La palabra paripé, indica el Diccionario de la Real Academia Española, deriva del caló paruipén (cambio o trueque) y es parte de un modismo, “hacer el paripé”, que siempre me pareció fonéticamente decidor y significaría, según la citada autoridad idiomática y la docta lexicógrafa María Moliner, presumir, simular, aparentar, ¡engañar, pues! Y esto es, precisamente, lo que, en todas las instancias del poder público, han hecho el chavismo y su apostólica secuela, en nombre de una hipócrita re(in)volución basada en la tergiversación del pasado, a fin de dorar la píldora de un presente de castigos, carencias y privaciones, así como superabundancia de patria y exceso de patriotismo –«El patriotismo la virtud de los depravados», sostuvo Oscar Wilde, «y el último refugio de los canallas», a juicio del Dr. Johnson–; patria y patriotismo que son términos de la ecuación emocional con la que el régimen chantajea afectivamente a los que aún se alimentan de ilusiones y esperan que la pandilla comunera les tire algo. Que nada les tirará, vamos, porque las esperanzas no están contempladas en su minuta y son competencia del desvanecido vicemi(ni)sterio para la suprema felicidad social del pueblo.

Volvamos a la locución de marras que bien nos viene para precisar que la ilegítima constituyente comunal, en la práctica un plenario del PSUV, hace el paripé de reflexionar y debatir sobre un menú elaborado por cocineros cubanos y aprobado, sin previo paladeo, por comensales hambrientos de mando perenne y sin restricciones, cuyo primer plato no es el ligero entrante que se estila en este tipo de servicios, sino una indigesta pièce de résistence, la ley contra el odio, mal aderezada con el pomposo nombre de ley constitucional para la promoción y garantía de la convivencia pacífica: 13 artículos no más, maliciosa y ambiguamente redactados a objeto de imponer forma y contenido a los medios independientes de divulgación noticiosa, justificar la censura y autorizar la intervención de las comunicaciones privadas para bloquear el tráfico de mensajes críticos a través de las redes sociales. Esta y otras regulaciones restrictivas, dispuestas por los que baten y reparten el cobre, se sancionan sin que medie discusión alguna entre los usurpadores de la soberanía popular. Obedecer y levantar la mano. A eso se reduce el ejercicio deliberativo de la espuria ANC. Y se pregunta uno: ¿cómo pueden legislar en contra del odio quienes, desde las trincheras del resentimiento, con mayor ímpetu lo han fomentado? Conviene, en apoyo a la pertinencia de la pregunta, traer a colación el lúcido parecer de Américo Martín (“Inquisición”, Tal Cual Digital, 27/08/17): «Una particularidad del régimen que afortunadamente está siendo aislado en el país y el mundo es su morbosa inclinación a difamar a sus víctimas. Castigan y escarnecen: doble injusticia. Es un odio compulsivo y falaz cuya consecuencia era previsible: la ira que ha fomentado en los perseguidos está haciendo florecer ese mismo estilo en muchos integrantes de la vasta y plural oposición».

Al colocarse por encima de todos los poderes públicos, el parapeto salvavidas de Maduro avanza aceleradamente hacia la instauración de un Estado terrorista, arrogándose facultades similares a las que, durante La terreur tuvo el siniestro Comité de Salvación Pública del que se valió Robespierre para no dejar títere con cabeza. Trasformada en suprema corte inquisitorial, nuestra cruza de convención jacobina y tribunal estalinista, sin para mientes en el derecho a la defensa, el debido proceso y la presunción de inocencia, se ha propuesto fusilar y descabezar a la oposición en el paredón y la guillotina de la «justicia revolucionaria». Ya etiquetados de «traidores a la patria», los dirigentes más notorios de los principales partidos opositores agrupados en la Mesa de la Unidad Democrática serán sometidos a sumarísimos juicios y condenados a muerte política; y, mientras se discute la otra, la de verdad-verdad, a prisión hasta que les dé la gana a los guionistas del esperpento.

Y si el poder prostituyente simula abocarse al diseño de un nuevo contrato social –que, repetimos, ya está elaborado y se le suministra a cuenta gotas para que la representación tenga visos de veracidad–, el poder militar hace el paripé de estar «al servicio exclusivo de la nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna»; sin embrago, aparentar que ha venido actuando conforme a lo pautado en el artículo 328 del texto fundamental de la república, no impidió que, con motivo de los ejercicios orquestados por el padrino Mambrú a objeto de intimidar a los ejércitos imperiales, la fuerza armada nacional bolivariana se convirtiera en el hazmerreír de la región e hiciera el mayor ridículo de su historia –en realidad, se trató de reclutar a esbirros espontáneos para servir de carne de cañón en una improbable confrontación con tropas invasoras o de avanzadilla paramilitar para la contención de un inevitable resurgir de la protesta callejera–. Con razón quisieran que enmudezcan los medios convencionales y las redes digitales

La irracionalidad que amaga con ahogar en odio a la sociedad venezolana debe y tiene que ser combatida en todos los frentes, incluso en el electoral, y no hacer el paripé de que abstenerse de participar en un proceso raigalmente viciado es una victoria moral sobre la dictadura. Abstenerse es sufragar por el oficialismo. El hamletiano dilema de votar o no votar no puede resolverse en las pocas líneas que aquí restan; no obstante, me aventuro a suponer que el adelanto de las elecciones regionales no tuvo el efecto deseado por el ejecutivo, que este fue víctima de su propia celada y ahora no halla qué hacer para evitar, cual reflejan hasta sus propias encuestas, ocurra lo que no calculó ni imaginó: que la contra, recuperada de la resaca, decida, aunque no más sea por joder, estropearle la fiesta al mandón y hacerse con la casi totalidad de las gobernaciones en liza. Por esa simple razón es que las brujas electoras no han anunciado el cronograma comicial. Y a quienes hacen el paripé de saber cuál es la estrategia a seguir a estas alturas del conflicto, e ignoran cómo instrumentarla, porque en fondo sueñan con un providencial deus ex machina, encarnado por algún oficial «fiel a la Constitución», que ponga fin a la tragedia nacional, podría preguntarles ¿qué tal si tan anhelado primor no es un ángel celestial, cándido émulo de Wolfgang Larrazábal, sino un íncubo infernal como el mismísimo bellaco cebolla que Dios nos ha dado?

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