Guyana es y no es: 74,21% del país situado en su oeste es reclamado por Venezuela, y 7,26% de país situado en su este es reclamado por Surinam. En palabras más llanas, 81,47% del territorio actual de Guyana está en reclamación.

Para 2014, su población montaba a 801.193 habitantes y para 2016 su PIB per cápita era de 7.919 millones de dólares, sustancialmente menor que el de Venezuela que, para la misma fecha, alcanzó los 13.602 millones. La principal actividad económica de Guyana es la agricultura pero, como veremos, no por mucho más tiempo.

El pasado 24 de julio, Exxon Mobil Corporation aumentó su estimación en virtud de otro descubrimiento de petróleo en Guyana. Un reporte de la firma Rystad Energy afirma que los descubrimientos globales de crudo, en lo corrido de 2018, aumentaron 30% con respecto a 2017 y fueron liderados por Guyana con los descubrimientos en el bloque Stabroeck denominados Ranger, Pacora y Longtail.

De acuerdo con la firma Wood Mackenzie Ltd., 8 de cada 10 pozos de exploración han encontrado petróleo desde 2015 y Exxon ha identificado otros 19 objetivos para perforar. Exxon es tan optimista sobre los hallazgos que tiene 2 buques de perforación centrados exclusivamente en la exploración frente a las costas de Guyana en virtud del potencial multimillonario del bloque Stabroeck.

Ante tal perspectiva, un reportaje de Clifford Krauss, corresponsal especialista en el tema energía en The New York Times, fechado el 20 de julio de 2018 y titulado “The $ 20 Billion Question for Guyana”, se hace la siguiente pregunta ¿está preparada Guyana para gerenciar la riqueza que se derivará de tales descubrimientos?

Para Krauss, Guyana es la descripción con la que inicia su artículo: es un vasto y acuático desierto con solo tres carreteras pavimentadas. Hay algunos caminos de tierra entre los pueblos que se sientan sobre pilotes a lo largo de los ríos serpenteantes a través de la selva tropical. Los niños en áreas remotas van a la escuela en piraguas, y juegan desnudos en el calor húmedo. Abrazados por la costa se encuentran pueblos de tablones mohosos como Georgetown, la capital, que parece olvidada por el tiempo, llena de canales construidos por colonos holandeses y esclavos africanos. La red eléctrica es tan poco confiable que los apagones son una plaga común en sus ciudades, mientras que en gran parte del campo no hay electricidad en absoluto.

Y afirma con un condicional tan grande como las reservas de crudo descubiertas: «Si Guyana maneja su recurso bien», uno de los países más pobres de América del Sur podría convertirse en uno de los más ricos. Y es que la perspectiva exhibe visos de que las cosas también pueden acabar muy mal, tal y como ocurre, desde 1999, con nuestra destruida Venezuela.

La historia está allí, en su frontera oeste: el recurso se combina a la perfección con la corrupción y un país con instituciones políticas débiles, como Guyana, es especialmente vulnerable. Sin embargo, para el pueblo de Guyana esta es su segunda oportunidad.

La primera fue la independencia de Reino Unido en 1966, a la que siguió una plaga de políticas étnicas tribales que produjeron un Estado frágil con una economía impulsada por el tráfico de drogas, el lavado de dinero y el contrabando de oro y diamantes. Una gran mayoría de los jóvenes con educación universitaria emigran a Estados Unidos o Canadá, mientras que los que se quedan atrás experimentan altas tasas de sida, crimen y suicidio. Krauss se pregunta, y con razón, ¿ayudará el petróleo a superar su historia previa?

Otra experiencia previa nefasta fue China. Los chinos financiaron y construyeron una enorme fábrica en 2009 para rescatar a la industria azucarera, pero resultó ser un despilfarro de millones de dólares. Los chinos también talaron los bosques de Guyana y extrajeron su oro, y la dejaron sin nada. Además de la realidad de Venezuela, allí mismito, Guyana tiene cerca la de Trinidad: estos vecinos pensaron que el petróleo era lo mejor que les había sucedido y ahora no hacen más que gastar, dejaron de producir, y lo importan todo.

El caso es que, con los descubrimientos encima y con el petróleo a punto de brotar del suelo, Guyana no tiene todavía un marco regulatorio adecuado para administrar el provento de la renta petrolera. De hecho, los consultores extranjeros en banca de desarrollo han dicho una y otra vez que sin dicho marco que impida la corrupción, no sería posible la creación de un fondo soberano en el que se invierta el efectivo derivado de la explotación y venta del crudo.

El otro tema importante lo plantea el conocido trabajo de Michael Ross, “Does Oil hinder democracy?” (World Politics 53, April 2001, 325-61): el crudo puede más bien convertirse en un obstáculo para la democracia. En dicho trabajo se basó el periodista Thomas Friedman, tres veces ganador del Pulitzer, para plantear su «primera ley de la petropolítica»: el precio del petróleo y el avance de la libertad siguen siempre direcciones opuestas en países petrolistas ricos en petróleo (Foreign Policy, may-jun 2016). Y peor aún, su corolario, de mi propia cosecha, que en Venezuela venía enunciado así: el precio del petróleo y los aportes de Pdvsa al desarrollo social siguen direcciones paralelas, mismo que se cumplió hasta 2013, fecha en que asumió el poder Nicolás Maduro. En la actualidad, sin importar para dónde se muevan los precios del crudo, no hay posibilidad de más aportes de Pdvsa al desarrollo social.

Ojalá y Guyana no termine como Venezuela.

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