Repasar la simbología de los animales en las distintas culturas permite conocer determinadas características de estos seres que, a veces, nos pasan desapercibidas. Por ejemplo, pensemos en los cisnes. Esas hermosas aves que tanto inspiraron al gran Rubén Darío. Se le ha considerado el símbolo de la fidelidad, de la pureza del amor de pareja.

Entre los celtas existía la creencia de que los cisnes transportaban volando las almas de quienes morían y las llevaban a lugar seguro en el más allá. Han sido consideradas aves proféticas que traen mensajes de paz y de amor. Cuando se piensa en un ave de buen agüero, inmediatamente viene a la mente un cisne. Los pueblos celtas sintieron un gran respeto por estas aves y eran incapaces de matarlas.

¿Y la lechuza? ¿Qué simboliza esta ave nocturna?  Aun cuando hay quienes se refieren al ave que lleva la diosa Atenea en su hombro como el mochuelo de Atenea, durante siglos en lugar de hablar del mochuelo se decía que era la lechuza o el búho de Atenea. La lechuza (o búho) es considerada como el símbolo de la inteligencia, de la clarividencia, de la filosofía.

¿Y el águila? ¿Qué podemos decir del águila? Desde la antigüedad, el águila es símbolo de majestuosidad, de valentía. Emblema por antonomasia de dioses, guerreros, gobernantes. Si usted, amigo lector, consulta el Libro de Hababuc (octavo libro de los 12 profetas menores de la Biblia hebrea), puede leer: “Son las aves que por sí solas se remontan hasta las alturas para lograr su verdadera libertad. De esta manera, logran exitosamente liberarse de todos sus perseguidores. Dios quiere que vivamos en esas alturas en todas las áreas de nuestra vida. Que seamos exitosos, libres de cadenas y que en esas alturas encontremos la comunión que Él quiere tener siempre con nosotros”.

No olvidemos la iconografía de la Edad Media, en la que el águila estaba asociada con la ascensión de Cristo. Relacionada también con la heráldica, la podemos ver en el emblema de Carlos I de España como un águila bicéfala.

Podría seguir recordando distintos animales que representan creencias muy profundas que deben ser respetadas, aunque no se compartan. Pero quiero detenerme en un precioso animalito que ha llenado las páginas de la literatura universal en diversas versiones y con distinta simbología. No es otro que el conejo.

Entre los relatos asociados con este animal quiero referirme a uno que es conocido como “La leyenda del conejo lunar”. Quetzalcóatl, dios principal del panteón prehispánico mesoamericano, salió a caminar por la Tierra y tomó forma humana. Caminó hasta caída la noche, cansado y con hambre, se sentó en el camino con la idea de descansar. De pronto, vio a un conejo que se le acercaba y que le dijo: “¿Tienes hambre?”. Le ofreció zacate (pasto) y Quetzalcóatl le respondió: “El  zacate no es mi alimento; probablemente muera de hambre”. El conejo, atribulado ante esa respuesta, se le acercó y le dijo: “Yo soy pequeño, quizás poca cosa para ti que eres un dios, pero no morirás de hambre, puedo ser yo tu alimento”. Quetzalcóatl lo acarició, lleno de un profundo sentimiento de amor y agradecimiento ante aquel altruismo  y le dijo: “Siempre serás recordado por tu generosidad y desprendimiento”. Lo levantó tan alto, pero tan alto, que la figura del conejo quedó estampada en la luna. Lo bajó de nuevo y le mostró la figura que había quedado grabada en luz y plata para toda la eternidad y para que fuese vista por todos los hombres.

Por eso, si usted sale una noche despejada, con excelente visibilidad, vea atentamente la luna y podrá distinguir la figura de un conejo que salta alegre sobre el astro lunar.

También se asocia con el conejo la abundancia, el bienestar, la fertilidad. Se les vincula con la primavera, con el comienzo de la vida.

No podemos obviar que también es un plato apreciado en muchas regiones, así como, por su fertilidad, en algunos lugares son considerados como una suerte de plaga.

Sea como fuere, bondadoso o plato gourmet, decir que “un conejo no es una mascota sino dos kilos de carne” es un insulto a la razón de cada venezolano. Señalar a estos animales como la solución al grave problema de la escasez y pobreza del país es una absoluta falta de respeto y una señal de ignorancia crasa y supina sobre el respeto que se merece cada habitante del país y cada mascota que se tenga.

No solo son frases infelices, son muestras inequívocas del desprecio que sienten por la población; ven al ciudadano empobrecido y con necesidades como si, además de la miseria en que nos han sumido, fuera un ser que no posee capacidad intelectiva, sin discernimiento.


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