Los venezolanos desde tiempos inmemoriales hemos sido cordiales hablachentos. Nos encanta una conversa, un “yo creo que…”. Por hablar, es mucho lo que se discute en todos los tonos y en los más diversos niveles de apasionamiento. Se rivaliza, se argumenta, se intercambian aparatosas convicciones; “yo sé lo que te digo”, entre caraquistas y magallaneros, entre cualquiera de ellos y los tiburoncistas, entre adecos, copeyanos, masistas y sus derivaciones siguen hablando –los que desaparecieron fueron los líderes de antes, entre los chavistas que van quedando y antichavistas que cada día son más–. En los Andes son apasionados los intercambios verbales por el fútbol y el ciclismo. En oriente, escandalosos y aguajeros. Se discuten cualidades entre el impagable whisky escocés y el excelente ron añejo criollo.

En Venezuela se debate mucho, se brega, se comenta, se contradice, el venezolano promedio nunca ha sido pacato para expresar opiniones y hasta jefes políticos tan intransigentes que nadie se atrevía a discutirles tenían unos cuantos cercanos que les plantaban cara. Nadie se moría por ello, las amistades no se perdían. Alguna vez, es cierto, se producen acaloradas peleas que terminan en golpes, puñaladas y hasta muertos, pero no tanto por la discusión sino por la mala bebida e ingesta profusa de caña maluca y dura de asimilar.

Los venezolanos hemos sido tercos y empecinados, pero al mismo tiempo si en algún país “hablando se entiende la gente” ha sido siempre este, resultado de las mezclas de español y africano que todos llevamos en la sangre, “en Venezuela el que no tira flecha toca tambor”, se recuerda con sápida frecuencia, incluyendo en lo del tambor la caja andaluza.

En estos tiempos de revolución y socialismo, también es mucho lo que se platica, pero se producen dos cambios de actitud que habían sido poco frecuentes, que no solo alarman, sino que duelen.

El primero ha sido comentado en varias oportunidades y señalado con molestia, el desacertado “secretismo mentiroso” de los jefes partidistas, opositores y oficialistas, con el agravante de que hablar o callar ha terminado por convertirse, no sin cierta perversidad pícara del oficialismo al que le da por contarle al mundo lo que personeros opositores han preferido callar y no narrar en público. Y, claro, como ellos todo lo discuten en secreto, hasta sus conversaciones con el régimen, estos las informan en cadena nacional de radio y televisión que ahora son muchas, todos los días, y aprovechando los oscuros silencios, dan sus propias versiones exageradas a propósito y de manera maliciosa.

Los cabezas de los principales partidos de lo que una vez se llamó “Mesa de Unidad Democrática”, que nunca ha sido del todo “unidad” y no completamente democrática, se han destacado por haber disfrutado de una lealtad popular que malbarataron y perdieron, más que por lo que hacen, por lo que no dicen que hacen. Se empeñan en discutir entre pequeños grupos que con poco ejemplar versión de lo democrático son al mismo tiempo “dirigentes nacionales”, “dirigentes regionales” y candidatos a cualquier puesto posible. Y, sobre todo, constantes viajeros, para escucharles a grandes regentes mundiales decirles lo mismo que ya les han reiterado mil veces, que no reconocerán una constituyente que se reúne y obedece instrucciones de lunes a domingo. Lamentable, algunos se han burlado, despreciando y malversando el apoyo internacional, ganándose molestia e incomodidades por sus contradicciones e incoherencias.

El otro cambio que se ha producido, en buena parte por eso de que voceros demasiadas veces afirman proclamas que al día siguiente cambian por codicias propias, como lo que solicitaron –a gritos y desesperación– al pueblo aprobar el 16J y un par de semanas después dejarlo como archivo olvidado y anunciar que irían a buscar sus “espacios” en las gobernaciones, está siendo en estos días una proliferación de insultos, acusaciones y calumnias violentamente encendidas entre los que aceptaron acudir a un proceso electoral al cual la fraudulenta e írrita constituyente –o sea, la cúpula del PSUV– le puso fecha y condiciones, y los que continúan aferrados con tenacidad y leales a los tres multitudinarios “Sí” del 16 de julio.

Las acusaciones de traición y entreguismo se han multiplicado gracias a la rapidez y masificación de las redes sociales entre los tres sectores ciudadanos y militares del país; los maduristas, los antimaduristas y los que están en el medio, la mayoría. Lo que preocupa y alarma, casi aberrante en la tradición venezolana, es que todos parecen olvidar que en nuestro país es de tradición hablar, disentir, discutir sin llegar más allá de voces con mayor volumen, gritería ruidosa, y que en la Venezuela enredada y en buena parte empeorada por la Constitución de 1999, calificada sin mayores argumentos de “bolivariana” y que ahora más de 90% defiende y hace suya, no votar es un derecho tan constitucional como hacerlo.

De manera que si usted, a pesar de todos los pesares, aun sabiendo que la dictadura y la constituyente harán lo que les dé la gana, piensa ir a votar por algún candidato, está en pleno derecho de hacerlo. Si, por el contrario, no convalida ni cuentos ni silencios y no desea ser cómplice votando, igualmente tiene un derecho garantizado por la Constitución.

A lo que ninguno tiene derecho es a insultar u ofender por ejercer el derecho de disentir.


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