra literaria de Isaac Bashevis Singer, especialmente En el tribunal de mi padre (1966).

Uno de esos episodios me orienta desde los 7 años. Dos socios, hermanos de sangre, en pugna por su negocio en quiebra. Luego de horas difíciles, mi papá decidió a favor del que en una ocasión le donó para una obra de urgente ayuda humanitaria, exigiéndole el mayor secreto cumpliendo así el mandato religioso de la caridad anónima, mientras que a su juicio el actual perdedor colaboró con chantaje, a cambio de publicitar su ofrenda en el semanario de la comunidad.

Por ese preciso detalle de criterio ético no encaja un fulano diálogo entre el régimen totalitario castrochavista y parte de la disidencia política partidista. Vale repetirlo las veces que sea necesario: el PSUV o partido stalinista uniformado venecubano, por su ideología genética no admite la coexistencia pacífica con demócratas en el mismo suelo. Para eso están sus esbirros que transgreden las normas universales de combate contra subversivos y adversarios, víctimas que repletan celdas y cementerios. Costumbre que les viene desde Lenin, pasando por Mao y sus equivalentes fascistas de la derecha, Hitler, Mussolini, Franco, dictadores de Suramérica y los ya refinados por el capitalismo de Estado encabezados por sucesivos mandatarios chinos, Putin y los hermanos Castro.

En una tregua conveniente y de emergencia como hizo Stalin durante la Segunda Guerra Mundial, acaso dan “un pasito p’alante y otro p’atrás”, en este caso local quizá liberen a otros presos políticos prescindibles en su opinión, permitan alguna ayuda humanitaria pero bajo su control evidente con propaganda a su favor y un etcétera por ahora desconocido para la disidencia ciudadana que es absoluta mayoría. Pero las piedras de tranca fijas, un generalato bajo las órdenes militaristas de La Habana y su dependiente burocracia civil, ambos narco-delincuenciales, ahora no pueden ceder sus peñascos basales: la asamblea constituyente con los ministerios de chavista injusticia y electoralismo. Si acaso lo ofrecieran por ahora dándole largas a la conversa dominicana jamás lo sellarían de facto. Si reconocen sus fechorías y renuncian a su privilegiado estatus financiero, quedan sin tierra bajo los pies.

Qué labor desempeña entonces un negociador cuya conducta previa de inescrupuloso negociante manipuló para su provecho personal la compra del sospechoso aparataje para un nuevo Consejo Electoral oficialista, que divide la capital entre ellos y nosotros a punta de balas, que dirige colectivos para asaltar a la legítima Asamblea Nacional y sonríe cínicamente ante su prontuario. Y el otro, presunto negociador imparcial, asiduo visitante palaciego, sobre cuyos hombros recae una pésima gestión política en su propio país de origen. Carecen de mínimas virtudes para concertar. El resto, con buenas, regulares y otras intenciones, ya son mirones de palo. ¿Callejón sin salida?

Para descartar una intervención armada de expertos comandos latinoamericanos demócratas dispuestos a eliminar los focos centrales de la tiranía criminal sobran reclamos, diálogos falsos, llamadas a elecciones primarias. Queda una opción y depende exclusivamente de la desobediencia civilista legal, conjunta y definitiva, que paralice la maldad, ejecutada contra el caos militarmente organizado por tres décadas, pues hubo casi diez años de clandestina preparación conspirativa, el constante ruido golpista subterráneo al que se refería Rómulo Betancourt.

¿Y dónde está el liderazgo confiable capaz de sembrar huerto sobre fango sin permitir que se riegue con nueva sangre? Hoy, toda clase de ajusticiamiento y masacre apunta suicidamente hacia los habituales matones. Al venezolano lo liquidan el hambre, la enfermedad y el hampa desde una dirigencia criminal ilegalmente constituida. Franco, Videla, Pinochet cedieron cuando sus militares comprendieron que carecían de pueblo, su hora final era ya y negociaron transiciones a su modo.

Por eso, con o sin uniformes urge seguir a quienes aún lucen escasos dirigentes pero son capaces conductores civiles que saben guiar razonable y jurídicamente a la inmensa población martirizada.

Usted puede, tiene pleno derecho y deber constitucionales, de ser el protagonista de su vida en libertad.

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